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Cómo ganar mucho dinero por la cara (de otro)
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LOS IMPOSTORES, UN OFICIO EN BOGA

Cómo ganar mucho dinero por la cara (de otro)

No es mal plan de vida: lujos, fama o placer rápidos a cambio de hacerse pasar por otro. Tiene el problema de que suele acabarse pronto

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Cómo ganar mucho dinero por la cara (de otro)

No es mal plan de vida: lujos, fama o placer rápidos a cambio de hacerse pasar por otro. Tiene el problema de que suele acabarse pronto y de que su final no es de lo más agradable, pero siempre se puede decir que fue una experiencia divertida mientras duró. Lo puede contar bien Lord Edward Davenport, un aristócrata y exitoso emprendedor, “un verdadero gentleman británico”, según se definía en su página web, que en realidad no era más que un bien parecido estafador que se inventó un falso estatus para engañar a empresas en apuros a las que prometía ayuda financiera.  

Todo tipo de celebrities, famosos y nobles posaban al lado de un tipo que llevaba un arrebatador tren de vida, que poseía una residencia a la altura de la fachada que trataba de mantener y que organizaba fiestas que solían congregar a toda clase de músicos, cineastas y modelos (desde Hugh Grant hasta Paris Hilton, pasando por Jude Law, Mick Jagger, Al Pacino o Jeremy Irons, entre otros muchos). Ahora, Edward Davenport, al menos durante una previsible buena temporada, sólo podrá posar junto a compañeros de celda a los que, eso sí, contará sabrosas historias sobre los buenos viejos tiempos.

Claro que Lord Davenport no es el único que ha pasado por un brusco descenso en la escala social causado por una llamada intempestiva de Scotland Yard. Los impostores son una constante de nuestra sociedad, dada a las más llamativas formas de buscarse la vida, aunque no todos sus practicantes lleguen tan alto como el buen Lord Davenport. Un caso famoso fue el de Alan Conway, un tipo que decidió dar a Stanley Kubrick la vida social de la que carecía. Como el director cinematográfico no era muy aficionado a dejarse ver, Conway se hizo pasar por él, frecuentando fiestas, clubes y restaurantes y disfrutando gratis de los placeres de la fama. Conway, que había tenido algún problema con la justicia por abusar sexualmente de su hijo, descubrió que tomar la identidad de otro era muy sencillo (apenas sabía nada de Kubrick y de su obra) y explotó el filón hasta que la policía le puso tras las rejas. La historia se hizo tan popular que un asistente de Kubrick, Brian W. Cook realizó un largometraje, Colour Me Kubrick, donde daba cuenta del asunto.

Impostores cutres

Otros impostores resultan menos ingeniosos que Conway. Stephan Pittman se hacía pasar en público por Vince Young, una estrella de la liga de fútbol estadounidense, y solicitaba una modesta aportación de varios miles de dólares para su fundación. Solía pedir dinero a mujeres, y algunas de ellas picaron, a pesar de que el parecido de Pittman con Young no fuese notable.

Algo más convincente resultó el disfraz de la impostora que estafó 14000 libras a la modelo, celebrity y cronista social británica Katie Price, haciéndose pasar por Jordan, un personaje creado por Price que la llevó a la fama. Price, quien fue candidata en las elecciones generales británicas en 2001 con una campaña que prometía implantes de pecho gratis, se quedó con las tarjetas de crédito secas después de que alguien con una peluca y gafas de sol tomara su identidad.  Menos suerte tuvo aquella californiana que se presentó en una tienda de ropa de marca diciendo ser Beyoncé Knowles y acudir recomendada por su amiga Halle Berry. El problema estribaba en que una dependienta de la tienda era fan de la cantante y sabía que estaba pasando unos días fuera de EEUU, lo que hizo que la tarde compras terminara mal. Para estafar, estar informado ayuda.

Hay otros que son todavía más cutres (o faltos de aspiraciones) y se meten en líos por cuatro euros. John Harlan pensó que podía sacar unos cuantos dólares haciéndose pasar por Mike McCready, guitarrista de la banda Pearl Jam, y vendiendo a diversos incautos entradas “gratis” para unos conciertos que la banda iba a realizar próximamente. Decía regalarles tickets que costaban 1000 dólares a cambio de que los adquirentes pagasen 20 de tasas. Hasta que uno de los compradores, que tenía una relación remota con la banda, echó mano del teléfono para cerciorarse de todo aquello, con muy malos resultados para el pobre John.

La cuñada es la solución

Entre los casos más llamativos aparece el de JT Leroy. O más bien, el de Laura Albert, una aspirante a escritora que logró la fama cuando publicó una novela sobre un chapero transexual y drogadicto, hijo de una prostituta junkie, y abusado sexualmente en su infancia. Pero se le olvidó mencionar el pequeño detalle de que todo aquello era ficción y lo firmó como una autobiografía. Cuando la obra se hizo popular, colocó una peluca rubia a su cuñada y la hizo pasearse por fiestas llenas de celebrities como si fuera el verdadero JT. Pero Laura y su marido se pelearon, llegó la separación y con ella la venganza: el marido despechado lo cascó todo.

Aunque el caso que mejor se ajusta a la esencia del impersonator es de James Ross, una especie de pariente pobre del personaje real que Leonardo di Caprio interpretaba en Atrápame si puedes, de Steven Spielberg. Allí donde di Caprio se hacía pasar por médico, piloto o escritor para acumular dinero ajeno, Ross decía ser asistente sanitario, bombero o policía, oficios más modestos pero también respetados socialmente. El truco le fue bien durante un tiempo, pero le pillaron y le mandaron  a prisión dos años. A mitad de la condena le concedieron la condicional, pero Ross no pudo evitar caer de nuevo en la tentación. Debe ser que tomar la identidad ajena termina haciéndose adictivo…

No es mal plan de vida: lujos, fama o placer rápidos a cambio de hacerse pasar por otro. Tiene el problema de que suele acabarse pronto y de que su final no es de lo más agradable, pero siempre se puede decir que fue una experiencia divertida mientras duró. Lo puede contar bien Lord Edward Davenport, un aristócrata y exitoso emprendedor, “un verdadero gentleman británico”, según se definía en su página web, que en realidad no era más que un bien parecido estafador que se inventó un falso estatus para engañar a empresas en apuros a las que prometía ayuda financiera.