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Leer el arte: del pasmo al entendimiento
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Leer el arte: del pasmo al entendimiento

La creación como motivo. Mirar al agua. Javier Sáez de Ibarra Todo libro, de cualquier género, que tenga que ver con el arte contemporáneo, debe empezar por

La creación como motivo. Mirar al agua. Javier Sáez de Ibarra

 

Todo libro, de cualquier género, que tenga que ver con el arte contemporáneo, debe empezar por el principio: el pasmo del espectador y un principio de entendimiento. Así ocurre en Mirar al agua, Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, que arranca con el relato que da nombre al conjunto y en el que el misterio del arte y del amor se funden para principiar una respuesta al divorcio existente entre el hombre común y el arte de nuestra época. Y es que, como destacó el jurado –ya sólo con el aval de sus nombres sería suficiente para otorgar interés al libro: José María Merino, Ana María Shua y Eloy Tizón-, no es muy habitual en nuestras letras el diálogo con las artes plásticas, como sin embargo sí lo es en las anglosajonas. El propio autor lo anuncia en uno de los lemas del libro –por otra parte muy cargado de éstos, todos significativos y orientativos-, una cita de Iván de la Nuez: “el arte le ofrece a la literatura la posibilidad de continuar, desde otras perspectivas, sus labores narrativas o sus tareas como cartero de la sabiduría. El choque entre ambos ámbitos producirá seguramente una nueva poética del siglo que empieza”.

 

El arte y la literatura tienen en común, es una obviedad, el hecho creativo. Así pues, no es tan distinto reflexionar sobre una cosa o la otra, porque al fin vamos a parar al mismo lugar: a la musa. Enfocar la búsqueda de esta manera aporta un enriquecimiento, máxime cuando Sáez de Ibarra no pierde de vista, en ningún momento, el hecho narrativo. Y esto se manifiesta en la excepcional ambición literaria, de la que ya tuvimos muestras admirables en El lector de Spinoza y Propuesta imposible y que ahora vemos cumplida especialmente en la multiplicidad de registros y enfoques. Tenemos relatos como Las meninas que, además del evidente referente plástico, dialoga con el relato Las razones del mismo autor, si bien la cúspide de la autorreferencia la tenemos en La superstición de Narciso, que dialoga crítica e irónicamente, además, con la crítica literaria que acaba concediéndose más importancia que al texto reseñado.

 

Mas no sólo habría que destacar los virtuosismos creativos y constructivos, porque hay piezas que, sin abandonar las coordenadas intelectuales y poéticas del volumen, deslumbran por su honda y delicada emoción –que es la sangre de la literatura- como Un hombre pone un cuadro, Una ventana en Vía Speranzella o Jerónimo G.. Cerebro y corazón, pura literatura.

 

Mirar al agua. Ed. Páginas de Espuma. 19 págs. 15 €.

 

La quimera del oro. El tesoro de Sierra Madre. B. Traven.

 

Hay novelas condenadas a sobrevivir por mor de sus descendientes fílmicos, que gozan de un mayor reconocimiento y, a veces, de una mejor factura. El caso más conocido es Lo que el viento se llevó, pero El tesoro de Sierra Madre es igualmente prototípico. La gran película de John Huston es uno de los clásicos del cine norteamericano de la edad dorada –y uno de los últimos- y, en muchos aspectos, supera a la novela de Bruno Traven, un escritor inquieto y enigmático que siempre huyó de la celebridad y el reconocimiento sembrando de pistas falsas su biografía y cambiando periódicamente de seudónimo –su nombre real es desconocido-.

 

La codicia es el gran protagonista de este camino al corazón de las tinieblas, seguido por tres aventureros muy distintos: Dobbs, Curtin y Howard, quienes en su empeño por enriquecerse rápidamente inician una empresa que podría parecer descabellada pero sólo es desesperanzada: explotar un filón perdido en medio de la Sierra Madre, un lugar lejano y hostil.

 

Huston pudo corregir algunos de los defectos que abaratan la lectura de la novela, muy perjudicada por las obsesiones propagandísticas del autor –muy influido por el ideario de la Revolución mexicana, pero conservando intacto su chovinismo nórdico- y que aparecen especialmente en los relatos que inserta Traven en la narración, trastocando su estructura. Pero también aprovechó lo mejor del original, como la espléndida construcción de personajes, y el vigor, el pulso y la suciedad casi tangible del relato. Además, supo conservar toda la mitología del oro que Traven recogió en su experiencia como buscador, dotando a su obra de un trasfondo sobrenatural implícito, y que asoma por la simbología de elementos como el sombrero dorado del líder de los forajidos, o en el brillante desenlace en el que el uso de la catarsis devuelve la humanidad a los personajes y que es el colofón de un viaje que es, en definitiva –y como todo viaje literario-, una introspección a las profundidades del alma humana.

 

 El tesoro de Sierra Madre. Ed. Acantilado. 352 págs. 22 €.

La creación como motivo. Mirar al agua. Javier Sáez de Ibarra