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Regla número 1 para la clase media: Si no triunfáis es porque no os da la gana"
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PERO ¿QUÉ HEMOS HECHO CON NUESTRA VIDA?

Regla número 1 para la clase media: Si no triunfáis es porque no os da la gana"

Esta es la segunda parte del reportaje ¿Pero qué le ha pasado nuestra vida? Recoge Joana Bonet

Foto: Regla número 1 para la clase media: Si no triunfáis es porque no os da la gana"
Regla número 1 para la clase media: Si no triunfáis es porque no os da la gana"

Esta es la segunda parte del reportaje ¿Pero qué le ha pasado nuestra vida?

Recoge Joana Bonet en Generación Paréntesis (Ed. Planeta) la vieja norma medieval según la cual cuando había dudas entre dos acusados por el mismo delito, el juez condenaba al más feo, para subrayar cómo nuestro tiempo parece haber tomado ese criterio como pauta principal de actuación. El atractivo, la belleza y la apariencia se han convertido en una tarjeta de visita que marca nuestra identidad con tanta fortaleza como hizo la profesión en el pasado. El cuerpo pasa a primer plano, tanto en sus aspectos estéticos como en los lúdicos, lo que también nos aporta numerosos elementos positivos. Podemos disfrutar de un mayor número de pequeños placeres, tenemos instrumentos y técnicas a mano que nos permiten estar más guapos que nunca incluso en la edad madura, y podemos sacar un partido sensorial a nuestra vida improbable hace sesenta o setenta años.

La idea general es que cualquiera puede estar delgado y que si no es así la culpa es sólo nuestra Y, sin embargo, y a pesar de las enormes posibilidades, ese nuevo mundo no termina de convencernos, y la relación con el cuerpo es quizá el lugar donde con más insistencia se ponen de manifiesto las contradicciones. Tenemos más comida y más sabrosa que nunca, pero no podemos aprovecharla como nos gustaría, porque arruinaría nuestra identidad: engordaríamos. Hay quien sabe sacar partido a este nuevo contexto (por ejemplo yendo a comer a restaurantes de nueva cocina y quemando el sobrante siguiendo las directrices de su entrenador personal) pero la tendencia general, señala José Luis Moreno Pestaña, es que todo el mundo engorde a medida que su edad avanza. Si no se quiere ganar excesivo peso, hay que poner remedio, en forma de inversión de tiempo, dinero y energía, pero eso no está al alcance de todo el mundo. Por eso es frecuente que muchos hombres y mujeres de mediana edad tengan kilos de más, y se encuentren con que su apariencia no es exactamente la que les gustaría.

Como siempre, por otra parte. La única diferencia es que hoy eso resulta particularmente desagradable, porque lo vivimos desde la culpa. Como señala Moreno Pestaña, la idea general es que cualquiera puede estar delgado y que, si no es así, es porque no quiere”. Tenemos interiorizada la exigencia general de mostrar una buena apariencia y, cuando no es así, nuestra autoestima disminuye notablemente, como si el razonamiento pasara por la siguiente secuencia: “soy feo/a, soy culpable, valgo poco”. “No hay más que ver”, afirma Moreno Pestaña, qué ocurre cuando la gente de clase media y de clase trabajadora se junta en actos sociales y celebraciones. “Lo primero que comentan es algo acerca de si los demás han engordado”.

La consideración social que merecemos ha cambiado sus fuentes de valoración. En el pasado, las suegras estaban encantadas de que sus yernos fuesen “muy trabajadores”. Hoy eso les importa mucho menos: los motivos de orgullo no están relacionados con ser buena persona, con respetar las normas o con ser alguien decente, sino con tener un buen puesto de trabajo o ganar mucho dinero. Hoy importa mucho menos el ser como dios manda que el haber triunfado. Tenemos que mostrarnos envidiables a los ojos de los demás y no sólo en lo que se refiere a nuestra delgadez. Porque hemos interiorizado que hoy cualquiera puede triunfar y que si no lo conseguimos, es porque no nos da la gana o porque somos unos inútiles. "Vivimos en un mundo en el que la idea imperante es que todo es posible para quien tenga iniciativa y talento", asegura Moreno Pestaña, "con lo cual, si no tienes lo que quieres es por tu culpa".

