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Muere Paul Auster, el escritor que defendió el poder del azar, a los 77 años
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fue diagnosticado de cáncer en 2022

Muere Paul Auster, el escritor que defendió el poder del azar, a los 77 años

El estadounidense fue muy leído en Europa, particularmente en España. Era algo así como el Woody Allen, también neoyorkino, también demócrata y también judío, de las letras

Foto: El escritor Paul Auter, en una imagen en 2007. (Getty/Ander Gillenea)
El escritor Paul Auter, en una imagen en 2007. (Getty/Ander Gillenea)
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“No, no quieres morir, y aun cuando te acercas a la edad de tu padre cuando su vida tocó a su fin, no has llamado a ningún cementerio para reservar sepultura, no has regalado ninguno de los libros que con seguridad jamás volverás a leer, ni te has aclarado la garganta para empezar a despedirte”.

Este texto forma parte de Diario de invierno, el libro autobiográfico -si alguno no lo es: él puso de moda la autoficción antes que nadie le diera ese nombre- que Paul Auster (EEUU, 1947) publicó en 2011 y que recoge retazos de su vida desde que era un niño hasta los 64 años que acababa de cumplir entonces. En él aparecen todos los temas que jalonaron su literatura como el azar, la negación de la causalidad, el poder del cuerpo, la paternidad, el zarpazo de la enfermedad y la desgracia y el estado de confusión identitaria y existencial en el que vivimos todos. Asuntos que lo convirtieron en uno de esos casos raros de la industria literaria: un escritor con un buen número de ventas -en España todo el mundo con más o menos gusto le leía a finales de los noventa y primera década de los 2000- reconocido por la crítica y con incluso premios como el Príncipe de Asturias de las Letras en 2006.

Foto: El escritor estadounidense Paul Auster. (EFE/J.P.Gandul )

Auster, como la gran mayoría, no quería morir, pero hoy hemos conocido su fallecimiento debido al cáncer de pulmón del que fue diagnosticado en septiembre de 2022. Tenía 77 años. Trece más que su padre.

La muerte del padre

“La muerte de mi padre me salvó la vida”, manifestó también en varias ocasiones. De alguna manera, dijo siempre, su carrera literaria se la debió a él y a que muriera joven de un ataque al corazón “cuando hacía el amor con su novia”, escribió en Diario de invierno. Auster, de familia de clase media de origen judío que traía consigo un extraño asesinato en 1919 -según contó en La invención de la soledad, su primera novela, en 1982, y por la que le dejó de hablar parte de la familia- estudió literatura inglesa, francesa e italiana en la Universidad de Columbia en Nueva York. Después hizo lo que hacen todos los norteamericanos con ganas de ser un nuevo escritor maldito: se marchó a vagabundear por París.

En 1979 su padre murió y heredó. Y, entonces, sí, su carrera y su mundo cambiaron. Su padre le había salvado la vida

No lo pasó bien, pero leyó mucho, hizo traducciones y escribió poesía. Auster quería ser un poeta. Ser Mallarmé. Ser Rimbaud. Cualquiera de los grandes bardos galos mientras apenas sobrevivía -hay un personaje parecido en El palacio de la luna (1989). Después se casaría con la también escritora Lydia Davis, tuvo un hijo, Daniel -fallecido en abril de 2022 de una sobredosis después de haber sido culpado de la muerte de su hija, nieta de Auster, por intoxicación por drogas con solo diez meses- se divorció, pasó una dura crisis, en 1979 su padre murió y heredó. Y, entonces, sí, su carrera y su mundo cambiaron. Su padre le había salvado la vida.

Despegue en los ochenta

Su matrimonio con la escritora Siri Husvedt en 1981 también fue un motivo de claridad y de despegue de su narrativa. Primero con La invención de la soledad, considerado el libro germinal en el que se asienta todo el edificio austeriano y después con la Trilogía de Nueva York (1985-1987) que fue la que le lanzó a la fama internacional. Los juegos de espejos del narrador con sus personajes, el cúmulo de circunstancias casuales que nos llevan hacia un determinado destino que ni está escrito ni podemos controlar, el pensar si somos quienes creemos que somos, el existencialismo y, sobre todo, la sencillez realista dentro de una complejidad estilística y estructural ya estaban ahí.

"Estamos rodeados de cosas que no comprendemos, de misterios, y en los libros hay personas que se enfrentan a ellos cara a cara"

“Estamos rodeados de cosas que no comprendemos, de misterios, y en los libros hay personas que se enfrentan a ellos cara a cara (...) Aunque las situaciones no son estrictamente realistas, pueden responder a cierta psicología realista. Son cosas que todos sentimos: la confusión, el desconcierto ante lo que nos rodea”, escribió en Experimentos con la verdad (2001), un ensayo donde reflexiona sobre el arte de la narración, la literatura, las irrupciones del azar y los cruces de las líneas del destino, y en el que incluyó un texto escrito en 1993 en el que se mostraba “hermano” de su compañero de oficio Salman Rushdie, entonces asediado por la fatwa iraní, en pos de la libertad de expresión Y, obviamente, todavía no se sabía que Rushdie acabaría sufriendo un atentado en agosto de 2022 que casi le cuesta la vida.

En 1993, la novela Leviatán, en la que “Paul Auster escribe con la facilidad y la elegancia de un experimentado jugador de billar y envía un extraño acontecimiento rodando contra otro, en una brillante e inesperada carambola", según la reseña de la mítica crítica literaria Michiko Kakutani del The New York Times, fue una nueva confirmación internacional del norteamericano con premios como el Médicis francés. Al estadounidense le pasó eso toda su vida: quizá por la influencia francesa en su narrativa fue muy leído en Europa. Algo así como el Woody Allen, también neoyorkino, también demócrata y también judío, de las letras.

