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Éric Zemmour le echa un par
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Éric Zemmour le echa un par

Este es un libro insolente, intencionadamente provocador, rebelde como puede serlo Aznar. El autor, periodista de Le Figaro, autoconfeso hijo del 68, votante de Miterrand y

Este es un libro insolente, intencionadamente provocador, rebelde como puede serlo Aznar. El autor, periodista de Le Figaro, autoconfeso hijo del 68, votante de Miterrand y después de Jean Pierre Chevènement, se alinea con un creciente proceso en las sociedades occidentales que encuentra sus mejores expresiones en Francia y en EEUU (aunque aquí tampoco estemos lejos) y que suele manifestarse en una doble vertiente. De una parte, los intelectuales de derecha están sometiendo a examen algunas de las tendencias asumidas como convenientes por la sociedad y por los poderes públicos (de una tendencia política y de otra), revisando las certezas que se instalaron en la mente social a finales de los sesenta. De otra, guardan un aire altivo y polemista que se refleja de modo sistemático en sus textos, sobre todo si trabajan habitualmente en los medios, y más aún si militaron antes en la izquierda.

Así, El primer sexo (título original -y mejor- de la obra) responde ampliamente a esas dos direcciones. Su repaso al cambio de roles en la relación hombre mujer se realiza tanto desde una irrefrenable perspectiva satírica como desde la convicción en que sus tesis son notablemente superiores a las vigentes. En esa dirección residen también sus defectos, ya que su estilo, lleno de ironía muy francesa, no siempre es el adecuado. Y, en segundo lugar, en muchas ocasiones enuncia los problemas sin profundizar en ellos, como si bastara señalar con el dedo para hacerlos evidentes. En realidad, Zemmour transmite la sensación al lector de que está hablando acerca de un montón de estupideces obvias, dejando notar su desprecio en demasiadas ocasiones.

La tesis de Zemmour es que el hombre se ha feminizado, lo que nos trae consecuencias enormemente perniciosas. Lo viril, lo enérgico, lo poderoso, vive en un momento de sospecha, cuando no de directo escarnio. Como resultado de estos procesos, el hombre de a pie es tratado de arcaico y sometido a múltiples burlas. Las cohortes homosexuales se ríen de él porque es poco refinado o porque sigue deseando traseros voluminosos en lugar de los encantos andróginos. En definitiva, “ahora es el camionero el que recibe lecciones de la tía”.

La política sigue siendo cosa de machos

Esa feminización del hombre se nota especialmente en la política. En el pasado reciente, lo masculino, con toda su carga de ideal, de potencia y de empuje, dominaba este terreno, hasta alcanzar incluso excesos notables: Zemmour habla sin problemas de cómo a los tres últimos presidentes de la República francesa les gustaba acostarse (y lo hacían) con toda clase de mujeres, sobre todo con las de otros; incluso llegaban a ofrecérselas sus maridos. Ahora, por el contrario, se encuentra con Olivier Besancenot, el líder del partido troskista, que asume que su revolución “es un tierno compromiso” (en palabras de su propaganda electoral) y que llora en televisión. Para Zemmour, la política, claro está, sigue siendo cosa de machos, de quién es capaz de dar el golpe más fuerte en la mesa. Allí no hay tibiezas, por más que la esfera pública exija una dulcificación del mensaje. Eso sería, siguiendo las tesis de Zemmour, lo que explicaría los motivos del triunfo de Sarkozy en las elecciones, frente a su rival, la mujer Ségolène Royal.

Pero donde más atrevido resulta el libro es en su afirmación de que a las mujeres las engañaron cuando las llevaron al mercado laboral. Zemmour cree que el capitalismo no ha sido (ni es) conservador ni progresista sino la fuerza más revolucionaria de la historia: Por eso, en cuanto notaba que los beneficios bajaban, jugaba nuevas bazas, especialmente “su arma de reserva: subproletarios, trabajadores no cualificados, inmigrantes”. Pero nuestro tiempo es nuevo en la medida en que ha utilizado una maniobra inédita, la incorporación de las mujeres al trabajo. Sobre todo, para conseguir que los salarios bajasen: las mujeres han servido para abaratar costes. Lo que se ve especialmente en el ámbito profesional. Zemmour cita el ejemplo del derecho; hay muchas mujeres pero la mayoría se dedican al penal o al matrimonial, donde menos se gana. En mercantil, donde están los grandes acuerdos, apenas hay mujeres más que como ayudantes. Y así ocurre en el resto de profesiones.

De modo, según Zemmour, que vivimos en una sociedad que feminiza a los hombres y que engaña a las mujeres, generando “un inmenso desorden, frustración para ellas y una desgracia intolerable para sus hijos”. En definitiva, los males de la sociedad, para Zemmour, provienen de que el hombre ha renunciado a ser tal.

LO MEJOR: Su atrevimiento: dice lo que piensa sin preocuparse de posibles polémicas.

LO PEOR: Su estilo es demasiado francés y sólo será apreciado por quienes coincidan con sus tesis.

Este es un libro insolente, intencionadamente provocador, rebelde como puede serlo Aznar. El autor, periodista de Le Figaro, autoconfeso hijo del 68, votante de Miterrand y después de Jean Pierre Chevènement, se alinea con un creciente proceso en las sociedades occidentales que encuentra sus mejores expresiones en Francia y en EEUU (aunque aquí tampoco estemos lejos) y que suele manifestarse en una doble vertiente. De una parte, los intelectuales de derecha están sometiendo a examen algunas de las tendencias asumidas como convenientes por la sociedad y por los poderes públicos (de una tendencia política y de otra), revisando las certezas que se instalaron en la mente social a finales de los sesenta. De otra, guardan un aire altivo y polemista que se refleja de modo sistemático en sus textos, sobre todo si trabajan habitualmente en los medios, y más aún si militaron antes en la izquierda.