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La verdad siempre traiciona a la familia
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LITERATURA EN PRIMERA PERSONA EN BUSCA DE LOS LÍMITES DEL PUDOR Y LA VERDAD

La verdad siempre traiciona a la familia

“Al final, lo más importante es que escribas con la mayor veracidad posible”. Lo demás, la vergüenza y la familia, es secundario. Con esta expresión Jonathan

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La verdad siempre traiciona a la familia

“Al final, lo más importante es que escribas con la mayor veracidad posible”. Lo demás, la vergüenza y la familia, es secundario. Con esta expresión Jonathan Franzen acaba con los límites del pudor al asumir los riesgos de escribir -sin escatimar detalles- sobre un hermano, un hijo, la madre, el mejor amigo o la pareja. El escritor se debe a la verdad, y si para respetarla debe traicionar la confianza de un hermano, un hijo, la madre, el mejor amigo o la pareja, tendrá que hacerlo. Porque al final habrá hecho lo que, “llegado un punto, tienen que hacer todos los escritores, que es ser leales a sí mismos”.

Tal y como recoge el autor de Las correcciones y Libertad (Salamandra) en su volumen de pensamientos y conferencias titulado Más afuera (Salamandra), en la conferencia Sobre la ficción autobiográfica, la lucha consiste en vencer la vergüenza, la culpabilidad y la depresión. “Tengo el prejuicio de que la literatura no puede ser simple espectáculo: de que a menos que el escritor corra un riesgo personal, no merece la pena leer su obra. Y en mi opinión, desde el punto de vista del autor, tampoco merece la pena escribirla”.

Escribir para poner a prueba las lealtades es escribir para ver cuándo empieza uno a chantajear la verdad. Sergio del Molino paró antes de retratar la muerte de su hijo. La hora violeta (Mondadori) es una novela de riesgo que lleva la integridad del autor lo más lejos que le ha sido posible. Es un libro del que no podrá desprenderse jamás, un testimonio tan veraz y comprometedor que le obligará, irremediablemente, a volver a hacerse daño en la siguiente novela –si es que quiere seguir avanzando.

Primero la honestidad

“Convertirlo en una ficción habría sido banalizar el tema”, reconoce el autor. La novela narra un año de vida de la vida de su hijo Pablo, desde que fue diagnosticado de un raro y grave tipo de leucemia hasta su muerte. Un tema demasiado sensible como para jugar a las intrigas. La apuesta es buscar el hueco literario rompiendo las barreras del pudor sin olvidarse de la honestidad.

“La biografía es la sustancia medular de la literatura, pero algunos la llevamos a extremos de desnudez que otros no se atreven o no les interesa. A mí me importa la potencia literaria que hay en el impudor”, asegura el escritor después de haberse encontrado cara a cara con la tragedia, de haberse sentado con ella y de haberla transformado en material literario explosivo.

La hora violeta es un libro para lectores valientes. Como decía Franzen, un libro sin espectáculo, bañado en la crudeza. Valientes que sean capaces de superar el trago de un libro que por lealtad al trágico acontecimiento ha depurado sensacionalismo hasta dejar una novela que es una lucha personal, un compromiso absoluto con el relato que el autor ha hecho de su propia existencia.

“Hay muchos lectores que estamos fatigados de la verosimilitud de la ficción. Yo vengo de Cortázar, me enamoré de Rayuela, pero los juegos de la ficción nos han alejado de la sustancia natural de la literatura, que es la transmisión de la verdad. En épocas de fatiga se agradece volver a lo nuclear de la literatura”, hace referencia Del Molino a un mundo de impudicia impostada que afecta a cuestiones tangenciales. De hecho, no es un libro para entretenerse, sino para hacerse daño. La señal que dejan las experiencias intensas.

Barreras naturales

El escritor no es un ser solitario y su pudor no es el único que trabaja en sus páginas. Sergio reconoce que su barrera fundamental es su pareja: si ella hubiera considerado que el libro no se podía publicar, no lo habría hecho. La mayor barrera de un escritor cuando trata de llegar al fondo es lo que cualquiera pueda pensar de su trabajo y de su persona.

