Rafa Nadal, el héroe en la final del Open de Australia

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Tras rechazar la retirada y hacer un evidente y loable esfuerzo que acabó siendo inútil, el español murió de pie, consiguiendo así el suizo el primer ‘major’ de su carrera al primer intento por un claro 6-3, 6-2, 3-6 y 6-3 en poco menos de dos horas y media. Nadal dijo tras la derrota que esta vez le “había tocado la mala suerte”, y no pudo evitar las lágrimas de decepción.
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"En el peloteo sentí algo, mi espalda se quedó clavada", dijo Nadal. "Ya está, ahora me siento triste, porque es una final de un grande y es esa clase de partidos por los que uno trabaja y disfruta y ha sido todo lo contrario, porque he sufrido, no he disfrutado y no he tenido las condiciones necesarias. Es parte de mi vida, del deporte, y no es el fin del mundo", comentó, después de felicitar al ganador a quien no quiso restarle protagonismo.
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Antes de que Nadal hiciera gestos de haberse dañado, Wawrinka ya dominaba el marcador y se había convertido en el incómodo adversario que nunca había sido en los doce enfrentamientos anteriores entre ambos. Pero mientras Rafa trataba de encontrar su juego, torció el gesto tras un golpeo en el tercer juego de la segunda manga. Se había lesionado la espalda.
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Nadal abandonó la pista con 1-2 en contra para recibir tratamiento fisioterapéutico, algo que solo se puede hacer cuando la dolencia se encuentra en zonas que requieren un mínimo de pudor. Wawrinka, que se encontraba metidísimo en el partido, tras el 3-6 del principio, y haciendo un tenis que le ponía la victoria a la vista, se quejó visiblemente enojado al juez de silla.
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Rafa estaba visiblemente tocado, su movilidad estaba perjudicada e incluso su saque se redujo a una velocidad de amateur. Las dudas de si abandonar o no se reflejaban al final de cada punto en la cara del ganador de este Open en 2009. Ante ese seudo-oponente, Wawrinka ganó cómodamente el segundo set por 2-6.
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El hombre que lleva años soportando dolor en sus rodillas a diario, y que apenas se ha quejado por la molesta ampolla de su mano izquierda durante este torneo, decidió seguir hasta no poder más. Seguramente habría tomado algún antiinflamatorio al ser tratado por el fisio y quería comprobar si el efecto aparecía y le permitía al menos perder en la pista y no por abandono.
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Mientras no sabía si irse o seguir, Rafa optó por adaptar totalmente su juego a las limitaciones físicas que sufría. Dio un par de pasos hacia adelante para jugar dentro de la pista, desechando el peloteo y jugando con golpes planos. Wawrinka, nervioso, no se sobrepuso y se vio un extraño tercer set que posiblemente ninguno de los dos olvidará en su vida.
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Nadal consiguió imponerse con esas maneras tan poco ortodoxas, con un 6-3 que sólo podría ilusionar a los más entusiastas aficionados españoles, porque la derrota era el final más evidente.
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En el cuarto set, Nadal recuperó la dignidad en el servicio, con algún primero por encima de los 180 km/h. Paciente, el español se centró entonces en sacar adelante su saque sin desgastarse demasiado al resto y empezó a soñar con completar la proeza.
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Pero justo cuanto notó que la mejoría física de su rival había llegado, Wawrinka volvió ser él mismo, consiguiendo un ‘break’ que le llevó al mayor éxito de su carrera.
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Una hora y veinticinco minutos, ese fue el tiempo que Nadal consiguió alargar un partido que cualquier otro tenista de la historia habría dado por imposible nada más ser atendido. No pudo conseguir su 14º Grand Slam, pero Rafa dio este domingo en la pista Rod Laver de Melbourne una lección de pundonor que será recordada casi tanto como muchas de sus victorias.
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Triste estampa ver al número uno del tenis mundial arrastrándose por la pista en una final de un Grand Slam. Pero si este es Rafa Nadal, la imagen puede ser tan heroica e histórica como cualquiera de sus mejores triunfos. Esta vez cayó, aguantando, eso sí, el dolor hasta el final después de sufrir un imprevisto físico durante el calentamiento que afloró en el segundo set del duelo que le enfrentaba a Stanislas Wawrinka con el Open de Australia en juego.
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