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La compleja verdad sobre las mujeres que tienen veinte años
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A FONDO: TODO SOBRE LAS (NUEVAS) MUJERES

La compleja verdad sobre las mujeres que tienen veinte años

“¿Cómo debería ser una persona? Me lo planteo a veces y no puedo evitar que mi respuesta sea: famosa. Aunque, por mucho que adore a los

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La compleja verdad sobre las mujeres que tienen veinte años

“¿Cómo debería ser una persona? Me lo planteo a veces y no puedo evitar que mi respuesta sea: famosa. Aunque, por mucho que adore a los famosos, yo jamás me mudaría de verdad a un lugar en el que los famosos existieran de verdad. Mi misión es llevar una vida sencilla, en un lugar sencillo, donde sólo exista un modelo a seguir para cada cosa. Con vida sencilla me refiero a un modelo de notoriedad imperecedera en la que no me vea obligada a participar. No quiero que cambie nada, salvo el hecho de ser lo más famosa posible sin que ello suponga ninguna alteración”.

Lo dice Sheila, el personaje inventado por Sheila Heti, autora de ¿Cómo debería ser una persona? (Alpha Decay) y retratista de referencia de ese submundo juvenil formado por postgraduados universitarios en la veintena que tan popular se ha vuelto en el panorama mediático anglosajón a partir de series como Girls, de creadoras como Lena Dunham, de actrices y humoristas como Margaret Cho o de escritoras como Meredith Haaf.

Y lo que dice Sheila, la autora, sobre su personaje, es una buena forma de definir a su generación, “Cuando hablo de querer ser famosa, no me refiero a mí, Sheila, sino a una cierta actitud que impregna nuestro tiempo. A lo mejor es una meta vacía, pero es una meta legítima”. Claro, ¿por qué no? ¿Qué tiene de malo querer ser famoso? ¿O qué tiene de malo pensar (como se afirma en su novela) que “no entiendo ese rollo de leer cuando hay tanto por follar”? ¿O qué tiene de malo pensar que “si hablamos de los hábitos de consumo de alcohol en los círculos en los que me muevo, yo soy la regla. Y la regla es: bebe todo lo que tu presupuesto te permita?”. ¿O qué tiene de malo pasarse varios días “en casa de Israel, con el teléfono sin batería, practicando las mamadas, empeñada de hacer de ellas la perfección. Empecé a sentirme orgullosa, como si estuviera haciendo algo de utilidad por el mundo y ni por un momento se me pasó por la cabeza que debería estar haciendo algo importante en un sentido más anticuado…”?

Sus comportamientos en apariencia rupturistas no hacían más que encubrir estereotipos manidos, viejos y alarmantemente machistasNada, afirman Sheila y sus chicas, porque todo es legítimo. Una actitud muy similar a las que podemos encontrar en series como Girls, que generó gran polémica en el entorno anglosajón. Estas chicas gafapasta, de pronto, hacen y dicen cosas atrevidas y "poco femeninas", sin darlas importancia, con naturalidad y sin ser conscientes de que eso puede generar algún debate. Una forma de enfocar el asunto que hizo que sonara la alarma conservadora y que señalase la falta de valores de una generación y que apuntase con su dedo a la estrella de la cosa, Lena Dunham. Al poco tiempo, todo ese sobresalto cambió de acera, y surgieron quienes atacaban a esta generación llorica porque sus comportamientos en apariencia rupturistas no hacían más que encubrir estereotipos manidos, viejos y alarmantemente machistas.

Un nuevo perfil social

Tanta discusión, a menudo irrelevante, señala de forma inequívoca cómo están surgiendo nuevos perfiles sociales, y esta generación de veinteañeras es un buen ejemplo. En ella se mezclan, como señala Ana León, doctora en sociología y profesora en UNIR, rasgos de modernidad con otros más tradicionales. Por una parte, encontramos en ella esa actitud transgresora que caracteriza a la juventud, y que implica ruptura con lo anterior, con lo establecido, “así que no hay nada sorprendente en que la actitud de protagonistas de series actuales, como Girls (que en teoría dibujan un retrato de la sociedad), sea ácida, rebelde y alejada de los cánones más tradicionales. Y con tradicional no me refiero a conductas de hace veinte o treinta años. Retrocedamos tan solo unos años y vayámonos a la serie Sexo en Nueva York, con la que a menudo es comparada Girls por las similitudes que guarda. En mi opinión, la antropología sexual urbana de Carrie parece puritana al lado de cómo experimentan la sexualidad los personajes de Girls, tanto ellas como ellos”. 

