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La clase media contra los ricos avariciosos
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LAS PRIMARIAS LABORISTAS

La clase media contra los ricos avariciosos

El mensaje es claro: han ido demasiado lejos, hay que ponerles límites. Hay que gravar con más impuestos a quienes más tienen, nada de contemporizar con

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La clase media contra los ricos avariciosos

El mensaje es claro: han ido demasiado lejos, hay que ponerles límites. Hay que gravar con más impuestos a quienes más tienen, nada de contemporizar con la avaricia, nada de exenciones fiscales para las grandes fortunas, hay que revitalizar los servicios públicos. Es la estrategia con la que Ed Miliband, candidato al liderazgo del partido Laborista británico, trata de ganarse a las clases medias. Enfrente tiene a su hermano David, que representa al ala más centrista del laborismo, y que pretende atraer el voto de ese sector mediante un mensaje de pragmatismo, de comedimiento y de conciliación. Lo peculiar es que Ed está asentándose en las preferencias de las clases medias (cada vez escala más en las encuestas, y muchos observadores le dan como favorito si se llega, como parece que va a suceder, a una segunda vuelta) a base de prometer cambios profundos en la sociedad y mano firme con el mundo de los negocios.

La lucha entre los hermanos Miliband nos deja varias lecciones. En primera instancia, sirve para constatar algo que, aunque obvio, posee consecuencias notables: la política se ha convertido en un asunto de clases medias. Jordi Rodríguez Virgili, profesor de Comunicación política de la Universidad de Navarra, asegura que los Miliband, como todo político contemporáneo, buscan con ahínco puntos de identificación con este estrato social. “También lo hemos visto en las primarias del socialismo madrileño. En el inicio de su campaña, lo primero que hicieron Tomás Gómez y Trinidad Jiménez fue presentarse como gente común y corriente, tratando de ganarse la simpatía de esa capa social que puede darles el triunfo”. Así, las declaraciones dirigidas a los obreros manuales que tan frecuentes fueron en la izquierda del siglo XX están desapareciendo del horizonte, sustituidas por invocaciones al Estado del Bienestar y a la lucha contra un mercado sin regular que son bien recibidas por funcionarios, cargos intermedios, profesionales liberales, pequeños comerciantes y obreros especializados. Lo cual es normal, advierte Rodríguez Virgili, “toda vez que hablamos del estrato social que pagará la crisis. En los tiempos de bonanza ellos no se enriquecieron y ahora se ven en el paro o con dificultades para conservar el trabajo o para seguir abriendo su empresa cada mañana”. Adoptando esta perspectiva, Ed Miliband puede compaginar la apelación a la clase media con los argumentos y las medidas de fondo de la línea dura del laborismo.

Esa jugada táctica se asienta en un terreno propicio, toda vez que, según Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, “una buena parte de los simpatizantes y afiliados laboristas creen que su partido se ha inclinado en exceso hacia posiciones de centro, dejando vacante el flanco izquierdo, que es el que Ed está intentando ocupar”. Alude Vallespín a que el desgaste sufrido por Blair y Brown en su viraje hacia posiciones de derecha, hace muy sencillo que Ed pueda atraer a los descontentos. Máxime cuando su hermano ha sido repetidamente respaldado por el establishment del partido, que ve en sus propuestas, progresistas en las costumbres y conservadoras en lo económico, una baza más sólida a la hora de enfrentarse a Cameron. Este enfrentamiento entre el continuismo y la ruptura puede favorecer, avisa Rodríguez Virgili, al pequeño de los Milliband, “porque es más joven, porque aparece con nuevas ideas y porque su elección implica un cambio”. Un cambio que Ed promete profundo, ya que insiste en dar un giro sustancial hacia la izquierda separándose por completo de lo que dio en llamarse Tercera Vía y Nuevo Laborismo.

La izquierda no encuentra respuestas

Pero el enfrentamiento entre los hermanos Miliband es también interesante por lo que puede revelar sobre el futuro de la izquierda institucional europea. Ahora que los conservadores detentan el gobierno de los países más importantes de la UE  y que los partidos socialdemócratas parecen condenados a una larga oposición, sus diferentes facciones internas están midiendo fuerzas con vistas a tejer una iniciativa que les permite recuperar el poder. En este sentido, señala Rodríguez Virgili, la lucha que vemos en el seno del laborismo puede extenderse a  otros partidos socialistas europeos. “Veremos si triunfa la apuesta por una mayor intervención del estado, por mayor control y por más estatalismo o si siguen en pie las bases de la socialdemocracia de los últimos años, la de Blair, Schroeder o González, más moderada en lo económico”. Un debate que se complicará aún más en la medida en que “la derecha contemporánea tiene claro lo que quiere hacer, mientras que la izquierda todavía no ha encontrado sus respuestas”.

