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¿Pueden las escuelas de negocios ser críticas con sus clientes?
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LA CENSURA SUAVE QUE IMPERA EN LAS ESCUELAS DE NEGOCIOS

¿Pueden las escuelas de negocios ser críticas con sus clientes?

¿Pueden las escuelas de negocios morder la mano que les da de comer? Convertidas, según señala Martin Parker, profesor de la Warwick Business School, “en las

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¿Pueden las escuelas de negocios ser críticas con sus clientes?

¿Pueden las escuelas de negocios morder la mano que les da de comer? Convertidas, según señala Martin Parker, profesor de la Warwick Business School, “en las cheerleaders del capitalismo global”, cuesta creer que puedan plantar cara al mundo de los negocios. Por eso, señalan algunas voces críticas, no jugaron ningún papel anticipando la crisis; más bien generaron pensamiento que ratificaba las prácticas que nos condujeron a la recesión. Y ello porque sus docentes e investigadores tienen mucho cuidado a la hora de enfocar su producción científica, no vaya a ser que las piedras que arrojan acaben rompiendo el cristal de alguno de sus clientes.

La respuesta de las business schools a tales acusaciones es obviamente negativa, ya que entienden que su posición no ha sido la de seguir de manera fiel lo que marcan las empresas. Como señala Carlos Cuervo Arango, director de la escuela de negocios de la Universidad Nebrija, en estas instituciones se da una dualidad peculiar, toda vez que, “por una parte, han de formar profesionales que van a desarrollar su carrera en el entorno empresarial, y es lógico que se les trate de dar los fundamentos necesarios para que hagan bien su trabajo, pero por otra, las escuelas también se plantean mejorar las prácticas empresariales, algo que sólo puede conseguirse mediante el análisis crítico”. Además, asegura Cuervo Arango, “de nada serviría pretender formar buenos profesionales si no se les aporta la capacidad de análisis y de valoración de procesos y estrategias, lo cual tiene mucho que ver con la crítica”.

Claro que somos críticos”, afirma Manel Peiró, vicedecano de ESADE Business School. “Lo que ocurre es que una cosa es ser crítico sin más y otra serlo de modo fundado. Intentamos dedicar mucho esfuerzo a crear conocimiento propio a través de la investigación, que ha de ser necesariamente fundamentada. Además, tampoco creo que nuestros clientes quieran que no seamos críticos, ya que su objetivo es que les ayudemos en su crecimiento explicándoles cosas que no saben o ayudándoles a ver cosas conocidas de modo distinto”.

Coincide Martin Parker, “ya que el hecho de trabajar en una institución no significa que no la puedas criticar nunca. Eso sí es más fácil cuanto mayor eres y cuanta menos parte formas de la jerarquía del management, ya que muchos jóvenes docentes necesitan promocionarse y los managers no quieren poner en riesgo sus carreras. Ser profesor y estar alejado de la jerarquía managerial hace más sencillo que puedas ser crítico. Después de todo, se supone que los académicos debemos ejercer la libertad de expresión. Romper ventanas es una de las cosas que debemos hacer”.

Sin embargo, no parece que esa sea la tendencia dominante. El contexto académico, y en especial el de las escuelas de negocios, no se muestra favorable a dar cabida a docentes e investigadores que lleven la contraria a quienes ponen el dinero. En el ámbito anglosajón, especialmente en Gran Bretaña, las business schools sí han contratado a profesores abiertamente críticos con el mundo de los negocios, e incluso con el propio capitalismo, pero en España suena extraño que instituciones económicamente conservadoras puedan dar cabida a investigadores que van a contrapelo del establishment managerial.

Para Parker, editor-in-chief de Organization, una de las revistas académicas más prestigiosas en el ámbito del management crítico, hay esperanza de que se produzca una transformación, ya que “aunque las fuerzas dominantes siguen empujando para que las cosas se hagan como siempre, las semillas del cambio están ahí. Parte de las escuelas de negocios sí están dispuestas a ofrecer algo más que el conocimiento aceptado por el entorno empresarial. Si juegan bien el papel de la disidencia pueden convertirse en una gran fuerza legítima para ejercer la crítica”.

Pero el conocimiento actual que producen las business schools no parece ir por esa línea. Muchas de ellas pretenden mejorar los procesos existentes, introduciendo pequeñas novedades en lo que las empresas ya están haciendo, o simplemente produciendo modas que den una vuelta de tuerca a métodos frecuentemente utilizados. Esta forma de actuar lleva a generar reflexiones acordes con lo que las empresas demandan, cuando en ocasiones lo que hace falta es justo lo contrario: no hubo ninguna corriente de opinión en las áreas centrales de la academia que nos advirtiera con antelación de lo que podría ocurrir si se seguía jugando con las hipotecas y los CDO. Prácticas tan nefastas (entre muchas otras) no fueron advertidas por nadie que detentase una voz autorizada dentro de las escuelas de negocios.

