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Dos hermanos y un destino
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Dos hermanos y un destino

Hay dos elementos indisolublemente ligados a la literatura norteamericana moderna: la carretera y los moteles. Kerouac y toda la generación beat se rindieron a sus encantos

Hay dos elementos indisolublemente ligados a la literatura norteamericana moderna: la carretera y los moteles. Kerouac y toda la generación beat se rindieron a sus encantos y a su condición de estaciones de paso hacia un conocimiento interior ayudado de otros viajes sustanciales. Pero no fueron los únicos en vagar por el asfalto con su cadillac, con su dogde, su ranchera o su descapotable de turno. Otros muchos siguieron sus pasos entendiendo que vivir es movimiento y el destino no llama a tu puerta. Hay que buscarlo.

Con el aliento de Sam Shepard o, incluso, de Susan E. Hinton, pero sin su carisma, todo hay que decirlo, se presenta esta novela con la que Willy Vlautin, cantante y compositor del grupo Richmon Fontaine, se estrena como escritor. Vida de Motel es un acercamiento al universo de dos hermanos huérfanos que intentan salir adelante con lo mínimo y que encuentran en sus ilusiones, ejemplificadas en las historias que uno de ellos se inventa para el otro, una mitología propia que les da fe para seguir adelante.

Vlautin comienza el trayecto con pequeños trazos de brillantez, aunque enseguida nos hace dudar de que su ambición como escritor no va más allá de contar una historia sencilla y sin florituras que, sin ninguna duda, se lee con sumo placer. Claro, fluido y sabiendo introducir de una manera imperceptible alguna que otra mirada al pasado, adopta la mirada de Frank, el menor de ellos y el que va tirando del otro, sumido en un pozo de amargura tras un trágico suceso: "Mala suerte; la sufren muchas personas a diario. Es una de las pocas certezas absolutas (...) supe que la mala suerte nos había encontrado a mi hermano y a mí. Y nosotros la cogimos y nos atamos los pies con ella, como si los hubiésemos hundido en cemento fresco" (p. 17).

Vlautin es muy lineal, pero efectivo. Se limita a narrar lo justo y necesario de cada situación en la que sumerge a sus protagonistas, siempre trabajando en lo que buenamente pueden mientras comparten algún que otro pack de seis cervezas o una botella de whisky, al que no renuncian por más que Willy Nelson, el cantante al que adoran y escuchan constantemente, reconozca que es la peor de las drogas. Jerry Lee y Frank se tiran a la carretera con lo puesto, mirando hacia delante. El lugar en el que serán felices nunca es en el que están, es una promesa que tan solo se atisba al final de ese río de asfalto, más allá del paisaje de Reno.

Aunque le falta rodaje como escritor, lo cierto es que Vlautin apunta maneras, sobre todo por la forma en que conecta toda la historia y por su dominio del diálogo. Pero a la novela le falta más trasfondo y su sucesión de acontecimientos acaba resultando repetitiva, quizá por una poco cuidada evolución de los personajes. No obstante auguramos un futuro prometedor a este músico metido a escritor, pues talento no le falta.

Hay dos elementos indisolublemente ligados a la literatura norteamericana moderna: la carretera y los moteles. Kerouac y toda la generación beat se rindieron a sus encantos y a su condición de estaciones de paso hacia un conocimiento interior ayudado de otros viajes sustanciales. Pero no fueron los únicos en vagar por el asfalto con su cadillac, con su dogde, su ranchera o su descapotable de turno. Otros muchos siguieron sus pasos entendiendo que vivir es movimiento y el destino no llama a tu puerta. Hay que buscarlo.