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Al socaire de los poetas
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Al socaire de los poetas

Llegó ayer a Alcalá la última producción de Teatres de la Generalitat Valenciana con, quizá, el clásico más moderno del Festival. Es el Enrique IV

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Al socaire de los poetas

Llegó ayer a Alcalá la última producción de Teatres de la Generalitat Valenciana con, quizá, el clásico más moderno del Festival. Es el Enrique IV de Luigi Pirandello (Comprar entradas), obra de 1922, doce años antes de que recibiera el Nobel de Literatura. En la obra del dramaturgo siciliano estamos ante un lúcido juego metateatral y, de nuevo -una semana repleta en Alcalá- nos topamos con un loco fingido.

En esta ocasión el loco, que al principio lo está de verdad y luego lo finge, se cree Enrique IV, el emperador alemán del siglo XI. Lo raro es que, una vez recuperada la cordura, elige seguir con la pantomima. Su locura va más allá; su obsesión es la de detener el tiempo. Aunque viste canas cree tener veintiséis años y no perdona al Papa, muerto siglos atrás, que le excomulgó. La obra se resuelve así en una comedia amarga en la que un personaje amable pero ridículo que sabemos se habrá de topar con el severo muro del presente, que es para todos ineludible.

Las reflexiones planteadas por Pirandello son muy barrocas: la frontera entre la locura y la cordura -¿quién está más cuerdo, aquél que se finge loco o quienes acuerdan adentrarse en su locura?- o entre la verdad y la apariencia. La hondura del tratamiento de estos conflictos, que acoge el personaje de Enrique IV, requiere una interpretación magistral, más aún cuando la obra es casi un monólogo del rey loco. No podemos imaginar nadie mejor que José Sancho, cuyos berrinches son proverbiales desde que interpretara en televisión al infame don Pablo. En su dilatada carrera como intérprete ha alcanzado un dominio absluto de los registros y el salto brusco entre emociones contrapuestas,que caracteriza a este personaje, que lleva a cabo con total naturalidad, hace de su interpretación toda una lección de la que el resto del reparto, muy irregular, debería tomar ejemplo. Sólo Sergio Caballero, comedido y solvente, se salva de la quema, y con nota.

En cuanto a la dirección del propio Sancho, ha aprendido de los mejores. Influenciado por el maestro José Tamayo, algo de lo que no se cansa de hacer publicidad -y con razón-, ha buscado esencialmente un espectáculo que funcione, con éxito. La fluidez de la puesta en escena, el trasiego de los personajes, la composición del espacio, son una muestra de cómo se debe dirigir una obra, sin ambiciones renovadoras, sólo la correcta representación y disposición para el público. Este montaje nunca olvida que se dirige al público, y éste se lo agradece con su emoción y placer.

Leer, escuchar, sentir a Lope

Laura Ripoll interpretará y dirigirá sábado, domingo y martes Basta que me escuchen las estrellas, sobre versos autobiográficos de Lope de Vega. Bien se vive al socaire de la buena poesía que si es grande cuando se lee, es mayor aún cuando se escucha de labios enseñados. Si el jueves Juan Luis Galiardo daba una clase magistral de declamación con los versos culteranos del Polifemo de Góngora, le corresponde ahora lucirse a Juan Ripoll, Manuel Agredano, Teresa Espejo, Marcos León, Rebeca Sanz y Ana Varela y demostrar su capacidad para sentir el verso como un segmento de su propio espíritu.

En Lope, obra -especialmente la poética- y vida son una misma cosa y aun cuando no lo parece, Lope habla de sí. Alguien capaz de escribir dos millares de textos, de los que hemos perdido buena parte -debido en gran medida a nuestro inveterado amor por el libro-, mucho tenía que dejar de sí en su obra. En Lope todo era excesivo, todo era magnífico -aunque fracasó como soldado, por lo que envidiaba a Cervantes, glorificado en Lepanto- y todo era apresurado. Lo que más sorprende de Lope es que hiciera tanto y todo, sin embargo, tuviera un aspecto tan acabado, tan redondo. A través de sus textos, escogidos y adecuados por Laila Ripoll y Mariano Llorente, con poesía, teatro, música y danza en escena, nos encontramos con el Lope literario, el Lope que es ya el único verdadero.

Otros espectáculos

Huelga explicar que El Buscón no es un texto dramático, sino una novelita picaresca de Francisco de Quevedo, y una de sus piezas más célebres. Al tratarse de un texto en primera persona, es relativamente fácil convertirlo en un monólog, como hiciera El Brujo con El Lazarillo de Tormes y como hacen Ramón Barea -director- y José Luis Esteban -intérprete-. La palabra cobra importancia suprema, todo gira alrededor del relato, de la voz narradora. El aparato escénico se reduce al mínimo, exigiendo al actor una consistencia y una capacidad tal que llene el escenario con su presencia. Esteban cuenta con un bagaje amplio en cuanto a lecturas dramatizadas, pues ya probara con De parte de Marte, El ejército invisible o No, no siempre fui tan feo (Comprar entradas).

Los fines de semana pertenecen a los niños, y más ahora que han terminado la escuela y todos los días van a ser ya verano. El sábado podrán asistir a una representación con títeres de El barbero de Sevilla , en La Galera, a las 19:00, en la que actores y muñecos se disputan, con la música de Rossini, la atención del espectador. El domingo, la representación será matinal, a las 12:30. El sábado a las 21 horas, en la Plaza de San Lucas y el domingo a la misma hora en las Ruinas de Santa María, el títere gigante de Alicia les recordará el cuento en un espectáculo callejero titulado Sueños de Alicia.

Llegó ayer a Alcalá la última producción de Teatres de la Generalitat Valenciana con, quizá, el clásico más moderno del Festival. Es el Enrique IV de Luigi Pirandello (Comprar entradas), obra de 1922, doce años antes de que recibiera el Nobel de Literatura. En la obra del dramaturgo siciliano estamos ante un lúcido juego metateatral y, de nuevo -una semana repleta en Alcalá- nos topamos con un loco fingido.