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Las ONG convierten Puerto Príncipe en un gran campamento de verano para niños huérfanos
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INFANCIA ENTRE LAS RUINAS

Las ONG convierten Puerto Príncipe en un gran campamento de verano para niños huérfanos

Los niños de Haití se están ganado el cielo a pulso. En su tierna edad de la inocencia siguen jugueteando entre los escombros de un país

Foto: Las ONG convierten Puerto Príncipe en un gran campamento de verano para niños huérfanos
Las ONG convierten Puerto Príncipe en un gran campamento de verano para niños huérfanos

Los niños de Haití se están ganado el cielo a pulso. En su tierna edad de la inocencia siguen jugueteando entre los escombros de un país derruido por completo como si la tragedia no fuera con ellos y sin percatarse del peligro que acecha tras cada esquina. Están felices pese a haberlo perdido todo. Viven en grandes campamentos junto a centenares, en algunos casos, miles de críos con los que no paran de correr de un lado a otro, de jugar a la pelota o de saludar a los extranjeros que les visitan.

 

Para ellos, todo esto es como un inmenso campamento de verano. “Los niños están felices y contentos. Se pasan todo el día jugando”, cuenta la hermana salesiana Rocío Pérez, del colegio Reina María de Torland, donde duermen cerca de 2.000 niños junto a sus familias que este domingo han recibido el esperado reparto de comida y bebidas energéticas donadas por el Programa Mundial de Alimentos. “Haití no se va acabar nunca. Mira cuánta miseria hay y todo el mundo quiere vivir. Lo que es una pena es que la gente es tan pobre que no tiene esperaza de salir de la miseria”.

UNICEF ha alertado del posible tráfico ilegal de niños que podrían haber sido raptados y haber salido del país en malas compañías. Son tantos los menores que han quedado completamente huérfanos que es fácil imaginar que cualquiera con malas intenciones pueda haberse hecho con alguno de ellos. Desde que despunta el alba, este país se pone en marcha aunque sin rumbo fijo. También los niños, que desde muy temprano transitan por la calle solos, en grupo o acompañados de sus padres.

En una de las avenidas principales de Carrefour, donde de noche duermen en mitad de la calzada 4.970 familias, hay algunos niños a los que se les ha perdido el rastro. Los llevaron al hospital, cuenta su responsable Cadet Jean Michelle, y desde entonces, a algunos ya nos los han vuelto a ver. “Tenemos planes de salir a buscarlos, pero no sabemos qué hacer, de qué forma hacerlo”.

En un campamento cercano las medidas de seguridad son herméticas desde el primer día y hasta ahora han funcionado. La puerta de hierro permanece cerrada a cal y canto por la noche y, durante las horas de luz, una persona ejerce de portero en todo momento y vigila quién sale y quién entra en el recinto. “Tenemos un jefe de seguridad”, explica el líder de las familias, Avillon Ju Saint Nogene. “Si tienen menos de diez años no pueden salir del campamento, ni van a ningún lado si no están acompañados. En todo caso, están controlados primero por sus padres y, después, por el jefe de seguridad”. Todos los demás, adultos y menores, no pueden abandonar el lugar sin antes haber entregado un ticket de salida.

Un censo imposible

“Algunos de estos niños han venido con sus primos, sus hermanos o sus tíos porque muchos no tienen a sus padres”, explica Félix Natal, responsable y portavoz de otro de los campos en los que se hacinan, aún sin tiendas de campaña ni lonas ni sábanas, más de un millar de personas. Las familias han acogido y adoptado a los pequeños que han quedado solos. “Llevar la cuenta de todos ellos es imposible. Esta misma mañana han venido unos cuantos huérfanos más. Estos niños necesitan mucho cuidado y mucho amor y un centro de atención especial donde se les atienda, porque no pueden estar aquí todo el día vagando de un lado para otro”.

Pero así pasan los días y las noches, entre las ruinas y entre las tiendas, estos niños a los que no se les despega la sonrisa de los labios y que son capaces de besarte en los brazos y en las manos porque les parece divertido ver a un blanquito en medio de toda esta feria. En su edad de la inocencia, han olvidado ya la tragedia que centra la atención de todos nosotros.

Afortunadamente, los campamentos, por indicación de las ONG, han elaborado con suma pulcritud un censo de todos sus miembros que recoge el número de mujeres y niños, así como el cómputo total de embarazadas y lactantes. Si pasase algo, la ausencia no tardaría en ser detectada. La vida, mientras tanto, sigue abriéndose paso en medio de las circunstancias más insólitas y más humildes. En el patio del colegio de las salesianas, este mismo domingo nació un nuevo bebé a las cinco y media de la mañana. Y unos días atrás otro. En otro campamento, Isaac, con once días de vida, y Rebeca, con tres, forman parte ya de una nueva generación que solo conocerá el terremoto apenas de oídas.

Los niños de Haití se están ganado el cielo a pulso. En su tierna edad de la inocencia siguen jugueteando entre los escombros de un país derruido por completo como si la tragedia no fuera con ellos y sin percatarse del peligro que acecha tras cada esquina. Están felices pese a haberlo perdido todo. Viven en grandes campamentos junto a centenares, en algunos casos, miles de críos con los que no paran de correr de un lado a otro, de jugar a la pelota o de saludar a los extranjeros que les visitan.

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