Todo empezó con un autógrafo

Auster había empezado a escribir porque a los ocho años no tuvo un bolígrafo a mano cuando se encontró frente a frente con su jugador favorito de béisbol. Tras un disgusto inolvidable decidió que siempre llevaría uno en el bolsillo. “Y acabas usándolo”, escribió en Experimentos con la verdad. A los nueve años ya escribía “poemas e historias espantosamente malas. Tan estúpidas que dan apuro incluso hoy. Pero había algo que valoraba en el hecho de escribir. Era la sensación de la pluma en el papel. La sensación de la escritura. Me hacía sentirme más vinculado al mundo”, manifestó en una entrevista.

placeholder El escritor Paul Auster lee una de las obras de Salman Rushdie en la Biblioteca Pública de Nueva York en agosto de 2022, pocos días después del atentado contra Rushdie. (EFE)
El escritor Paul Auster lee una de las obras de Salman Rushdie en la Biblioteca Pública de Nueva York en agosto de 2022, pocos días después del atentado contra Rushdie. (EFE)

Enseguida se dio cuenta de que detrás de todo eso estaba la música. La literatura, para Auster, siempre fue la tonalidad, el ritmo, la melodía que, de forma subterránea, esconde siempre un texto. “La música del libro. La oigo en la cabeza. Es una tonalidad. Y, en mi caso, es la tonalidad la que crea los personajes. Luego, los personajes crean las situaciones. El origen de un libro está en esa música de la lengua (...). La escritura, en mi caso, está muy relacionada con la música. Y con el hecho de andar. Con el ritmo del cuerpo, por lo tanto. Por lo demás, la música es eso: el ritmo del cuerpo”, señaló en otra entrevista.

En Auster, por otra parte, el cuerpo, que tiene una importancia principal -son novelas corpóreas, sensuales, con un punto de erotismo- siempre está dañado. La enfermedad, la desgracia y el dolor suelen estar muy presentes. Pensaba que todo aquel que escribe es alguien que está herido. “Los artistas son personas a quienes no les basta el mundo. Personas heridas. Si no ¿por qué íbamos a encerrarnos en una habitación para escribir? Intentamos sacarles partido a nuestras heridas para devolverle algo a ese mundo que tan maltrechos nos ha dejado”, sostuvo una vez.

"Los artistas son personas a quienes no les basta el mundo. Personas heridas. Si no ¿por qué íbamos a encerrarnos para escribir?"

Ahí está Brooklyn Follies (2005), uno de los libros favoritos de sus lectores, en el que el protagonista es un hombre que acaba de sobrevivir a un cáncer de pulmón y en Brooklyn coincide con su sobrino, depresivo y con una vida para tirar a la basura, y con Harry, un homosexual. La novela narra el vínculo entre los tres hombres… Y, por supuesto, el barrio de Brooklyn, sin el cual no se entendería tampoco nada de la narrativa austeriana.

Pocos años antes había escrito la novela que también está en el top uno de muchos de sus fans: El libro de las ilusiones (2002). Ambientada en los años ochenta, un hombre cae en depresión tras la muerte de su mujer e hijos en un accidente de avión y empieza a revistar las películas del actor mudo Hector Mann en los años veinte. Se establece así otro juego de espejos entre el actor y el profesor universitario. Si no se ha leído nada de Auster y se desea conocer cómo era su literatura desde luego esta novela es paradigmática.

Anti Trump

Además de su pasión por la literatura, el yo y los azares de la vida, Auster tuvo un compromiso político que dejó traslucir en ensayos como Un país bañado de sangre, su penúltimo libro publicado (2023) y en el que analizaba el uso de las armas en EEUU, el país occidental más violento del mundo. Estaba preocupado por el cambio climático y, sobre todo, era un completo enemigo del trumpismo y de la polarización que había traido consigo a su país, al que no auguraba nada bueno.

placeholder Los escritores Paul Auster (izquierda), Siri Hustvedt, Colum McCann y Gay Talese en la Biblioteca Pública de Nueva York en  agosto de 2022. (Reuters)
Los escritores Paul Auster (izquierda), Siri Hustvedt, Colum McCann y Gay Talese en la Biblioteca Pública de Nueva York en agosto de 2022. (Reuters)

“El mundo en el que hemos estado viviendo es bastante malo, la forma en que vivimos se está desmoronando y las estructuras internacionales en las que vivimos no están funcionando. Creo que el 35% de los estadounidenses están locos en este momento; es decir, estamos viviendo con lunáticos. No hay más diálogo en nuestras democracias: tan solo hay dos bandos gritándose el uno al otro porque no hablan la misma lengua. El futuro cercano de los Estados Unidos es feo”, afirmó en una entrevista no hace demasiado tiempo.

Al final, no obstante, y como a todos, solo nos queda la muerte, que llega cuando llega. Otra vez el azar. Así cerraba Diario de invierno en 2011: “Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes sesenta y cuatro años. Afuera, la atmósfera es gris, casi blanca, no se ve el sol. Te preguntas: ¿Cuántas mañanas quedan? Se ha cerrado una puerta. Otra se ha abierto. Has entrado en el invierno de tu vida”.

“No, no quieres morir, y aun cuando te acercas a la edad de tu padre cuando su vida tocó a su fin, no has llamado a ningún cementerio para reservar sepultura, no has regalado ninguno de los libros que con seguridad jamás volverás a leer, ni te has aclarado la garganta para empezar a despedirte”.

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