Es noticia
Hitchcock: el conservador retrato de un audaz
  1. Mercados

Hitchcock: el conservador retrato de un audaz

Que las biografías audiovisuales son atractivas para el gran público es algo evidente desde que el cine es cine. Que se lo digan a Paul Muni,

Que las biografías audiovisuales son atractivas para el gran público es algo evidente desde que el cine es cine. Que se lo digan a Paul Muni, que encadenó un personaje real tras otro en los años 30, dando lugar al llamado "síndrome Paul Muni" término usado cada vez que un actor se obsesionaba con alcanzar un Oscar a base de imitar personajes que habían dejado su impronta en el mundo real. Solo era cuestión de tiempo que Hollywood se decidiese a explotar, más que la Historia con mayúsculas, su propio pasado y más aún en un siglo XXI algo ‘enfermo’ de nostalgia. Tal vez contagiado por algo de ese ‘síndrome Muni’, Anthony Hopkins se convierte en el epicentro de este Hitchcock que se viene a sumar a Mi semana con Marilyn y a los otros biopics que han explotado con más oportunismo que talento la fiebre creativa y los excesos habituales del Hollywood clásico.

Al igual que Mi semana con Marilyn, este Hitchcock se centra en una etapa determinada de la vida del mal llamado ‘maestro del suspense’: aquel año en el que, enfrentando una crisis creativa, encontró en una novelucha de baja estofa su siguiente proyecto: esa laureada Psicosis que se acabaría convirtiendo en su gran éxito. En el periodo de gestación de esa obra maestra están concentradas todas las claves de la oronda figura que le dio vida: su obsesión por las rubias protagonistas de sus películas, la imperiosa necesidad de que su esposa, Alma Reville, fuese parte indisociable del éxito de su cine, su eterna socarronería y su negrísimo sentido del humor. Y todo ello aderezado, papadas aparte, con la magnífica interpretación de Anthony Hopkins, que calca desde la cadencia de su forma de hablar hasta su inquietante y falsa impasibilidad.

La lástima es que, a la hora de reflejar un proyecto que supuso un revulsivo en un Hollywood, el de principios de los 60, que cambiaba a marchas forzadas, el director, Sacha Gervasi, sea tan conservador. No faltan los tópicos de los biopics, desde la planificación telefílmica, hasta el carácter episódico y el que parece ser el gran crimen de esta producción: ciertas ensoñaciones del protagonista que huelen a La dama de hierro y que resultan manidas hasta el extremo. A pesar de la credibilidad de la relación entre Hitchcock y su mitad creativa, su esposa Alma, la película acaba funcionando más como comedia que como drama y no aporta nada nuevo a la conocida historia de Norman Bates, su madre y el motel con ‘madre’ asesina. Una lástima ser conservador y apostar por lo seguro a la hora de hablar de un hombre que, justamente, apostaba por la innovación técnica y por un cine que, sabiéndose comercial, iba a contracorriente.

Sin embargo, como todo lo malo que acaba siendo bueno, la película funciona como un ejercicio ‘camp’ que acaba resultando un divertimento para cualquier cinéfilo. El ir y venir de nombres como los de Vera Miles o John Gavin, los tejemanejes de Paramount para presionar a su director, o la recreación de ciertas escenas míticas como la de la ducha resultan tan deliciosos como los excesos de la Queridísima Mamá que retrató a una despiadada Joan Crawford o el carácter esquizofrénico del David O’Selznick que mostró La guerra por Escarlata O’Hara. Atractivo resulta también todo recurso cómico que explote el negro humor de Hitch y su despiadada visión de la condición humana. Sin embargo, una vez finalizada la película es inevitable pensar que esta no era la comedia que un personaje de la altura de este perturbado genio merecía.

Que las biografías audiovisuales son atractivas para el gran público es algo evidente desde que el cine es cine. Que se lo digan a Paul Muni, que encadenó un personaje real tras otro en los años 30, dando lugar al llamado "síndrome Paul Muni" término usado cada vez que un actor se obsesionaba con alcanzar un Oscar a base de imitar personajes que habían dejado su impronta en el mundo real. Solo era cuestión de tiempo que Hollywood se decidiese a explotar, más que la Historia con mayúsculas, su propio pasado y más aún en un siglo XXI algo ‘enfermo’ de nostalgia. Tal vez contagiado por algo de ese ‘síndrome Muni’, Anthony Hopkins se convierte en el epicentro de este Hitchcock que se viene a sumar a Mi semana con Marilyn y a los otros biopics que han explotado con más oportunismo que talento la fiebre creativa y los excesos habituales del Hollywood clásico.