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Algo se mueve en la política española: el voto nacionalista se desinfla
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Algo se mueve en la política española: el voto nacionalista se desinfla

Algo está cambiando en la política española. Y no precisamente en la dirección que quisieran los partidos nacionalistas. Las últimas elecciones gallegas y vascas reflejan que

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Algo se mueve en la política española: el voto nacionalista se desinfla

Algo está cambiando en la política española. Y no precisamente en la dirección que quisieran los partidos nacionalistas. Las últimas elecciones gallegas y vascas reflejan que el fenómeno del nacionalismo lejos de crecer se desinfla. Y lo mismo sucedió en las elecciones al Parlamento de Cataluña de 2006, cuando los partidos con implantación exclusiva en la comunidad autónoma (CiU, ERC e Iniciativa) perdieron 175.108 votos respecto de las elecciones anteriores.

El caso  más reciente es el del nacionalismo vasco. Pese al histórico triunfo del PNV (30 diputados) gracias a que ha aglutinado los votos de otras formaciones análogas, el partido de Juan José Ibarretxe ha cosechado 28.605 votos menos que en los comicios celebrados hace cuatro años.

La cifra puede parecer pequeña, pero hay que tener en cuenta que los 532.725 votos logrados el pasado domingo de forma conjunta por el PNV, Eusko Alkartasuna  Aralar, y EB-IU suponen una distancia de 150.359 votos respecto de las elecciones de 2001. Es decir, que los partidos nacionalistas han perdido más de la cuarta parte de su respaldo electoral en apenas ocho años. En ambos casos no se incluyen los datos de la izquierda radical abertzale, y que en las pasadas elecciones se ha situado en el entorno de los 100.000 votos (esa es la cantidad de papeletas declaradas nulas, que era la opción elegida por el mundo de Batasuna para ‘concurrir’ en las elecciones).

La causa del descenso tiene más que ver con una desmovilización de su electorado que con un repunte del voto no nacionalista, que el pasado domingo también perdió apoyo popular, pero en mucha menor cuantía.  Los tres partidos del llamado bloque constitucionalista (PSE-PSOE, PP y UPyD)  se dejaron en el envite únicamente 2.321 votos, pese a que la participación electoral fue sensiblemente inferior: casi cuatro puntos menos que en 2005.

En Galicia ha sucedido algo parecido. El BNG, el único partido parlamentario con implantación exclusiva en la región, obtuvo el domingo 44.706 votos menos que hace cuatro años, y 79.175 menos que en 2001. Pero si se compara con los resultados de 1997 el resultado es todavía más preocupante para el Bloque, que se ha dejado en la cuneta en los últimos doce años nada menos que 128.187 votos. O lo que es lo mismo, en su declive ha perdido casi la tercera parte de su electorado, que básicamente ha ido a parar al Partido Socialista de Galicia.

Trasvase de votos

Y lo mismo le ha ocurrido a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), que de ser una formación emergente en el panorama político nacional, cuenta con derrotas sus últimas comparecencias electorales. En los últimos comicios al parlamento catalán obtuvo 127.969 votos menos que en 2003, lo que es achacable sólo en parte a la menor participación electoral. Los resultados de CiU –que con diferencia fue el partido más votado (140.000 votos más que el PSC)- muestran un trasvase de votos hacia el partido de Artur Mas.

Es decir, que en los últimos cuatro años, las formaciones netamente nacionalistas de Cataluña, País Vasco y Galicia se han dejado en el camino 248.409 votos, lo que representa alrededor del 10% de su electorado. La causa, como se ha dicho, tiene sobre todo que ver con una desmovilización de su electorado tradicional, que en lugar de emigrar políticamente hacia otra formación, ha optado simple y llanamente por la abstención. Esto es coherente con la tradición de los partidos nacionalistas, cuyo respaldo aumenta a medida que se tensiona la vida política, como sucedió durante la segunda legislatura de José María Aznar, cuya estrategia de acoso a todo lo que oliera a nacionalismo significó un fuerte repunte electoral de formaciones como ERC o BNG, que supieron capitalizar acontecimientos como el hundimiento del Prestige o la guerra de Iraq.

Los resultados de los últimos comicios no pueden ser considerados, de ninguna manera, una sorpresa. Los partidos nacionalistas crecen cuando el debate tiene carácter ideológico, lo que les permite movilizar a su electorado en aras de una defensa de los intereses ‘nacionales’. Pero decaen cuando las preocupaciones de los ciudadanos tienen que ver con cuestiones cotidianas o con el bolsillo: el desempleo o la inseguridad ciudadana. Algo que se veía meridianamente claro en las encuestas de opinión que hacen el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) o el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat de Cataluña.

Según este organismo (datos de hace apenas un mes) las tres preocupaciones principales de los ciudadanos de Cataluña (las respuestas son extrapolables al conjunto del Estado) son, por este orden, el paro y la precariedad laboral, el funcionamiento de la economía y la inmigración. Por lo tanto, ni rastro de cuestiones de carácter estrictamente ideológico. Es más, ni siquiera asuntos como la independencia cuentan con respaldo popular. La última encuesta de la Generalitat indica que únicamente el 16,1% de los catalanes respalda un proceso independentista. Y en el País Vasco, según el Euskobarómetro, tan sólo el 29% reclama una alternativa de la forma de Estado en forma de independencia.

Algo está cambiando en la política española. Y no precisamente en la dirección que quisieran los partidos nacionalistas. Las últimas elecciones gallegas y vascas reflejan que el fenómeno del nacionalismo lejos de crecer se desinfla. Y lo mismo sucedió en las elecciones al Parlamento de Cataluña de 2006, cuando los partidos con implantación exclusiva en la comunidad autónoma (CiU, ERC e Iniciativa) perdieron 175.108 votos respecto de las elecciones anteriores.