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Bolaño, el último
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Bolaño, el último

Después de García Márquez y Vargas Llosa, sólo Bolaño. Esta es la conclusión que se desprende de la lectura de los textos compilados en Bolaño salvaje,

Después de García Márquez y Vargas Llosa, sólo Bolaño. Esta es la conclusión que se desprende de la lectura de los textos compilados en Bolaño salvaje, una aproximación de parte de muy variopintos autores a la figura del malogrado autor chileno-apátrida desde varios frentes: su percepción del mundo, su política, su estética y lo que los editores han denominado “sus otras genealogías” e Ignacio Echeverría, su albacea literario, el “Bolaño extraterritorial”. Porque Bolaño, ‘el gaucho insufrible’ e ineludible, es el último “escritor latinoamericano”, según Jorge Volpi: “murió Bolaño y murieron con él, a veces sin darse cuenta, todos los escritores latinoamericanos”. Con ello se refiere al desarraigo el autor, eterno emigrante, pero también a algo que quizá se nos escapa a quienes sólo conocemos Iberoamérica ‘de leídas’.

Frente a la enormidad de los gigantes del boom, Bolaño –que no dejaba de idolatrarlos– trataba de arañar sus marmóreos pedestales con tesón, con desesperación y con descaro, el descaro iconoclasta que ha prevalecido en la memoria de tantos. Le han surgido infinidad de imitadores porque su forma de escribir resulta fácilmente imitable, según Carlos Franz, pero que en manos de otro no funciona: su ritmo, sus formas abiertas, su medido infrarrealismo, lo convierten en una herramienta inestable, sólo para artificieros de raza. Ahora, especialmente en hispanoamérica, Bolaño es el referente de las nuevas generaciones de escritores que quieren “volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial”, lo que implica “saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso”.

Bolaño, como explica Rodrigo Fresán, concebía la escritura como un camino del samurai y él se veía a sí mismo como “un marine” porque el poeta debe resistirlo todo. Bolaño ha sido el último bohemio, el último vanguardista, el último escritor para quien vida y creación son inextricables y pasan por una muy concreta ubicación social: la de la marginación. Bolaño, como algunos de sus personajes, sobrevivió algún tiempo concursando en cutres certámenes de provincias, hasta que le llegó el reconocimiento con Los detectives salvajes. Ello nos lleva a otra característica suya, la contradicción. Al igual que admiraba y denostraba a Octavio Paz, rechazaba y disfrutaba del reconocimiento literario. De hecho, Bolaño fue un pionero en algo que hoy no es tan raro: formar parte de la industria cultural resistiéndose a ser devorado por sus engranajes.

“Tras una larga enfermedad, Roberto Bolaño murió el 14 de julio de 2003. Ese mismo día, cerca de la medianoche, se volvió inmortal” (p. 191) y uno de los referentes de la narrativa contemporánea. De ahí este tomo, en un formato que Candaya ya ensayó con Enrique Vila-Matas, otro de los ‘neocanónicos’, que también participa en la compilación y en el documental que incluye, firmado por Erik Haasnoot, y que recoge testimonios de la familia y los amigos más próximos del genio. Paz Soldán y Faverón Patriau han organizado la inevitable diversidad de enfoques en un conjunto de gran unicidad, que incluye textos más filológicos como el de Chris Andrews y otros, mucho más valiosos, de colegas como Fresán, Vila-Matas o Fernando Iwasaki. Volpi, autor de uno de los mejores textos, concluye: “todos, sin excepción, coincidimos en Bolaño”; lo cual es falso, pero tampoco deja de ser cierto.

LO MEJOR: ofrece un panorama crítico del autor sin necesidad de recurrir a un tedioso academicismo.

LO PEOR: los textos más académicos.

Después de García Márquez y Vargas Llosa, sólo Bolaño. Esta es la conclusión que se desprende de la lectura de los textos compilados en Bolaño salvaje, una aproximación de parte de muy variopintos autores a la figura del malogrado autor chileno-apátrida desde varios frentes: su percepción del mundo, su política, su estética y lo que los editores han denominado “sus otras genealogías” e Ignacio Echeverría, su albacea literario, el “Bolaño extraterritorial”. Porque Bolaño, ‘el gaucho insufrible’ e ineludible, es el último “escritor latinoamericano”, según Jorge Volpi: “murió Bolaño y murieron con él, a veces sin darse cuenta, todos los escritores latinoamericanos”. Con ello se refiere al desarraigo el autor, eterno emigrante, pero también a algo que quizá se nos escapa a quienes sólo conocemos Iberoamérica ‘de leídas’.