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Ciencia+literatura=belleza
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Ciencia+literatura=belleza

El mito del filósofo autodidacta, muy en boga en determinadas estapas de la historia del pensamiento –Abentofail, Gracián, incluso Defoe–, consiste en considerar al hombre como

El mito del filósofo autodidacta, muy en boga en determinadas estapas de la historia del pensamiento –Abentofail, Gracián, incluso Defoe–, consiste en considerar al hombre como un compendio de todas las potencias, que no necesita de la sociedad para desarrollarlas pues encuentra los estímulos en su propio espíritu. Algo de esto hay en El teorema de Almodóvar, una breve y condensada novela que reflexiona sobre el individuo aislado, privado de –casi– todo contacto social. Mas, no por haberse extraviado en una isla desierta, sino por haber sufrido un accidente de tráfico que le causa terribles cicatrices en el rostro y una apariencia monstruosa. Pero Casas Ros –personaje, narrador y autor– no desarrolla, como Hayy Ibn Yaqzan, los condicionamientos, conocimientos y actitudes de la sociedad, sino una personalidad propia, “desplazada”, pues “Cuando no se puede hacer nada, la sensibilidad se exacerba y abre otro territorio, menos preciso” (p. 15).

Es la imprecisión, la indeterminación o la fluidez, en cualquier caso la burla de toda limitación, la que ‘define’ su cosmovisión. Desde su soledad, desde su retiro casi monástico, anhela una percepción del mundo más profunda, donde las fronteras de la realidad trazadas por los hombres –compartimentos estancos– comienzan a borrarse. Lo que anhela, pues, es una existencia más animal y sencilla. Cobran así relevancia los personajes que lo acompañan en la novela, la transexual Lisa, el ciervo –que introduce un componente de realismo mágico– y el cineasta Almodóvar, cronista de los submundos y sus alternativos habitantes. De Almodóvar toma, además, el nombre del ‘teorema’ que da título a la novela y que señala un camino hacia la belleza, un camino que se traza mediante la observación y el sexo andrógino –“aquel que fuera lo bastante alquimista en sentido newtoniano de la palabra para producir la ilusión y la presencia del órgano indiferente a las denominaciones” (p. 19)–.

De este modo, su “animal fetiche es la célula que compone el cuerpo, la veo polimorfa, capaz de adoptar todas las apariencias del reino animal” (p. 31). El mundo novelesco que presenta Casas Ros es así fluido, indefinido, incorpóreo –en tanto que el cuerpo es un límite– y eso condiciona su estilo pues “Yo iba a escribir la biografía de una mente, […], me he sustraído a la masa atómica designada con el nombre de cuerpo” (p. 18). Entra, pues, dentro de lo denominado autoficción, en la que se confunde lo real y lo imaginado –el Antoni Casas Ros orgánico también sufrió un accidente de tráfico que lo desfiguró, pero sólo el Casas Ros de papel conoce personalmente a Almodóvar, etc.–, una síntesis muy de moda pero poco lograda en este caso –la verosimilitud del relato sufre por la presencia del ciervo, del mismo cineasta, de los padres caricaturizados–. También está muy en boga la introducción del lenguaje científico –una de las bases del Proyecto Nocilla – que Casas Ros sí consigue con brillantez, creando una voz poética propia y muy rica.

La escritura se convierte en sonda exploratoria al tiempo que liberadora, que brota de su soledad y su miedo a la reinserción social –“Un universo paralelo, con otras leyes, otra física, tal vez sea ése el teorema de Almodóvar: el poder del mundo dividido por mi incapacidad para afrontarlo” (p. 50)–, pero también advierte un hambre de belleza y comprensión: “En este autorretrato me propongo […] mirar el mundo hasta que revele su belleza, por más que sea una empresa extrañamente utópica. Aplico el teorema de Almodóvar; basta mirar el tiempo suficiente, para transformar el horror en belleza” (p. 72). Este autorretrato es, junto con una única imagen difundida, lo único que sabemos de un autor misterioso –el misterio es otro de los pilares de la obra– cuya incógnita ha suscitado todo tipo de elucubraciones y hasta permite imaginar que todo esto no es más que un acabado montaje editorial. Claro que, no hay porqué dejar a la realidad fuera del juego de la ficción, algo que encaja muy bien con una concepción líquida del mundo.

LO MEJOR: Sus certeras reflexiones acerca de la sustancia de la realidad.

LO PEOR: ¿Es aburrido?

El mito del filósofo autodidacta, muy en boga en determinadas estapas de la historia del pensamiento –Abentofail, Gracián, incluso Defoe–, consiste en considerar al hombre como un compendio de todas las potencias, que no necesita de la sociedad para desarrollarlas pues encuentra los estímulos en su propio espíritu. Algo de esto hay en El teorema de Almodóvar, una breve y condensada novela que reflexiona sobre el individuo aislado, privado de –casi– todo contacto social. Mas, no por haberse extraviado en una isla desierta, sino por haber sufrido un accidente de tráfico que le causa terribles cicatrices en el rostro y una apariencia monstruosa. Pero Casas Ros –personaje, narrador y autor– no desarrolla, como Hayy Ibn Yaqzan, los condicionamientos, conocimientos y actitudes de la sociedad, sino una personalidad propia, “desplazada”, pues “Cuando no se puede hacer nada, la sensibilidad se exacerba y abre otro territorio, menos preciso” (p. 15).