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Cuando el pasado oculta el presente
  1. Alma, Corazón, Vida
ANÁLISIS DEL NUEVO DISCO DE BRUCE SPRINGSTEEN, 'WRECKING BALL'

Cuando el pasado oculta el presente

Aquellos paisajes urbanos deteriorados, poblados por familias que pasaban los sábados por la noche frente al televisor y por obreros fabriles que quemaban sus amarguras en

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Cuando el pasado oculta el presente

Aquellos paisajes urbanos deteriorados, poblados por familias que pasaban los sábados por la noche frente al televisor y por obreros fabriles que quemaban sus amarguras en el pub fueron el contexto en el que Bruce Springsteen situó sus obras maestras. Darkness on the edge of town, The River o Born to run recogían en piezas épicas y melodías sinceras múltiples retazos de la vida cotidiana que sintetizaban su tiempo mucho mejor que cualquier montón de análisis sociológicos. Quien quisiera conocer la época que iba desde la crisis del 73 hasta la América Reaganiana, encontraba en aquellas canciones los retratos más ajustados de los sentimientos y aspiraciones de una clase fordista que, sin saberlo, estaba en proceso de desaparición.  

Muchos años después, Springsteen toma como tarea dar cuenta de otra crisis, la nuestra. La historia parece repetirse, y si las nuevas generaciones tuvieron su Vietnam en Irak, también tienen su recesión, esta vez causada por algo poco comprensible como es la especulación financiera, y no por el encarecimiento de materias de uso cotidiano, como el petróleo.

Sus últimos trabajos se mueven entre lo aceptable y lo insulso

Entre ambas crisis, los tiempos han cambiado, también para Springsteen. No sólo porque entonces fuese un aspirante y ahora sea una estrella consagrada, sino por la paradójica transformación que se ha producido en el rock and roll. En la era de Internet  y del p2p, los grandes triunfadores son aquellos músicos que, como él, obtuvieron su capital simbólico hace mucho tiempo. En un entorno de información saturada, donde aparecen enormes cantidades semanales de producto y en el que los medios de información y selección se han fragmentado, optamos por comprar sólo lo que conocemos bien. En ese peculiar conservadurismo, que nos hace navegar siempre por aguas conocidas. Springsteen está haciendo sus mejores cifras. Y particularmente en España, que es terreno abonado a sus giras masivas.

Cambiar el talento por el sudor

Sin embargo, ese reconocimiento generalizado se produce en el instante cualitativamente más flojo de su carrera. En lo musical, porque sus últimos trabajos han pecado de indefinición, situándose a medio camino entre el deseo de experimentar y la tendencia a seguir los caminos habituales, dando como resultado discos que, caso de Magic o Working on a dream, circulan entre lo aceptable y lo insulso. Y en lo literario, porque da la sensación de que esa temática que le hizo tan especial se ha agotado. Cuando agarra entre sus manos algún asunto importante, como el 11 S o la guerra de Irak, su capacidad como letrista continúa brillando, pero cuando no es así (y no es así la mayoría de las veces) sus textos pueden resultar curiosos (Girls in their summer clothes) pero raramente resultan relevantes.

No puedes tener unos Estados Unidos si estás diciendo a parte de tu gente que no se puede subir al tren

Quizá por eso cambió sus directos épicos por festivas reivindicaciones del rock and roll más simple. Ya no teníamos enfrente al gran cronista de la época, sino a un entertainer que ponía toda la carne en el asador. Su entrega y su saber hacer, respaldado por la enorme E Street Band, consiguieron que sus shows divirtieran a los viejos y nuevos fans que se han dado cita en sus conciertos, pero carecen ya de esa capacidad de reflejar un tiempo que le hizo grande.

Por eso Wrecking Ball era la mejor oportunidad para volver a hacer otro gran disco. La crisis económica está agitando su país, moviendo sustancialmente las aguas de la clase media (desde el Tea Party hasta Occupy Wall Street), creando un ambiente social depresivo y engendrando esa clase de sentimientos contradictorios que Springsteen siempre ha sabido sintetizar. Y lo cierto es que no le falta cierta habilidad para comprender los tiempos. Como aseguraba la pasada semana en París a un periodista de The Guardian: “Se ha roto una gran promesa. No puedes tener unos Estados Unidos si estás diciendo a parte de la gente que no se puede subir al tren. Hay un punto de ruptura en el que una sociedad colapsa. No puedes conformar una sociedad civilizada cuando se vive entre tanta polarización”.

