Es noticia
“Hay realidades que son de película de terror, pero ya todo nos parece normal"
  1. Cultura
ENTREVISTA CON BRUNO GALINDO, AUTOR DE ‘EL PÚBLICO’

“Hay realidades que son de película de terror, pero ya todo nos parece normal"

“Desde mi punto de vista, España es un país donde hoy conviven generaciones de poder y generaciones de obediencia”, declara el escritor y periodista Bruno Galindo

Foto: “Hay realidades que son de película de terror, pero ya todo nos parece normal"
“Hay realidades que son de película de terror, pero ya todo nos parece normal"

Desde mi punto de vista, España es un país donde hoy conviven generaciones de poder y generaciones de obediencia”, declara el escritor y periodista Bruno Galindo en una entrevista realizada con El Confidencial. Su primera novela, El público (Lengua de Trapo), maneja gran cantidad de temáticas que se suceden capítulo tras capítulo, de la hipertrofia de la sociedad de la información a la derrota personal pasando por la disolución de la identidad moderna en el maremágnum del siglo XXI. Pero también, de esa pugna entre diversas generaciones, las que controlaron el país y las que empiezan a asomar tras la esquina. Entre una y otra se encuentra la de Galindo y la de su fracasado protagonista que recibe el ambiguo apodo de Nuestro Hombre: “La mía (tengo 43 años) es la intermedia e invisible. ¿En qué fallamos? No estoy seguro. Creo que estamos marcados por una infancia amable y bonita y una juventud en la que, en algún momento, nos pudo la indiferencia. Quizá nos drogamos de más. No lo sé”.

Este Nuestro Hombre es un periodista en decadencia al que un buen día el destino le presenta la ocasión de ser redactor jefe en un suplemento de lujo de un periódico progresista: su última gran oportunidad. Aunque los nombres son inventados, no hace falta ser excesivamente avispado para averiguar los paralelismos sugeridos con determinados medios, personajes públicos y usos y costumbres del periodismo español. El propio Galindo reconoce que esta novela tiene una especificidad española. “Quizá en un futuro tenga una cantidad mínimamente significativa de lectores extranjeros y salgamos de dudas. Mientras tanto, creo que El público es más de aquí”.

Millones de personas están fuera del sistema, y muchas de ellas son felicesLa trayectoria del protagonista encuentra su eco en la del propio Galindo, que ha colaborado en medios tan dispares como El País, El Mundo, La Vanguardia o Rockdelux y publicado ensayos o poemarios como Lunas hienas (Ed. Vitruvio) o África para sociedades secretas. ¿Por qué precisamente dar ahora el gran salto a la novela? ¿Y por qué ha tardado tanto si las páginas de El público nos descubren un novelista nato, perspicaz y con un estilo ya forjado desde la primera página? “Como tanta gente en la profesión periodística -que es el lugar donde más he trabajado-, tengo la ambición literaria desde pequeño”, explica. “La novela es el territorio idóneo para contar una historia sin prisas y experimentar con otros géneros con ciertas libertades. Como contenedor de ideas y formatos, como artefacto, me parece contemporánea, interesante y oportuna.” 

Fantasmas de la cultura pasada

Nuestro Hombre es, antes de venderse a las miles del éxito periodístico, el principal experto de un figurado escritor que recibe el nombre de Jozek Briznewicz, al que conoció en sus últimos días y a cuyo proceso de conversión en cliché cultural asiste estupefacto. “El personaje ama de verdad a esos autores: su vida realmente ha transcurrido y se ha formado con esas referencias culturales”, señala Galindo cuando se le espeta si la cultura ya no es más que una forma de dibujar exteriormente nuestra identidad de igual manera que la ropa, un automóvil o una filiación deportiva.

“Es verdad que cualquier compendio de referencias, por intachables que sean, puede convertirse en un banderín”, argumenta el escritor. “Imaginemos a un tipo que –voy a recurrir a algunas referencias que ahora mismo se consideran irreprochables– disfruta viendo The Wire, lee a Philip Roth, compra vinilos de Wilco. ¿Mola, no? Vale. ¿Y qué pasa si ese mismo personaje es objeto de una campaña de, no sé, una nueva oferta ADSL de Movistar? Todo puede verse caricaturizado y reducido a cliché.”

Hay realidades terroríficas hoy en día que parecen sacadas de una películaAsí pues, ¿existe ese “fuera del sistema” donde se podría escapar a esa reducción al cliché que sufre todo lo que en un principio parece proponer algo rupturista? “Claro que existe. Lo que pasa es que al no verlo… no existe. Es lo minoritario. Pero algo minoritario no tiene público. Y si no tiene público –según estas leyes de la posmodernidad de las que hablamos– no existe. Millones de cosas forman parte de lo minoritario y millones de personas están fuera del sistema, y muchas de ellas son felices. Para vivir en este último caso basta con llevarse bien con uno mismo. Bueno, y tener algo de dinero”.

Circuitos cerrados y feedback

En uno de los capítulos finales del vídeo, una cámara de vídeo graba el televisor donde se está retransmitiendo una noticia de última hora. En otro, al igual que ocurría en El quimérico inquilino de Roland Topor (y también en la adaptación de la misma de Roman Polanski) o en Carretera perdida (la novela de Barry Gifford y la película de David Lynch), el protagonista se observa a sí mismo en su casa desde la lejanía de un edificio adyacente. “Es esa fantasía de que el espectáculo convierte al espectador en parte de sí”, resume el novelista.