Pero, por otra parte, estos discursos de la cultura pop también esconden actitudes latentes y contradictorias, que dicen mucho acerca de las transformaciones que están aconteciendo en nuestra época, y de las oportunidades e inseguridades que están generando. Según León, “la convivencia de lo nuevo y lo viejo es otro fenómeno que es evidente en nuestra sociedad. Y esta convivencia, lejos de reproducir una estructura determinada, lo que hace es representar una realidad que es confusa, cambiante, y elusiva”.

Y eso no es malo en absoluto. Como afirma Sheila Heti (en la foto), “nuestro comportamiento está influido por las dificultades que encontramos. Y por eso encuentro tan apasionante ser una mujer hoy (no me lo parecía cuando era joven, deseaba ser un hombre). Creo que estamos ante un tiempo nuevo para las mujeres en particular. Es muy emocionante tener mucha más libertad y muchas más opciones que nuestras antepasadas. Por supuesto, muchas de nosotras acabamos tomando las mismas decisiones que tomaron ellas en lo que respecta a los niños y la familia, pero quizás interpretamos estos papeles de forma diferente a cómo los cumplíamos en el pasado. Aunque creo que sigue siendo un tabú rechazar este tipo de relaciones tradicionales, las mujeres podemos hacerlo con el apoyo y el entendimiento de muchas más personas que antes”.

“En este sentido, debería estar satisfecha con ser famosa para tres o cuatro amigos. No obstante, tal cosa es un espejismo. Ellos me aprecian por cómo soy mientras que yo prefiero que me aprecien por cómo aparento ser; y a través de quién aparento ser, quiero llegar a ser quien soy. Somos todos motas de suciedad, todos en este mundo al mismo tiempo. Pienso en todas las personas que están vivas y me digo: Son mis coetáneos, son mis putos coetáneos. Vivimos en una época de grandes artistas de la mamada. Cada era tiene su expresión artística. El siglo diecinueve, por ejemplo, fue fenomenal para la novela”.

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En este par de párrafos de la novela de Sheila Heti, aparecen condensados los temas en los que su escritura, y su generación, se revuelca. Ahí están el afán transgresor, la ironía, el juego (y la inversión) entre realidad y representación, las dudas existenciales. Y, claro está, el elemento estético, crucial en el siglo XXI. Algo que las nuevas generaciones están entendiendo desde dos puntos de vista. En un sentido, porque desde el mundo gafapasta, el creador es la creación. La identidad es algo que se construye, y por tanto, es algo sobre lo que hay que trabajar desde muchos puntos de vista. La apariencia es uno de los principales. 

Nadie tiene derecho a decirme qué es o no denigrante, o qué tendría que ponerme o causarme rechazoLas veinteañeras de clase media de las viejas generaciones se preocupaban por su aspecto como proyecto de vida, debían estar bellas para agradar al hombre adecuado. Las contemporáneas tienen otra perspectiva en mente. Como señala León, “la estética y la búsqueda de la belleza siguen estando muy presentes, y ambas están ligadas a la construcción de la identidad o a la presentación pública del yo. Las jóvenes quieren sentirse guapas y deseadas. Además, asumen que la sexualidad es poder. Da igual en qué tendencia concreta de moda se plasme este deseo: siempre estará ahí y formará parte de la feminidad. Hemos ganado en el hecho de que existe un abanico más amplio de estilos con los que poder expresar nuestra personalidad. Y las jóvenes (al igual que los chicos) juegan a reinventar continuamente su apariencia. Me da la sensación de que las chicas de hoy han hecho de este fenómeno una seña de identidad. Ciertamente debe ser difícil marcar o diferenciarnos con respecto a los demás, cuando hay tanto para elegir (de nuevo la maldición del “have it all”); con lo cual no es de extrañar que los esfuerzos que exigen la personalización de nuestro aspecto sean cada vez mayores”.

