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¿De qué hablan las mujeres cuando hablan de sus hijos?
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LOS PROBLEMAS CON LA PAREJA, CENTRO DE SUS CONVERSACIONES

¿De qué hablan las mujeres cuando hablan de sus hijos?

¿De hijos? ¿O de hombres? Sí, digámoslo con todas las letras: H-o-m-b-r-e-s. Las mujeres cuando hablan de sus hijos siempre terminan criticando a sus maridos. Lo

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¿De qué hablan las mujeres cuando hablan de sus hijos?

¿De hijos? ¿O de hombres? Sí, digámoslo con todas las letras: H-o-m-b-r-e-s. Las mujeres cuando hablan de sus hijos siempre terminan criticando a sus maridos. Lo dicen los psicólogos y los sociólogos. Se reúnen alrededor de un buen plato de pasta o se refugian junto a una taza de café y comienzan a charlar sobre todas esas cosas que tanto les preocupan: la felicidad de sus hijos, la salud de sus hijos, el futuro de sus hijos… Pero, poco a poco, como por arte de birlibirloque, el cauce se bifurca y la conversación deriva hacia otros derroteros; y siempre, o casi siempre, termina varada en aguas cenagosas. O lo que es lo mismo, en los problemas con la pareja.

“Los hijos ya no vienen con un pan debajo del brazo, como se decía antiguamente. En muchas ocasiones son una fuente conflictividad en el seno de la familia. Nuestras investigaciones confirman que las probabilidades de que una mujer se desenamore de su marido se duplican tras el nacimiento del primer hijo”, explica Pau Marí Klose, doctor en Sociología e investigador del CSIC y del Instituto de la Infancia y del Mundo Urbano.

¿Por qué? No estaría de más remontarse al siglo XVI para saber qué está ocurriendo hoy en las sociedades occidentales. Elisabeth Badinter, catedrática de Filosofía, discípula de Simone de Beauvoir y madre de tres hijos revisó en 1980 las prácticas de crianza en las ciudades europeas durante los siglos XVI, XVII y XVIII. En aquella época era costumbre enviar a los recién nacidos al campo para ser cuidados por nodrizas durante los cinco primeros años de vida. Todo el mundo sabía que la mitad de estos niños morían por las pobres condiciones del mundo rural y por la negligencia de las tatas de alquiler, sin embargo, las madres de clase alta (las otras, las más humildes, se limitaban a parir hijos) seguían despachando a sus niños con las amas de leche ¿Por qué? se preguntaba Badinter ¿Por qué esas mujeres aceptaban separarse de sus bebés al nacer y los entregaban a una muerte casi segura? ¿No sería que el instinto maternal no es tan eficiente, tan universal y tan definitivo?

“Los seres humanos no tienen instinto maternal”, afirma Aurora Bernal, doctora en Teología y Pedagogía  por la Universidad de Navarra y Profesora de Teoría e Historia de la Educación en esta institución académica. Esto no significa que la maternidad no sea una seña de identidad femenina, ni mucho menos. Al contrario. “Es un elemento nuclear de esa identidad”, apunta María Rosa Buxarrais, psicóloga, doctora en Ciencias de la Educación y profesora de la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Barcelona. “Por eso cuando las mujeres hablan de sus cosas, de asuntos muy personales, siempre salen a colación sus hijos. Es una manera de reafirmarse como féminas”, apostilla Bernal.

La maternidad, ¿una construcción cultural?

Lo que ocurre es que la maternidad tal y como la entendemos hoy en día es una construcción cultural del siglo XIX que presenta algunos problemas de encaje en las sociedades postmodernas. Bueno, construcción cultural para algunos investigadores. Porque en esto, como en tantas otras cosas en las que la sociología y la psicología tienen voz y voto, la controversia está a la orden del día. Paz Cánovas, directora del departamento de Teoría de la Educación de la Universidad de Valencia, cita los trabajos del psicólogo americano Halgin Whitbourne (Universidad de Massachusetts) y suscribe la opinión de que, desde la adolescencia, el cuerpo de la mujer se moldea para recibir al hijo, y la predispone para cumplir ese papel.

Cultural, o menos, lo cierto es que la sociedad del siglo XXI aún bendice el modelo femenino que forja el siglo XIX, cuando la mujer burguesa adopta el papel, ahora se diría rol, de madre amorosa dedicada al hogar y a los hijos, una esposa que ofrece al varón un refugio armonioso para que él, despreocupado, pueda dedicarse a las tareas públicas. “Nos guste, o no, lo cierto es que éste es el modelo que aún legitima la sociedad. Un 30 o 40% de los ciudadanos puede pensar que es intrascendente, e incluso conveniente, que la mujer trabaje a tiempo completo, pero la mayoría se decanta por lo contrario. Es decir, si hay algo, léase empleo, que perturba el cuidado de los hijos, la madre está obligada a abandonar esas tareas”, explica Pau Marí Klose.

Los estudiosos de la familia comparten la idea de que “la maternidad es un ‘rol’ que ayuda a madurar y forjar una identidad adulta”, en palabras de Paz Cánovas. Un papel estelar en la vida de la mujer que, cuando es bien entendida y vivida, ayuda a consolidar y enriquecer la relación de pareja. “El conflicto estalla en el seno de la familia o le explota a la mujer en las manos cuando nos quedamos en el terreno de los logros. Cuando la vida se convierte en un hacer detrás del otro, en un conseguir. Vivimos en una sociedad donde no es fácil hacer un hueco para pensar en la propia vida, por eso nos cuesta tanto reflexionar sobre la maternidad”, critica la profesora Bernal.