Las ilusiones se desvanecen

Esa idea central, en la que coinciden muchos habitantes de los países occidentales, que esperaban unas condiciones vitales mucho mejores de las que tienen y que creían que el estudio y el esfuerzo les traerían una vida materialmente satisfactoria, es la que da forma a Wrecking Ball. Vivimos en un mundo en el que las ilusiones están desapareciendo, algo que no es en absoluto ajeno a los héroes springsteenianos, pero que se manifiesta ahora desde un punto de vista mucho más torcido: los viejos personajes del de New Jersey estaban acostumbrados a que las cosas marchasen por caminos difíciles, pero creían firmemente (Promised land, Badlands, Atlantic City) en que era posible vencer a los malos tiempos y a las malas tierras; ahora, la sensación más enraizada es que algo se torció en algún momento y ya no va a poder enderezarse, que las viejas promesas nunca llegarán a hacerse realidad. Por así decirlo, los personajes del viejo Springsteen se proyectaban hacia el futuro, convencidos de que su empuje lograría derribar los obstáculos; los del presente constatan el declive y muestran su indignación, pero son incapaces de detener lo que les está cayendo encima. 

Springsteen llega a conclusiones que no son muy diferentes de las de los comentaristas políticos

Y en gran medida, eso es Wrecking Ball. We take care of our own trata de recuperar un deteriorado sentimiento de comunidad, Shackled and Drawn describe el malestar que se crea cuando “el jugador tira los dados y el trabajador paga la factura” o cuando tienen que contemplar la fiesta de los banqueros desde la verja. We are alive recorre la historia de luchas sociales que ha conformado el espíritu americano (I was killed in Maryland in 1877/ When the railroad workers made their stand/ I was killed in 1963 one Sunday morning in Birmingham/ I died last year crossing the Southern desert my children left behind in San Pablo), y Easy Money habla de lo que pasaría si se tomase ejemplo de lo que se ve, con sus protagonistas dedicándose al crimen, imitando a “los gatos viejos y gordos” de Wall Street…

Viviendo entre estereotipos agotados

Pero, mejor o peor tratado, este cúmulo de imágenes, que van desde la reivindicación de un patriotismo integrador hasta la constatación del malestar que genera que unos se lleven la pasta y los demás tengan que hacerse cargo de los gastos, agrupa demasiados lugares comunes. Da la sensación de que Springsteen ha recogido el material para sus canciones desde la pantalla del televisor y no desde la observación directa, llegando a conclusiones no muy distintas de la mayoría de comentaristas políticos. Lo mejor del de New Jersey era su habilidad para penetrar en los deseos y sentimientos del tipo de la calle y sintetizarlos en unos cuantos versos, y eso no está presente en Wrecking Ball.

Cuando miras demasiado al pasado, acabas retratando lo que ya no existe

Tampoco en lo musical encontramos grandes sorpresas. El álbum cuenta con un par de canciones-fuerza, como son el single We take care of our own y el tema que da nombre al disco (que serán las preferidas por sus seguidores más fieles), con demasiados experimentos fallidos (como You’ve got it o Rocky Ground), con un par de baladas que no llegan a explotar (Jack of all trades y This depression) y con muchos guiños a las Seger Sessions (Easy money, Shackled and Drawn o We are alive, que pertenece en parte a Johnny Cash). Nada que llegue a emocionar.

Probablemente el problema del disco, como el de la última producción springsteeniana, estribe en que, cuando quiere retratar el presente mira en exceso al pasado. Es evidente en lo musical, donde los aires folk propios de la canción social estadounidense lastran el resultado, pero es preocupante cuando se trata de analizar la realidad cotidiana. Sus personajes típicos, aquellos obreros fordistas que veían su vida transcurrir en grandes empresas de horarios regulares y carreras para toda la vida ya no existen: ahora hay otro tipo de clase obrera, mucho más ligada a gente formada y precarizada, cuyas perspectivas vitales son mucho más limitadas de lo que esperaban y que en gran parte ha sido nutrida por una clase media descendente. La cuestión es obvia, pues: cuando miras demasiado al pasado, acabas retratando lo que ya no existe. Por desgracia, no es un mal exclusivo de Springsteen. Algo así le ocurre al rock and roll mismo, que está siendo fagotizado por estereotipos que se agotaron décadas atrás pero a los que aún se sigue recurriendo.

Aquellos paisajes urbanos deteriorados, poblados por familias que pasaban los sábados por la noche frente al televisor y por obreros fabriles que quemaban sus amarguras en el pub fueron el contexto en el que Bruce Springsteen situó sus obras maestras. Darkness on the edge of town, The River o Born to run recogían en piezas épicas y melodías sinceras múltiples retazos de la vida cotidiana que sintetizaban su tiempo mucho mejor que cualquier montón de análisis sociológicos. Quien quisiera conocer la época que iba desde la crisis del 73 hasta la América Reaganiana, encontraba en aquellas canciones los retratos más ajustados de los sentimientos y aspiraciones de una clase fordista que, sin saberlo, estaba en proceso de desaparición.