Los hogares de nivel socioeconómico medio están viviendo la crisis desde una desorientación notable, según asegura En los bordes de la pobreza (Ed. Biblioteca Nueva), un estudio realizado por diversos investigadores encabezados por el catedrático de sociología de la UNED José Félix Tezanos. En ese segmento se engloba a los hogares formados por trabajadores por cuenta ajena que han dispuesto habitualmente de bienes de primera y segunda necesidad, que no pasaban apuros pero que tampoco disponían de grandes lujos. Sus hijos iban a la universidad, ellos solían pasar fuera unas vacaciones anuales y su vida económica resultaba relativamente estable. Esa clase está sufriendo hoy, afrontando una creciente pérdida de estatus y acercándose a frecuentes situaciones de pobreza. Hablamos de personas que no son pobres ni se reconocen como tales, pero que se echaban a llorar en las entrevistas a partir de las cuales se realizó el estudio porque hacía frío y no podían poner la calefacción porque no tenían dinero. 

Vemos mucha gente con traje y corbata en los comedores socialesEra una situación complicada, afirma Tezanos, que generaba muchas contradicciones, resueltas de formas peculiares. En tanto parte de una clase social, debían mantener las señales de pertenencia a ese segmento, de forma que no aparecieran como fracasados a los ojos de los demás, pero habían perdido los recursos que les permitían disponer de esos signos. Así, “parte de la clase media, y en especial de sus jóvenes, compraban marcas falsas”, echando mano de un clásico del falso estatus. Pero pare ellos, y para su autoestima, era importante no caer también en los aspectos simbólicos, ya que carecían de los materiales. Algo, señala Tezanos, que cada vez es más difícil, “vemos mucha gente con traje y corbata en los comedores sociales ya” y veremos situaciones mucho más complicadas, porque las estructuras empiezan a desagarrarse del todo”.

"Lo que no nos gusta, lo ignoramos"

Pero precisamente por eso, cuanto más se fragilizan los lazos que unen la sociedad y más aumentan las brechas que se separan a sus extremos, más importancia vamos a dar a los signos de triunfo externos y más va a importar la apariencia. Como señala la escritora y psicóloga Lola Mondéjar, estamos viviendo un tiempo de desamparo, en cierta medida similar al que se experimentó en el siglo XIX, cuando la pérdida de sentimientos religiosos derivada de la revolución francesa condujo a un cierto nihilismo. Ahora los que están cayendo son los valores de la Ilustración, lo que está provocando cambios en la configuración psicológica de las personas. “La subjetividad se conforma de acuerdo a una realidad cuyos rasgos son los de la apariencia, lo superficial y el espectáculo, que exige personas que carezcan de raíces, cuyas relaciones no tengan vínculos sólidos y cuyo narcisismo esté asentado en la imagen y la apariencia”. Y eso lleva, sin duda, a desarrollar estrategias de falso estatus, como las puestas en práctica por la clase media, pero también a rechazar aquello que no entra en nuestros esquemas ideales. “Lo central en nuestro aparato psíquico no es la represión como decía Freud, sino la disociación”.

No puedes volcarte en una relación cuando sabes que los lazos pueden romperse en cualquier momentoUn síntoma que, según Mondéjar, se deja sentir en toda la sociedad, pero especialmente en los jóvenes, “que han normalizado esta provisionalidad, cuyos proyectos son frágiles, presentistas, y que no se imaginan el futuro. Desarrollan fantasías de invulnerabilidad, basadas en negar lo que les falta. Viven en una especie de apatía, sin poner demasiada pasión,. Eso les permite adaptarse mejor a la realidad, pero también genera efectos muy negativos. En primera instancia, porque eso provoca que haya muchos sueños, pero pocos deseos. “Se sueña con algo, pero se queda en ese plano. Esa ensoñación no les da el impulso necesario para tratar de hacerlo realidad, no les empuja a trabajar para ello”.