Lo cierto es que desde hace tres décadas la mujer tiene otros intereses, y otras oportunidades. Y no quiere perdérselas. Entre otras cosas, porque esos 'otros intereses' que no son los hijos, como la vida laboral, también labran su identidad. Mientras que un 77% de las señoras valora como “muy importante” su independencia económica y su actividad profesional, sólo el 46% opina que es “muy importante” la maternidad. Son datos recogidos por el equipo de Marí Klose. “Cada día crece el número de mujeres con una orientación laboral fuerte”, anuncia este sociólogo catalán. “Tienen hijos, sí, pero sus carreras les ocupan mucho tiempo. De hecho, sólo abandonan sus empleos aquellas que mantienen lazos muy débiles con el mercado de trabajo”, concluye Marí Klose.

Por eso, comienzan hablando de lo delicioso que es la maternidad y terminan llorando (metafóricamente) sobre los hombros de sus amigas, quejándose de lo sombrío que resulta llevar el fardo solas. “Para muchas madres, y también para muchos padres, la organización del tiempo se convierte en un problema irresoluble, sobre todo, si se quedan, como ocurre en muchas ocasiones, en lo superficial, en la simple organización de la logística del hogar”, recuerda Aurora Bernal.

La vergüenza doble de las mujeres

En esas conversaciones interminables de madres siempre se cuelan palabras gruesas como insatisfacción y culpa. Insatisfacción por no sentir el apoyo doméstico de la pareja y culpa por no dedicar el tiempo que la sociedad dice que hay que dedicar a los más pequeños.”Algunas sufren de vergüenza doble. Vergüenza por no atender bien a sus hijos y vergüenza por querer atenderlos”, asegura la profesora Buxarrais. "De hecho, las mujeres trabajadoras con hijos menores de diez años que comparten las tareas domésticas con sus maridos, sienten menos angustia, hasta cuatro veces menos, que las que no cuentan con ese apoyo, pese a no prestarles la atención suficiente”, apunta Marí Klose.

Pero ellos no terminan de decidirse. “En contra de lo que se piensa habitualmente, los hombres, incluso los más jóvenes, no se sienten corresponsables de las tareas familiares. Ayudan, pero menos, y siempre en trabajos que no interfieren con su actividad profesional. Ellos no saben qué significa la palabra sacrificio”, denuncia María Rosa Buxarrais.

En cuanto a la culpa, las mujeres deberían estar tranquilas. La opinión de los sociólogos es que los hijos se benefician y mucho del trabajo de su madres. “Las perjudicadas son ellas, que habitualmente renuncian a todo su tiempo libre”, señala Pau Marí Klose.

Marí Klose refuerza la tesis que ya expuso su equipo en Infancia y futuro (Colección de Estudios Sociales de la Fundació La Caixa) mencionando la última investigación de la profesora británica del Social Research Council, Anne Mc Munn, publicado en el Journal of Epidemiology and Community Health. Este estudio, que evalúa el desarrollo de casi 19.000 menores nacidos entre los años 2000 y 2002, arroja resultados positivos incluso en el caso de niños cuyas madres trabajaban antes de que ellos cumplieran el año de vida.

Un asunto éste, el de los bebés menores de doce meses, que no parece zanjado por Mc Munn. “Trabajos muy importantes revelan que durante ese primer año es mejor que el recién nacido permanezca al cuidado de alguno de los dos progenitores, y mejor aún si es la madre, porque el papel que juega la lactancia en el desarrollo del vinculo de apego es fundamental”, advierte, sin embargo, Pau Marí Klose, haciéndose eco del informe de la OCDE ‘Doing better for families’.

Dice Félix López, catedrático de Psicología Evolutiva de la Universidad de Salamanca, que “todos los seres humanos tenemos la necesidad de vincularnos afectivamente con alguien. Está en nuestra naturaleza. Por eso es tan importante darle al niño un apego de buena calidad antes de los dieciocho meses”.

Y es que hay apegos buenos y apegos malos, como ya contó en su día el psicoanalista John Bowlby, famoso por sus investigaciones sobre la figura materna. Y aunque la psicología no es una ciencia exacta, lo cierto es que los buenos (que se sostienen sobre los pilares de la disponibilidad y la incondicionalidad del cuidador) hacen a las personas positivas, seguras y emocionalmente independientes; por el contrario, los malos construyen adultos inseguros, desconfiados y especialistas en enamorarse de quien no deben.

¿De hijos? ¿O de hombres? Sí, digámoslo con todas las letras: H-o-m-b-r-e-s. Las mujeres cuando hablan de sus hijos siempre terminan criticando a sus maridos. Lo dicen los psicólogos y los sociólogos. Se reúnen alrededor de un buen plato de pasta o se refugian junto a una taza de café y comienzan a charlar sobre todas esas cosas que tanto les preocupan: la felicidad de sus hijos, la salud de sus hijos, el futuro de sus hijos… Pero, poco a poco, como por arte de birlibirloque, el cauce se bifurca y la conversación deriva hacia otros derroteros; y siempre, o casi siempre, termina varada en aguas cenagosas. O lo que es lo mismo, en los problemas con la pareja.