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El día que le mostraste al Gobierno la senda hacia una nueva democracia
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El día que le mostraste al Gobierno la senda hacia una nueva democracia

La tecnología ha cambiado tanto nuestra sociedad que un basta un adolescente tumbado junto a su portátil para sacarle los colores al poder. Me refiero al

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El día que le mostraste al Gobierno la senda hacia una nueva democracia

La tecnología ha cambiado tanto nuestra sociedad que un basta un adolescente tumbado junto a su portátil para sacarle los colores al poder. Me refiero al último incidente de Anonymous con el Gobierno de una nación centenaria, y el adolescente no es más que una figura retórica que nos representa a ti y a mí. Y también a cualquier miembro del partido descontento con el devenir de los acontecimientos. O de un medio de comunicación que tuviera interés por levantar estos días una cortina de humo. En realidad, el adolescente representa a todo el que no tenga voz en los resortes del poder. Porque Anonymous no es una organización, sino una serie de individuos que comparten una ética común y llevan a cabo acciones reivindicativas.

Los libros de contabilidad que se filtraron el lunes siempre debieron ser públicos. No solo los del PP, sino los de cualquier organización que se financie con nuestros impuestos, que en este caso es en más del 80%. Dado que la dichosa contabilidad B no va a llegar hasta el contribuyente, que al menos lo haga la oficial, para que sea el escrutinio popular el que decida si es de recibo gastar el sueldo de un ciudadano en Lacasitos o la nómina anual de dos en una página web (Rajoy.es) que no recibe 100.000 visitas diarias ni con el aludido en la cresta de la ola informativa.

Alguno dirá que son gastos superfluos, naderías, simples ejercicios de demagogia periodística. Puede ser, pero muchos ven en esas tonterías la evidencia de que aquellos que nos arengan a remar no sujetan un remo entre sus manos.

Naturalmente la reacción del poder pasa por demonizar al díscolo. A Anonymous es fácil tacharles de piratas. Lo son. En tanto que robar y difundir documentos confidenciales no es un delito, sino dos. Y cuando sucede a escala internacional -Snowden, Assange- ya no se le llama hacker, se le llama espía, y al refugiarse en embajadas exóticas se le añade la coletilla de "traidor". No obstante, si bien es discutible lo necesario de que la población de conozca los flecos de la diplomacia, no lo es nuestro derecho a saber en qué se emplea el dinero con el que contribuimos al funcionamiento del Estado.

España es un país que no sabe cómo gastan su dinero las instituciones, cuánto tributan sus principales empresas, dónde se esconde la economía sumergida ni por qué rescata a unos bancos que les han cortado la financiación. Es un país que ha sido, y sigue siendo, un paraíso para ejercer el Noble Arte de la Corrupción. Y el primer paso para cambiar el paradigma nacional es la información; cuando sepamos qué hacen, veremos qué hacemos con ellos. El contribuyente, que a la sazón es también cliente, merece más que echar las monedas a un saco desfondado y confiar en la buena fe de quienes lo administran.

Al tiempo que aumenta el volumen de información el cuarto poder se desplaza hacia el ciudadano, ávido por saber, que en un solo año digiere tantos datos como lo hizo su tatarabuelo en toda una vida. Tanto es así que hemos entregado nuestra privacidad a cambio de conocer un poco más de los demás. Es la Era de la Información la que moldea a nuestro mundo a marchas forzadas, y parece que esta década se la va a dedicar a la casta política. La actual generación de dirigentes tiene ante sí el reto darwinista más severo: reconducirse en auténticos funcionarios públicos o desaparecer engullidos por las nuevas formas de comunicación.  Si no son éstos serán los que vengan, pero, al final de todo, "lo que tenga que ser público, será público".

La tecnología ha cambiado tanto nuestra sociedad que un basta un adolescente tumbado junto a su portátil para sacarle los colores al poder. Me refiero al último incidente de Anonymous con el Gobierno de una nación centenaria, y el adolescente no es más que una figura retórica que nos representa a ti y a mí. Y también a cualquier miembro del partido descontento con el devenir de los acontecimientos. O de un medio de comunicación que tuviera interés por levantar estos días una cortina de humo. En realidad, el adolescente representa a todo el que no tenga voz en los resortes del poder. Porque Anonymous no es una organización, sino una serie de individuos que comparten una ética común y llevan a cabo acciones reivindicativas.