Esa tendencia a la disociación (a ignorar lo que no encaja en lo que queremos) provoca una inevitable falta de compromiso que funciona en una doble dirección. Como señala Juan Carlos Jiménez, profesor de sociología de la Universidad CEU San Pablo, cuando los lazos, sentimentales o laborales, se perciben como inseguros, y cuando no se espera correspondencia por parte del otro, nadie tiende a involucrarse. “Si trabajas dieciocho horas al día y aun así sabes que la semana siguiente te pueden mandar un correo electrónico diciendo que estás en la calle, no es extraño que nadie quiera comprometerse”.

Para Mondéjar, ese es un mecanismo evitativo muy frecuente y lleno de lógica, dada la incertidumbre en que nos han sumido las reglas del nuevo mundo. “No puedes volcarte en una relación cuando sabes que los lazos pueden romperse en cualquier momento. Por eso actuamos concibiendo las relaciones, del tipo que sean, como sustituibles, actuamos sin pensar en el futuro y reprimimos nuestras necesidades afectivas”. Y eso no es bueno, porque los sentimientos y las carencias siguen estando ahí, por más que los escondamos. Si no encontramos formas de expresión adecuadas, terminarán abriéndose camino hacia la superficie de modos mucho más perjudiciales. 

Hasta ahora, las reglas de los nuevos tiempos han producido dos tendencias. De una parte, como asegura José Fernández Dols, catedrático de psicología social de la Universidad Autónoma de Madrid, los grupos sociales que tienen garantizado un mínimo de prosperidad han tomado como horizonte sus necesidades expresivas, desarrollando su identidad a través de los hobbies, del hedonismo de la concienciación ecológica, de los viajes y de lo exótico. Las capas sociales menos favorecidas han girado hacia ideologías fuertes, hacia la religión o hacia el radicalismo nacionalista.

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El ser humano, para mantener su salud mental, necesita creer que el mundo es justo, afirma Fernández Dols. En situaciones en que esa idea es cuestionada por los hechos, suele encontrar coartadas a través de las cuales seguir manteniendo intacta esa visión del mundo y una de las más habituales es culpabilizar las víctimas. “Si puedes atribuir la responsabilidad a quienes han fracasado o a quienes están sufriendo, no habrá contradicción entre la justicia general del mundo y el hecho de que haya quienes lo estén pasando mal”. Pero, llegar a ese extremo implica, en momentos como los presentes, numerosos desplazamientos de las tensiones. Porque, cuando las cosas les van mal a los demás, es fácil que ese prejuicio esté activo y funcione. Pero cuando somos nosotros los que estamos sufriendo, parece mucho más complicado creerlo a pies juntillas.

El ser humano, para mantener su salud mental, necesita creer que el mundo es justoY, sin embargo, es así, y esto explica gran parte de los malestares y del descontento social generado en nuestra época. En lugar de indagar en las causas, actuamos para sentirnos mejor, y sólo podemos hacerlo desplazando las culpas de que nuestra vida no sea como esperábamos. La desatada hostilidad hacia los políticos proviene de esa fuente de malestar, a quienes se les responsabiliza por completo de que la crisis aconteciera, pero también el individualismo creciente proviene de la necesidad de apartarnos de gente a la que, siendo como nosotros, consideramos inferior. Como señala Moreno Pestaña, “es mucho más frecuente que la gente ataque a sus compañeros que a los que mandan. Hay gente que está muy explotada o que lo está pasando muy mal y lo que hace es atacar a quienes están en situaciones parecidas a la suya. Siempre puedes sentirte por encima de alguien que está por debajo de ti”.

Esta es la segunda parte del reportaje ¿Pero qué le ha pasado nuestra vida?