Cómo timar a un paleto

Dos ejecutivos de una gran empresa energética (Matt Damon y Frances McDormand) viajan a un pueblo rural de EEUU para comprar tierras a los ganaderos locales. Quieren hacerse con los derechos de explotación para perforar la tierra y extraer gas. La llegada atizará el debate entre la posibilidad de ganar dinero y los riesgos de impacto ecológico del fracking...

Tierra prometida arranca con una escena de apariencia rutinaria que contiene todo lo que quiere contar. Los ejecutivos llegan al pueblo de la América profunda y entran en una tienda que vende objetos de primera necesidad como pantalones, botas de pescar… y armas de fuego. Quieren disfrazarse de nativos. Hacerse pasar por alguien que podría compartir cerveza, parrillada y partido en la tele con cualquier ganadero del lugar. Camisas de franela para mutar en el vecino de enfrente. Mientras eligen vestuario no pueden evitar hacer un comentario despectivo sobre el local (repleto de rifles, territorio de rednecks, paletos y votantes potenciales del Tea Party) sin darse cuenta de que el dueño les está escuchando…

Tierra prometida es, por tanto, una película sobre el engaño político. Se trata de ganarse la confianza de los ganaderos, de hacerse pasar por uno de ellos para vender una moto (el fracking) que quizás no funcione.

Hay mucho cerebro de relumbrón detrás de Tierra prometida. Del director Gus Van Sant (Drugstore Cowboy, Elephant, Paranoid Park) a los actores Matt Damon y John Krasinski, autores de la historia junto al escritor Dave Eggers. Todos ellos reconocen tener simpatías ecologistas. No obstante, pese a que casi todos los análisis del filme giran en torno al fracking (controvertida técnica de extracción de gas potencialmente destructiva), la película funciona también como metáfora de una de las preguntas claves de la política estadounidense actual: ¿Quién engaña a los paletos y por qué? O cÓmo conquistar el corazón de la América profunda dando gato por liebre.

George Bush Jr. ganaba elecciones porque parecía un hombre del pueblo. Tenía un deje tejano al que sólo había que añadir una gorra y una lata de birra para que su imagen contrastara con la de los candidatos demócratas, tecnócratas de Washington dispuestos a freír a impuestos y mofarse del americano rural. Que Bush fuera un oligarca y un tecnócrata de Washington de libro no hace más que subrayar el éxito de su experimento político. El asunto no es baladí. Es la misma lógica que ha llevado al Tea Party ha convertirse en un movimiento popular de masas. Hombres poderosos llegados de las ciudades se ríen de la gente corriente y les roban sus cosas, dice el Tea Party. Se trata de un malestar real atizado por la crisis, aunque el Tea Party no echa la culpa a los ejecutivos sino a un exceso de regulación económica que lastra al capitalismo puro. Una teoría tan extravagante como cualquier otra. En resumen: cada facción ideológica explica la crisis a su manera, pero todos coinciden en que alguien ha estafado al pueblo, y es ahí donde Tierra prometida hace su aportación metafórica.

Una historia sobre cómo engatusar a tu cliente/votante en la que el conflicto moral estalla al hacerse visible el mecanismo del timo. La gracia es que el personaje de Matt Damon no necesita disfrazarse tanto como George Bush, que sería la versión caricaturesca de este tipo de engaño. Primero porque tiene un pasado de niño rural (su abuelo tenía una granja con problemas económicos). Segundo porque cree (o al menos quiere creer) que los ganaderos saldrán ganando con el trato. Hasta que la mentira se hace demasiado evidente como para poder esquivarla.  

Director: Gus van Sant
Reparto: Matt Damon, John Krasinski, Lucas Black, Frances McDormand
Género: Drama
Nacionalidad: EEUU
Duración: 106 minutos