Para Vallespín, el problema electoral de los partidos socialdemócratas actuales tiene que ver con que se ven obligados a arrancar votos a las formaciones que circulan por su izquierda. Así, “o el SPD absorbe votos de Die Linke o no tiene nada que hacer. Igual les ocurre a los socialistas franceses. Y a los españoles, que han de conseguir votos de IU para ganar las elecciones”. Pero para ese propósito, señala Vallespín, precisan de una visión alternativa que todavía no han mostrado. “Han de definir como sería una buena sociedad, exponer hacia dónde quieren ir. En tiempos como estos, en los que el crecimiento se pone en entredicho y en los que todavía no está claro quién será el pagano de la crisis, enhebrar un discurso sólido es esencial”.

La dificultad con que puede encontrarse la izquierda a la hora de apostar por posturas como las de Ed Milliband es la de ofrecer un discurso que, una vez en el gobierno, no va a poder llevar a cabo. Si se prometen medidas económicas duras que van contra lo que los mercados precisan, tendrán dificultades para desarrollarlas una vez en el poder, asegura Vallespín. Por tanto, “hay cosas que no deberían aparecer en los discursos. La izquierda, en ausencia de este tipo de medidas, ha de ofrecer una visión diferente de la política. Sin necesidad de grandes diseños ideológicos, ha de abogar por una clase política más abierta, más permeable, más popular. En un tiempo en que a la política la falta legitimidad, quien logre aparecer como representante de la regeneración de lo político tiene mucho ganado. Quien hace eso gana credibilidad y quien tiene credibilidad es quien triunfa”. En nuestros tiempos, asegura Vallespín, “como lo que se puede hacer no es más que sota, caballo y rey, el bien al que se aspira es la confianza”.

La crisis del estado nación

Para César Roa Llamazares, economista y autor de La república de Weimar. Manual para destruir una democracia (Libros de la Catarata) ese marco no es del todo cierto, ya que, los políticos sólo poseen una capacidad limitada de acción si restringen su perspectiva al ámbito nacional. “El marco del estado nación, el espacio donde se hacían las leyes, ha entrado en crisis con la globalización y la posibilidad de llevar a cabo medidas eficaces pasa ahora por la  cooperación con otros países. En este sentido, la revitalización de las posiciones de izquierda pasa por lograr acuerdos en marcos supranacionales, como puede ser la Unión Europea”.

En otro caso, si la política sigue careciendo de los mecanismos reales para dar soluciones a los problemas, es muy probable que crezcan los populismos, “especialmente de derechas”, que suelen afianzarse en el descontento, “Los momentos económica y socialmente difíciles, como pudo verse en la Gran depresión, han favorecido el crecimiento de las opciones conservadoras mucho más que los de la izquierda. Algo similar está ocurriendo ahora. Y ni siquiera hace falta que surjan partidos extremistas, porque ya tenemos el populismo en las grandes formaciones como vemos en los casos de Berlusconi o Sarkozy”.

En buena medida, el Tea Party es consecuencia de este nuevo terreno político, con los postulados conservadores ganando partidarios, cuando no arrasando, entre las clases populares. Por eso resulta aún más llamativo que, mientras que la derecha gana peso entre los trabajadores, la izquierda busque sus votantes entre la clase media. David y Ed Mlliband representan dos caminos diferentes de la misma apuesta. Que el éxito sonría a uno o a otra tendrá consecuencias en una desgastada política europea.

El mensaje es claro: han ido demasiado lejos, hay que ponerles límites. Hay que gravar con más impuestos a quienes más tienen, nada de contemporizar con la avaricia, nada de exenciones fiscales para las grandes fortunas, hay que revitalizar los servicios públicos. Es la estrategia con la que Ed Miliband, candidato al liderazgo del partido Laborista británico, trata de ganarse a las clases medias. Enfrente tiene a su hermano David, que representa al ala más centrista del laborismo, y que pretende atraer el voto de ese sector mediante un mensaje de pragmatismo, de comedimiento y de conciliación. Lo peculiar es que Ed está asentándose en las preferencias de las clases medias (cada vez escala más en las encuestas, y muchos observadores le dan como favorito si se llega, como parece que va a suceder, a una segunda vuelta) a base de prometer cambios profundos en la sociedad y mano firme con el mundo de los negocios.

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