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Roger de Lauria, el terror de los mares
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Aragón toma el Mediterraneo

Roger de Lauria, el terror de los mares

Hacia el año 1283 Pedro III de Aragón observó la capacidad de uno de sus caballeros para los asuntos de armas y su particular y creativa visión de la estrategia como ciencia militar

Foto: Pedro III el Grande en el collado de las Panizas, por Mariano Barbasán. 1891. (Diputación Provincial de Zaragoza)
Pedro III el Grande en el collado de las Panizas, por Mariano Barbasán. 1891. (Diputación Provincial de Zaragoza)

“La progresiva degeneración de la especie humana se percibe claramente en que cada vez nos engañan personas con menos talento”.

Charles Darwin.

Corría el siglo XIII, cuando Pedro III de Aragón, un rey visionario y activo, daba un potente impulso a la corona, proyectando hacia el Mediterráneo toda su capacidad de expansión. Génova y Venecia, suspicaces siempre a cualquier competencia, estaban intranquilas ante el creciente poderío de Aragón. Este reino peninsular se expandía a pasos agigantados y su presencia en Grecia, Túnez, Sicilia, etc., no era un buen augurio para sus adversarios mercantiles.

Hacia el año 1283 el gran rey aragonés había observado la capacidad de uno de sus caballeros para los asuntos de armas y sobre todo, para su particular y creativa visión de la estrategia como ciencia militar. Roger de Lauria se llamaba y, tras él, vinieron muchos días de gloria para el reino peninsular. Rodeado de los excelentes pilotos de cocas y galeras, entrenados en tan lejanos escenarios como las costas turcas o incluso las flamencas, conectando la Ruta de la Seda con La Liga Hanseática; el Reino de Aragón comerciaba ya fuera con porcelanas, especias, armas, seda, resinas aromáticas; pieles, miel, ámbar o centeno y prendas manufacturadas confeccionadas en Inglaterra o Amberes.

Foto: Retrato de José Patiño y Rosales (1666-1736)

A sabiendas de este potencial y coincidiendo con una causa mayor sobrevenida; el comercio daría paso a la guerra de manera accidental y el almirante se tuvo que dirigir a Sicilia por una cuestión de derechos sucesorios. Tras vencer las pretensiones francesas sobre la isla sureña, tuvo que enfrentarlos nuevamente tras invadir el nordeste o lo que sería la actual Cataluña, rechazando a los osados francos y penetrando en territorio adversario. Más de una decena de enfrentamientos en el Mediterráneo le acreditaron como un estratega excepcional. Pero fue nuevamente en Sicilia, (1282) en las llamadas Vísperas Sicilianas, donde su enorme habilidad quedaría reconocida para los restos. Una enorme matanza de franceses acabó con las aspiraciones del reinado de Carlos de Anjou en esta isla, que pasaría a manos de los reyes de Aragón y posteriormente de la futura Monarquía Hispánica por un periodo de cerca de 320 años, hasta ser cedida a la Casa de Austria por Felipe V en uno de esos alambicados procesos de cambio de cromos.

Pedro III de Aragón estaba en la cumbre de su gloria, de su reconocimiento hacia su amigo, de la fidelidad que le profesaba y de los logros obtenidos. Aragón, sus tropas almogávares, Roger de Lauria; eran una carta de presentación increíble. Fue en la batalla de Ponza (1300 d.C), donde se dio uno de los episodios más cruentos de aquel contencioso mercantil por lograr en control del Mediterráneo. Lauria se opuso a matar a los ballesteros genoveses capturados, aunque acabaría aceptando bajo la enorme presión de la tropa almogávar que se les cortara las manos como mal menor; cosas de la guerra.

Es sabido que los guerreros pirenaicos eran tremendamente diestros en el cuerpo a cuerpo, no solamente en el combate a corta distancia, sino también en el contacto. Armados de chuzo y espadas cortas tenían la extraña habilidad de no estar en el lugar del ataque adversario, técnica muy usual en los guerreros japoneses y muy practicada en el arte marcial del Aikido.

"Diseñaron bombas incendiarias y brocas portadas por los marinos que rompían la obra viva de las naves francas hasta crear vías de agua que condenaban a las naves a su suerte"

En la batalla de Castellammare, cuajaron un enorme botín que permitió pagar por adelantado a la tropa almogávar, satisfaciendo una compensación adicional por la colosal captura de dos enormes urcas de transporte. Tanto el papado como los restos de angevinos que pululaban como alma en pena por la bota itálica tras las Vísperas Sicilianas; se encontraban sin hallarse; entendiendo que se enfrentaban a un ser superior rodeado de una tropa altamente eficaz; estajanovistas de palo y tentetieso, terror de aquel tiempo.

Es curiosa la forma de imponerse de este marino al servicio del rey de Aragón. A lo largo de toda su carrera, fingió ser la parte débil ante el contendiente. En el asalto a Malta, en Cabo Orlando, en el enfrentamiento de Islas Fomigues y en la brillante victoria dada en el Golfo de Nápoles, un baile de maniobras imposibles con las mejores galeras que han surcado el Mediterráneo, generaba una sincronizada coreografía de muerte y destrucción. Y luego estaba su reputación de guerrero despiadado. Tras finalizar los abordajes nocturnos a las naves francesas que apoyaban por mar la invasión de sus pares en tierra; en la zona abrazada por Palamós y Calella; diseñaron bombas incendiarias y brocas portadas por los marinos que rompían la obra viva de las naves francas hasta crear vías de agua que condenaban a las naves a su suerte. Esa noche murieron más de 3500 marinos franceses y los que sobrevivieron quedaron todos ciegos a causa de la ferocidad y ansia de aniquilación del líder de la tropa aragonesa. No, no se andaba con políticas de paños calientes.

placeholder Tumba de Roger de Lauria en el monasterio de Santes Creus. (Fuente: Wikimedia)
Tumba de Roger de Lauria en el monasterio de Santes Creus. (Fuente: Wikimedia)

Tal vez, la clave de las victorias por mar (sin subestimar el apoyo de la infantería almogávar embarcada) radicaba en una nave de antiquísima factura, ya usada por el navegante egipcio Necao en su periplo africano; la galera. Desde el advenimiento del rey Jaime I de Aragón en adelante, todos los monarcas del reino promovieron la construcción de estas naves, eso sí, con un bordo más alto, amurallando las amuras frecuentemente con planchas. Son famosas las atarazanas próximas al puerto de Barcelona, al final de las Ramblas; una visita ineludible para quienes amen la historia y el mar. En su momento álgido podían albergar hasta un millar de carpinteros de ribera, artilleros, mercaderes promoviendo los futuros fletes, en fin; un lugar digno de ver.

En la abadía de Santes Creus, en un silencio sepulcral interrumpido solo por el piar de los pájaros, cercana a la tumba de Pedro III, su gran amigo y mentor; se supone que duerme en paz uno de los más grandes guerreros que dio a luz Aragón; Roger de Lauria se llamaba.

“La progresiva degeneración de la especie humana se percibe claramente en que cada vez nos engañan personas con menos talento”.

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