Hay, pues, una construcción de la identidad que pasa por hacer visible la diferencia a través de elementos estéticos. Pero hay otra que pasa por afirmar la personalidad a través de las elecciones que se realizan, aun cuando eso (o especialmente si eso) suponga una alteración de lo que la sociedad y los demás esperan de uno. Ese es el dilema en que se mueve la protagonista de ¿Cómo debería ser una persona? y ese es también el de su generación, que a menudo es resuelto de formas paradójicas.

"Hago lo que me la gana"

Por ejemplo, cuando se aceptan roles de sumisión y de dependencia en la pareja que parecían proscritos por el discurso público. O quizá sea exactamente por eso por lo que regresan: ir contra lo prohibido es cool, pero más guay que rebelarse contra la norma es ir un paso más allá y hacerlo contra la contestación a la norma. Por eso, señala Ana León, “existe un rechazo a ciertos eslóganes feministas que las jóvenes catalogan como paternalistas y excesivamente normativos o moralistas. Como dice una de las protagonistas de la serie Girls cuando se enfrenta a un libro que estipula qué comportamientos sexuales que son denigrantes para las mujeres, ‘Nadie tiene derecho a decirme qué es o no denigrante, o qué tendría que ponerme o causarme rechazo’. Simplemente las generaciones de hoy no aceptan normas, por muy legítimo que sea el movimiento social del que vengan”. Una tendencia peculiar que tiene una vuelta de tuerca más en la siguiente generación, la de las chicas que tienen entre 15 y 20 años, donde, asegura Pilar Jiménez, psicóloga de Global Psicosalud, “muchas adolescentes ven normal que sus novios controlen cómo visten, con quién salen, dónde van o con quién hablan. Es una involución que probablemente tenga mucho que ver con el exceso de información contradictoria que recibimos”. 

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué ese proceso de marcha atrás es visto como algo liberador, como una afirmación de sí? La clave es similar a la que proporciona Rubén, un periodista que analiza la nueva película de Almodóvar como una suerte de continuación de las que protagonizaban en los setenta Pajares, Esteso o Landa: “Coges a cómicos populares de tu época y haces una comedia intrascendente de chochos y pollas”. Lo que estaría haciendo Almodóvar es recoger las actitudes del machismo rancio y trasladarlas a otro contexto, el del mundo gay, donde de pronto se vuelven graciosas y divertidas. Y probablemente las veinteañeras gafapasta estén haciendo lo mismo, al recoger actitudes típicas del sexismo cutre y convertirlas, en tanto rompedoras, en algo muy cool.

O quizá no, y como dice Sheila Heti, lo mismo ahora se esté buscando la individualidad de un modo mucho más auténtico, no sujeto a las convenciones sociales. “¿Has leído el libro sobre el amor de Alain Badiou? Sugiere (y no es el único) que hemos convertido las relaciones y la búsqueda de amor en una especie de acto comercial. Creo que es verdad. El verdadero amor es muy complejo y escapa a nuestra comprensión, es un auténtico misterio, al igual que todo lo que sucede entre las personas. Muchas de las vidas románticas de la gente reflejan esto de verdad, pero hay mucha propaganda que apoya el tratar a los demás como algo desechable. Lo que resulta admirable es tratar de comportarse de forma responsable en medio del misterio, la complejidad y el desorden”.

Este reportaje continuará mañana.

“¿Cómo debería ser una persona? Me lo planteo a veces y no puedo evitar que mi respuesta sea: famosa. Aunque, por mucho que adore a los famosos, yo jamás me mudaría de verdad a un lugar en el que los famosos existieran de verdad. Mi misión es llevar una vida sencilla, en un lugar sencillo, donde sólo exista un modelo a seguir para cada cosa. Con vida sencilla me refiero a un modelo de notoriedad imperecedera en la que no me vea obligada a participar. No quiero que cambie nada, salvo el hecho de ser lo más famosa posible sin que ello suponga ninguna alteración”.