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Nadie quiere decirle que no a sus padres
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Nadie quiere decirle que no a sus padres

Ana es heredera de tercera generación de un negocio familiar. Desde que nació ha visto mezcladas las conversaciones sobre la compra de la casa o los

Ana es heredera de tercera generación de un negocio familiar. Desde que nació ha visto mezcladas las conversaciones sobre la compra de la casa o los deberes de su hermano con los problemas de financiación del negocio y las peleas con los empleados.

Ahora es madre y busca su lugar profesional en el mundo, pero para ella esta búsqueda no es libre. Su apellido la condena a una responsabilidad vitalicia de preservar y proteger el legado familiar. A sus casi 35 años aún no sabe si puede perseguir su propia carrera profesional porque en cualquier momento pueden pedirle que intervenga en un asunto del negocio familiar. Desde una gestión de un par de días hasta un proyecto de cinco años, Ana dejará de lado cualquier otra actividad si su padre se lo pide.

Forma parte del doble discurso que manejamos todos con nuestros familiares, sólo que a los demás no nos condiciona laboralmente. Nos cuesta tanto decirles que no a nuestros padres que somos capaces de asumir todo tipo de cargas, responsabilidades y obligaciones cuando se supone que deberíamos estar creando un futuro para nuestros hijos.

Es un doble discurso engañoso porque en la superficie parece que toda la familia está volcada hacia el futuro: en nuestras palabras se busca siempre el crecimiento y educación de las nuevas generaciones. Pero en nuestros silencios se esconden nuestras lealtades volcadas hacia el pasado, cada vez que dejamos nuestros proyectos para ir a salvar a nuestros padres de sí mismos como si fuesen niños. ¿Por qué lo hacemos?

En la portada de un periódico de esta semana aparecía una chica de quince años que decía que “la sonrisa de su hija era el principio del día para ella”. La foto mostraba a una chica joven con la cara escondida en el abrazo inocente de un bebé. Por muy bucólica y tierna que parezca esta imagen, esconde un fallo importante que cometemos casi todos con nuestros hijos. Le damos a un bebé la responsabilidad de hacernos felices cada día, y no hay bebé que se resista a una petición como esta. Así nos encontramos treinta, cuarenta o cincuenta años más tarde, incapaces de ver sufrir a nuestros padres.

Ana ha dedicado los últimos cinco años de su vida a lanzar trabajosamente tres proyectos diferentes en el negocio familiar. Se ha dejado la piel en demostrar los conceptos, encontrar clientes y aliados, convencer a sus primos y tíos del interés de cada una de las tres ideas. Es el modo en el que Ana huye de tener que decirle a su padre que deja el negocio y se busca otra vida. Con tal de no decirle que no, Ana está dispuesta a emprender un nuevo proyecto inútil que le consuma dos o tres años de angustia, esfuerzo y frustración. Con lo rápido que sería decir “Papá te quiero mucho, pero no me pidas que te haga esto”.

El padre de Ana, irónicamente, sólo quiere verla feliz, realizada y volcada en sacar adelante a sus propios hijos. El problema es que no se lo dice. Por un lado asume que ella ya lo sabe, y por otro sigue apoyándose en ella para los detalles más tontos. Es más fácil pedirle a Ana que haga la gestión telefónica que hacerla él mismo. Y así Ana acaba buscando descanso y apoyo en su hija recién nacida cuando se siente angustiada, replicando el mismo problema en la siguiente generación.

Apoyarnos en nuestros hijos para ayudar a nuestros padres es un sinsentido que llevaría en el extremo al final de la raza humana. La evolución de la especie dicta que nos apoyemos en nuestros padres para ayudar a nuestros hijos. Y para ello tenemos que aprender a separar el “no te quiero” de “no puedo resolver tu problema”. No decimos que no a nuestros padres porque tememos que crean que no los queremos. Mezclamos dos mensajes diferentes.

Ana va a empezar a decir “te quiero mucho, papá, pero no puedo hacerte la gestión del banco” hoy mismo. Así irá cogiendo fuerza en los detalles pequeños para poder decidir libremente lo que hace con su vida profesional, sin sentirse culpable por no participar en el negocio familiar. Y así su hija también podrá dejar de preocuparse por hacerla sonreír cada día.

*Pino Bethencourt es asesora de alta dirección y profesora del IE Business School. Socia de IWF

Ana es heredera de tercera generación de un negocio familiar. Desde que nació ha visto mezcladas las conversaciones sobre la compra de la casa o los deberes de su hermano con los problemas de financiación del negocio y las peleas con los empleados.