Un juego especular a partir del cual es construida la huidiza narrativa de la novela, un recurso cada vez más común en la novela contemporánea (pero no sólo en ella, como demuestran el cine o incluso el ensayo). “Es un reflejo de nuestra múltiple atención (o falta de ella)”, señala Galindo. “Estamos tan acostumbrados a ver distintas historias a la vez que casi entendemos mejor lo que se quiere contar desde el relato múltiple. En efecto, ya no hay centro”.

Uno de esos círculos viciosos es el del propio periodismo, que Galindo conoce bien, y que reconoce que “está atrapado en ese feedback, que es creativo e interesante, pero que fulmina su negocio. También está atrapado en su falta de vigencia: el periodismo se basaba en vender información que la gente necesitaba y no podía conseguir de otro modo. Hoy no la necesitas y en todo caso, es gratis”.

Cualquiera se emocionaría el día de la muerte del tirano al que has visto todos los días de tu vida, ¿no?Precisamente la novela, en otra de las múltiples caras de ese caleidoscopio que compone, define la forma en que una sociedad en derrumbe va dando lugar a otra diferente, y cuyos rasgos aún no aparecen configurados por completo. ¿Pueden ser quizá los de esa joven camarera lectora de Briznewicz, perteneciente a un grupo de acción revolucionario? “La novela le otorga a ese último personaje la autoría -compartido con un colectivo omnipresente e invisible- de una revolución que tal vez se parece al 15M o tal vez es violenta”, admite Galindo. “Yo creo que lo viejo desaparece sin que lleguemos a ver lo nuevo, del mismo modo en que funciona un reloj de arena: lo que está arriba se va deshaciendo exactamente en la misma medida en que se va formando lo de abajo. Solo estamos capacitados para ver el plano en el que estamos; el resto está al otro lado, y por la puerta solo cabe un grano de arena”.

El fin del mundo tal y como lo conocemos

Todos los signos presentes en la novela conducen a un clímax inevitable: el derrumbe del sistema en sí mismo. Que no sólo se relaciona, como es habitual, con la crisis económica y sus consecuencias, sino que también supone una representación de ese deseo de destrucción propio de las ficciones de comienzos del siglo XXI: “Hay realidades terroríficas que parecen sacadas de una película. ¿Qué ejemplos darte? En Corea del Sur han desmantelado una red de pastillas hechas con bebés humanos. En el parlamento griego -nada menos- existe un partido nazi. ¿No nos parecen normales ya estas cosas? Sí. Y por eso tenemos esa especie de necesidad del colapso, de amor por el desastre”.

Así que, por lo tanto, vivimos más cerca de la hiperrealidad de Jean Beaudrillard de lo que pensamos. “Lo real y lo irreal se han cambiado, en cierto modo, los papeles. ¿Hay algo que no podamos imaginar hoy en día? No lo creo: podríamos acostumbrarnos en cuestión de horas a casi cualquier nueva barbaridad”, señala Galindo.

Resulta oportuno que el escritor aluda a Corea, porque precisamente uno de sus trabajos más célebres es Diarios de Corea. Viaje a la última frontera de la guerra fría (Debate), publicado en 2007 y que señalaba las diferencias entre las dos Coreas a partir de un formato cercano al del libro de viajes. “Sólo he hecho un viaje a Corea del Norte, y tras la edición de mi libro no podré volver por allí hasta que haya una única Corea. No creo que malinterpretemos ese país: lo que yo he visto allí es lo que todos pensamos, pero mucho más. A lo bestia. Te diré algo que creo que hemos subestimado: la reacción del llanto colectivo ante la reciente muerte de Kim Jong Il. Cualquiera se emocionaría el día de la muerte del tirano al que has visto todos los días de tu vida durante mañana, tarde y noche, ¿no? ¿Y cómo no lo vas a llorar exageradamente en un país en el que todo el mundo está vigilando a todo el mundo, dispuesto a denunciar al vecino para parecer un poco menos sospechoso?

Desde mi punto de vista, España es un país donde hoy conviven generaciones de poder y generaciones de obediencia”, declara el escritor y periodista Bruno Galindo en una entrevista realizada con El Confidencial. Su primera novela, El público (Lengua de Trapo), maneja gran cantidad de temáticas que se suceden capítulo tras capítulo, de la hipertrofia de la sociedad de la información a la derrota personal pasando por la disolución de la identidad moderna en el maremágnum del siglo XXI. Pero también, de esa pugna entre diversas generaciones, las que controlaron el país y las que empiezan a asomar tras la esquina. Entre una y otra se encuentra la de Galindo y la de su fracasado protagonista que recibe el ambiguo apodo de Nuestro Hombre: “La mía (tengo 43 años) es la intermedia e invisible. ¿En qué fallamos? No estoy seguro. Creo que estamos marcados por una infancia amable y bonita y una juventud en la que, en algún momento, nos pudo la indiferencia. Quizá nos drogamos de más. No lo sé”.