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Relatos contra la estabilidad emocional
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EL ESCRITOR JUAN EDUARDO ZÚÑIGA RECUPERA CUARENTA BOMBAS FANTÁSTICAS

Relatos contra la estabilidad emocional

“Todos decían que su mirar velado y los colores de sus mejillas arreboladas podían ser de fiebre pero ella pensaba que nadie habría de saber la

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Relatos contra la estabilidad emocional

“Todos decían que su mirar velado y los colores de sus mejillas arreboladas podían ser de fiebre pero ella pensaba que nadie habría de saber la vehemencia con que ambos se entregaban al amor”, es el final del El secreto, uno de los cuarenta relatos breves que se esconden en Misterios de las noches y los días, de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929), el autor que escribe para salvarse de la guerra, el escritor marcado por la literatura rusa desde los doce años de edad, el forense de la posguerra.

El relato al que nos referimos narra la relación de una jovencita con un viejo visitante que ha terminado por convertirse en fantasma y con el que mantiene una ardiente relación. La jovencita a la que todos elogian su encanto y su dulce inocencia “le veía en el fondo de una habitación, en el corredor, al pie de una escalera, la seguía por la calle, se sentía abrazada con fuerza y ella se entregaba a su abrazo”. De noche se despertaba y le encontraba desabrochándole, despacio, los botones de su camisón.

“En mis relatos, la fantasía busca otra realidad y trata de desvelar los interrogantes que nos hacemos sobre fenómenos materiales que no comprendemos y que obedecen a deseos muy profundos”, explica el autor a El Confidencial. Los personajes que pueblan su obra parecen ser vencidos por la vida, pero bajo esa vida opaca guardan un caudal de emociones capaz de rebelarse contra su destino.

El oído es lo primero

Zúñiga ha tañido todos esos personajes a fuerza de un fino oído al que considera la materia prima de la creación literaria. Quién puede pretender ser escritor sin tratar de atrapar la vida, sin ser capaz de oír los matices de la lengua, pero también las arrugas del corazón. Él cumple con el requisito: hay amor, venganza y ambición, sin olvidar el odio. No hay comedia. Trabaja con las pasiones que modelan el mundo. “Defino estos relatos como breves, intensos y perturbadores porque se refieren a pasiones que amenazan la estabilidad emocional”, aclara el autor.

El secreto de Zúñiga es la justa medida, la narración calculada, el discurso lírico y un lenguaje expresivo con una riqueza plástica como no ha tenido la narrativa española y de la que la mejor muestra es la trilogía compuesta por Largo noviembre de Madrid (1980), La tierra será un paraíso (1989) y Capital de la gloria (2003). Porque Zúñiga fue el primero en refrescar la memoria herida por la Guerra Civil. A pesar del tema, la orientación simbolista nunca abandona la base realista de su trayectoria.

Quizá haya vínculos entre sus relatos de la guerra civil y estos que ahora reedita Galaxia Gutenberg, trece años después de su nacimiento: “Entre dos registros literarios tan distintos como son los relatos testimoniales de la Guerra Civil y estos relatos fantásticos que suceden en la imaginación, no creo que haya una similitud de contenido. Pero quizás un crítico perspicaz no compartiría esta opinión y descubriría la misma sensibilidad ante el sufrimiento humano”.

Destino, la imaginación

Prefiere llamarlos relatos a cuentos porque le parecen al autor que responden a un tipo de narración más descriptiva. Este hecho se anuncia desde el mismo título de los cuarenta, sumamente concisos como La esposa, El ahorcado, La madre o El jugador. “Obedecen a una búsqueda de síntesis y de impersonalidad para que no reflejen nada de lo que trata la trama”, asegura su creador. Hay en ellos una atmósfera similar, nocturna, oscura e imprecisa en el tiempo. “Una ciudad silenciosa y anónima es el escenario común, donde puede desarrollarse, en una aparente cotidianidad, sucesos incomprensibles”.

“Con ojos vacíos, ya sin pelo, con bicas desdentadas, los criminales aullaban, aferrados al negro coche que cruzaba campos y ciudades, pasaba a través de bosques y verdes sembrados y siempre su marcha imparable asustaba a quienes le veían venir y oían su triste alarido, y en una nube de polvo, se perdía a lo lejos para siempre”, es el coche tirado por caballos imparables y enfurecidos. Quizás el relato más veloz.

En la novela El coral y las aguas (1962) ya utilizó la fantasía como recurso para describir la realidad política y social española de entonces. Prohibido leer literalmente, la intención está entre las líneas. “Sólo llevando la acción a un país y a una época lejanos, como era la Grecia clásica, pude reflejar un triste periodo de nuestra historia”. Porque Juan Eduardo Zúñiga no puede desprender su literatura de la sociedad en la que nació. Ya sea para reflejarla, analizarla o huir de ella: “Creo que a la realidad también se puede llegar a través de la imaginación que trabaja con los materiales de la experiencia del autor”.

¿Y ahora? Ahora toca leer a Bertolt Brecht, señala, aquello de “también se cantará sobre los tiempos sombríos”

Antes de que los tiempos sombríos lo oscurezcan todo Juan Eduardo Zúñiga seguirá inmerso en unas memorias que harán las labores de testimonio: “No sólo de mi aprendizaje vital, sino también de los cambios que se han ido sucediendo en cuatro décadas decisivas, que van de los cuarenta a los años ochenta. Siempre he vivido en Madrid, y, por lo tanto, será una cartografía de la ciudad, en la que los ciudadanos trataban de conquistar unas libertades y superar los traumas recientes”. Una buen motivo para no olvidar. 

“Todos decían que su mirar velado y los colores de sus mejillas arreboladas podían ser de fiebre pero ella pensaba que nadie habría de saber la vehemencia con que ambos se entregaban al amor”, es el final del El secreto, uno de los cuarenta relatos breves que se esconden en Misterios de las noches y los días, de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929), el autor que escribe para salvarse de la guerra, el escritor marcado por la literatura rusa desde los doce años de edad, el forense de la posguerra.