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Riéndose del futuro del hombre civilizado
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Riéndose del futuro del hombre civilizado

No es muy conocido el nombre de Yasutaka Tsutsui en España, excepto para devotos del manga –les sonará Paprika, llevada al cine por Satoshi Kon–, pero

No es muy conocido el nombre de Yasutaka Tsutsui en España, excepto para devotos del manga –les sonará Paprika, llevada al cine por Satoshi Kon–, pero es difícil resistirse a un libro con un título como Hombres salmonela en el planeta Porno. El relato que presta su nombre a la recopilación es una pieza de pura ciencia ficción, con el sello que imprime Tsutsui a sus escritos y que lo distinguen de muchos otros autores del género: el humor. El relato cuenta el viaje de un grupo de científicos hacia una ciudad de hippies alienígenas en la esperanza de que puedan ayudarles con un problema que ha surgido en su grupo: la única mujer de la expedición fue violada por una planta –una imagen típicamente hentai– y se encuentra embarazada. Pero el planeta Porno está lleno de peligros: animales y plantas están totalmente desinhibidos sexualmente –¿qué autor nipón puede obviar el tema de la represión sexual?–, y no distinguen entre sexos ni especies a la hora de satisfacer su pasión erótica.

El gran valor de este autor es el humor casi sádico, que es más que un tono o recurso, es el alma de su literatura: “la existencia es un gran escenario cómico y todos los seres humanos son actores y personajes de una ópera bufa” (p. 179). Si lo habitual en narrativa es que la lógica guíe la acción, o el absurdo en los autores surrealistas –que tanto han influido a Tsutsui–, o la emotividad, para este japonés obcecado con la libertad es el humor lo que imprime el sentido de las acciones y la psicología de los personajes aunque, como demuestra en El límite de la felicidad, también puede ser tétricamente serio.

En este relato reflexiona sobre uno de sus temas fundamentales: la degeneración del hombre contemporáneo, condenado a morir de éxito; la humanidad, al modo de los lemmings, avanza hacia el mar ahogándose sin remisión y al igual que los roedores “no tienen la intención de restaurar el equilibrio de la naturaleza poniendo freno al exceso de población, yo tampoco reflexionaba sobre la prosperidad anormal, la paz anormal o la felicidad anormal de la raza humana” (p. 59). En este relato aparece la atmósfera surreal –las familias empujándose unas a otras hacia la orilla, las mujeres subidas a los árboles–, la crueldad obscena de la madre asesinando a su propio hijo, pero falta el humor que define su obra. Este relato es, pues, más ballardiano, pero es que Tsutsui comparte con el británico un mismo espíritu rebelde, pesimista y profético, además de ser ambos brillantes y muy particulares autores de ciencia ficción.

En El mundo se inclina, que se puede leer en clave profética pesimista tanto como misógina –aunque el autor no se tenga por tal–, el humor está presente de manera casi sólida. Tsutsui exhibe su ausencia de esperanza en la humanidad porque todo progreso está motivado por intereses espurios: la utopía siempre deviene en distopía. Así, el sueño de la ciudad feminista de la alcaldesa Tomoe está motivado tanto por el odio a su marido como por la aversión al juego del pachinko, pero en escasa medida por verdaderas convicciones igualitarias que, en cualquier caso, devienen en totalitarias. Tomoe consigue hacer prohibir el pachinko en todo el país, y reutiliza las 11.705.844.000 bolas ahora inútiles como lastre para su imaginada ciudad flotante. Evidentemente, el proyecto está viciado desde el inicio y, pese a la vigilancia de hordas de amas de casa báquicas el proyecto se resolverá en un hilarante fracaso.

En este relato, como en muchos otros, aparece el tema de las pretensiones totalitarias de determinados grupos, quizá minoritarios pero en todo caso capaces de coartar las libertades del individuo. En 1993, la Asociación de Epilépticos del Japón protestó por ciertas expresiones que Tsutsui había escrito en uno de sus libros. La persecución que sufrió por parte de los medios de comunicación le levó a dejar de publicar, como forma de protesta ante un linchamiento que consideraba injusto. Esta experiencia la refleja en El último fumador, en la que el narrador es, como él, un escritor de éxito que se resiste a dejar de fumar pese a los ataques de las ligas antitabaco, y rememora, instantes antes de ser abatido por las Fuerzas de Autodefensa, cómo el tabaco llegó a convertirse en el tabú por excelencia y cómo el fanatismo totalitario es la consecuencia de la modernidad, del sueño de la razón.

LO MEJOR: el desternillante humor ácido que anima el relato.

LO PEOR: que su humor puede no hacer gracia alguna.

No es muy conocido el nombre de Yasutaka Tsutsui en España, excepto para devotos del manga –les sonará Paprika, llevada al cine por Satoshi Kon–, pero es difícil resistirse a un libro con un título como Hombres salmonela en el planeta Porno. El relato que presta su nombre a la recopilación es una pieza de pura ciencia ficción, con el sello que imprime Tsutsui a sus escritos y que lo distinguen de muchos otros autores del género: el humor. El relato cuenta el viaje de un grupo de científicos hacia una ciudad de hippies alienígenas en la esperanza de que puedan ayudarles con un problema que ha surgido en su grupo: la única mujer de la expedición fue violada por una planta –una imagen típicamente hentai– y se encuentra embarazada. Pero el planeta Porno está lleno de peligros: animales y plantas están totalmente desinhibidos sexualmente –¿qué autor nipón puede obviar el tema de la represión sexual?–, y no distinguen entre sexos ni especies a la hora de satisfacer su pasión erótica.