Calientan las gradas, animan sin descanso y se ganan el favor de los clubes con su pasión incondicional. Son las hinchadas futboleras, un apoyo fiel para los jugadores durante los 90 minutos más importantes de la semana. Entre esos miles de aficionados se esconde lo peor del deporte rey: personajes mafiosos y violentos que son capaces de arrebatar la vida a inocentes como Aitor Zabaleta cuyo error fue visitar un bar del equipo rival o Manuel Ríos Suárez, un joven que murió mientras defendía a un niño de los hinchas radicales de su propio equipo. Esa es la historia de los ultras de nuestro país, un entramado que goza del beneplácito de algunos clubes que se benefician de su presencia y que hacen la vista gorda ante un cúmulo de ilegalidades que sirven para llenar los bolsillos de la organización. Mientras tanto el resto de aficionados, esos que solo están pendientes de disfrutar en el campo, deben convivir con la vergüenza de compartir grada con unos salvajes.