Son las ligaduras a las que se refiere Manuel Jabois: “Hay que tener la valentía para desligarse de las ataduras personales y familiares para entrar a fondo en tu mujer, en tu marido, en tu familia. Es un asunto muy violento”. Lo dice para aclarar que su libro, Manu (Pepitas de calabaza), es una narración sencilla, ligera y humorística, que se centra en los buenos momentos de los nueve meses de embarazo de su pareja y del nacimiento de su hijo.

Sin voluntad de carga, la verdad y el pudor corren en este breve y agudo libro supeditados al estilo. Jabois se centra en los buenos momentos, en la caricatura de su propia persona, sin saltarse ni un detalle de un acontecimiento decisivo. Es, como él mismo dice y al contrario que La hora violeta, “un libro benigno”. Porque su impudor cuelga de sus ramalazos del humor.

“En literatura no creo que haya muchos límites para el pudor. Escribir es escribir con todo, pero yo hasta el momento no he tenido esa valentía. Soy más periodista. Por eso se dice que las mejores obras son de quienes se van a morir”, dice. O de quien escribe como si se fuera a morir. Flaubert decía que todo lo que se mira con intensidad se hace intensamente.

Contra el análisis

La intensidad puede hasta con la sociología, los números, las clasificaciones y las estadísticas. Puede hacer que la documentación y el análisis se convierta en historias de vida que discurren sin límites por el barrio de las tres mil viviendas de Sevilla, en busca del riesgo y la exclusión social, de los límites humanos que separan el pudor del sensacionalismo. Aunque Rosario Izquierdo Chaparro no priorice la intensidad en el extraordinario Diario de campo (Caballo de Troya), utilizó a las mujeres de los barrios marginales para acabar con el tecnicismo que las encerraba en categorías.  

La socióloga es una observadora, pero la novelista es intérprete. Entrar en lo literario supone entrar en el pudor. La novelista busca respuestas, la socióloga sabe hacer las preguntas”, explica la autora que ha degenerado los límites de su oficio para aproximarse a un territorio desconocido, cargada de herramientas metodológicas de las que se va desprendiendo para entregarse a los brazos de la verdad humanizada. Como si de Gulliver se tratara. Asumir su vulnerabilidad y la primera persona.

Diario de campo crece en intensidad mientras crece la tensión entre el impudor y el sensacionalismo. Si éste juega con los estereotipos, “el impudor no tiene por qué enjuiciar ni anclarse en ellos”. La única manera de acabar con el mal de los estereotipos es con el compromiso a la lealtad de la historia y de los personajes reales. A los que, paradójicamente, hay que traicionar en su confianza para legitimar la presencia arrolladora de la verdad. “Cuanto mayor sea el contenido autobiográfico de la obra de un narrador, menor será su parecido superficial con la vida real del escritor”, dice Franzen.

“Era necesario hablarle al oído al lector para contarle las durezas de la mujer desvalorizada”, cuenta la autora. Sin embargo, el pudor siempre llega. En su caso, en el caso de la precariedad de la mujer, ha evitado la violencia de género. No ha entrado a retratar esas escenas, porque no era necesario. Estas mujeres, las mujeres de Rosario, aparecen maltratadas desde el retrato medido que refleja la falta de oportunidades, la ausencia de cariño, de amor, de paciencia, ni por sus madres ni por sus maridos. Una niña trabajando es un maltrato admitido por la familia, aunque no haya agresión.  

“Yo era también una mujer quieta a la que alguien podría estar mirando desde detrás del cristal sucio de cualquier autobús, detenida en medio de un mundo que se movía alrededor incomprensiblemente”, escribe desde las profundidades de la derrota nuestra escritora. 

“Al final, lo más importante es que escribas con la mayor veracidad posible”. Lo demás, la vergüenza y la familia, es secundario. Con esta expresión Jonathan Franzen acaba con los límites del pudor al asumir los riesgos de escribir -sin escatimar detalles- sobre un hermano, un hijo, la madre, el mejor amigo o la pareja. El escritor se debe a la verdad, y si para respetarla debe traicionar la confianza de un hermano, un hijo, la madre, el mejor amigo o la pareja, tendrá que hacerlo. Porque al final habrá hecho lo que, “llegado un punto, tienen que hacer todos los escritores, que es ser leales a sí mismos”.