Vivimos en un entorno paradójico, asegura, José Carlos Bermejo, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Santiago de Compostela y autor de La maquinación y el privilegio. El gobierno de las universidades (Ed. Akal), en el que conviven un número cada vez mayor de publicaciones académicas y una tendencia que apunta a generar conocimiento mucho más conservador. La variedad no hay traído más libertad de pensamiento: “Estudios americanos sobre el sesgo de las publicaciones demuestran que cuando se envía un artículo que pone en duda algo conocido, su posibilidad de publicación es del 10%. Sin embargo, cuando se envía una investigación que añade algún dato a las teorías ya existentes, hay un 80% de posibilidades de que se publique”.

Y no parece que vayamos a abandonar esa forma de investigar, asegura Parker. Así, “mecanismos como el ranking de revistas de la Asociation of Business Schools pueden acabar siendo muy dañinos para la cultura investigadora, ya que animan a moverse siempre hacia las tendencias centrales, obviando lo nuevo y lo interdisciplinar y relegando a aquellos que se mueven en los márgenes en favor de las grandes revistas establecidas. The Academy of Management Review (la revista de la Academia del Management de EEUU), que ocupa el escalón más alto de la jerarquía, es inundada todos los meses por artículos de gente que es feliz reproduciendo lo que otros han dicho, lo que hace mucho más fácil que puedan ser publicados en una revista que les asegura un beneficio para su carrera”.

Para Cuervo Arango, esta tendencia a favorecer lo establecido forma parte de la naturaleza del progreso científico, “ya que sólo muy de tarde en tarde nace alguien que puede provocar un cambio de modelo. Esto sólo se produce a causa de una quiebra brutal del sistema o por el surgimiento de una personalidad de enorme relevancia. Pero en la historia del pensamiento económico sólo ha habido cuatro o cinco personalidades que hayan sido capaces de plantear una nueva realidad y de conducir la investigación hacia otro lado. Lo normal es que la investigación avance dando pequeños pasos que desarrollen el conocimiento de lo existente.”

En sentido parecido se pronuncia Peiró, ya que “la forma más práctica de actuar es centrándose en cuestiones concretas y específicas, como pueden ser las mejores de eficiencia, los avances en marketing, en finanzas o en la gestión de personas. Ir en otra dirección, a la búsqueda de un modelo global, es un asunto de un complejidad teórica formidable”. No obstante, señala, lo esencial no es tanto que el conocimiento sea continuación de lo establecido o rupturista, “sino que esté bien fundamentado; que sea cuales sean las conclusiones finales, los trabajos posean la mayor calidad posible”.

Una visión que podría ser común si todos estuvieran de acuerdo en lo que la palabra calidad designa. Pero, como señala Parker, todo el mundo dice, empezando por las revistas que están en lo más alto del ranking, que publican trabajos de calidad, cuando hacen cosas muy distintas. Para Parker, “un trabajo cualitativamente importante es aquel que es política, ética y epistemológicamente responsable y que es además consciente de que el conocimiento tiene su propia política. Pero esto no es lo busca la Academy of Management Review. Más bien, su modelo de rigor científico tiende a excluir todas estas cuestiones”.

¿Se podría hablar, pues, de una cierta censura? No en el sentido, como ocurría en el pasado, de un poder político que niegue la libertad de expresión, sino un estado de cosas que no dejan ningún espacio a temas que no son populares entre quienes ocupan los escalones superiores de la jerarquía empresarial o académica. Según Parker, podría hablarse de una censura suave, “que puede ser personal, en tanto los jóvenes académicos preferirán trabajar en aquellos temas que les sean más útiles para ascender académicamente, pero también institucional, ya que los intereses editoriales de las revistas llevan a que se escojan unos temas en detrimento de otros, al igual que las estrategias de investigación de las escuelas de negocios postergan determinados asuntos o que las decisiones que toman los patrocinadores pueden influir en las investigaciones. Hay que tener en cuenta que la libertad de expresión, en este contexto, es un asunto relativo. En realidad, no hay nada que se enteramente libre respecto del contexto en que se produce, pero tampoco podemos decir que el contexto decida todo lo que se va a decir: incluso los programas de investigación más conservadores pueden tener consecuencias radicales si se llevan hasta el final”.

¿Pueden las escuelas de negocios morder la mano que les da de comer? Convertidas, según señala Martin Parker, profesor de la Warwick Business School, “en las cheerleaders del capitalismo global”, cuesta creer que puedan plantar cara al mundo de los negocios. Por eso, señalan algunas voces críticas, no jugaron ningún papel anticipando la crisis; más bien generaron pensamiento que ratificaba las prácticas que nos condujeron a la recesión. Y ello porque sus docentes e investigadores tienen mucho cuidado a la hora de enfocar su producción científica, no vaya a ser que las piedras que arrojan acaben rompiendo el cristal de alguno de sus clientes.