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Inapetencia estival: ¿por qué el calor nos quita el hambre?
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Y AUN ASÍ, ENGORDAMOS

Inapetencia estival: ¿por qué el calor nos quita el hambre?

Las altas temperaturas del verano pueden ser el detonante que nos ponga a dieta sin pretenderlo. ¿A qué se debe esta desgana? Y lo más importante, ¿puede dañar la salud?

Foto: La falta de hambre es una respuesta fisiológica normal ante el calor. (iStock)
La falta de hambre es una respuesta fisiológica normal ante el calor. (iStock)

Nuestras ganas de comer pueden resentirse por muchas razones, pero una de las más evidentes es el calor. Ahora bien, nos referimos al hambre y no al apetito, el cual va por libre, ya que depende de factores muy distintos. Y es que, tal y como señala Andrea Calderón, profesora de Nutrición de la Universidad Europea, hambre y apetito son dos conceptos diferentes: "El primero es la necesidad fisiológica de ingerir alimentos. La sentimos cuando necesitamos reponer nutrientes; por ejemplo, cuando en nuestra sangre vamos teniendo menos niveles de glucosa disponible circulante o los depósitos se van gastando". Y añade: "Puede detectarse por señales del organismo como contracciones rítmicas del estómago o impulsos y agitación que nos llevan a buscar alimentos que ingerir".

El hambre y el apetito son diferentes. Uno es una necesidad biológica; el otro, un deseo

En cambio, el apetito "es el deseo psicológico de comer, que está asociado a factores externos como las influencias sensoriales que conducen a la ingesta: tener a mano alimentos muy palatables, el olor de una pastelería… Suele ser más específico. Por ejemplo, queremos comer dulce o salado; en concreto, se nos antoja un capricho o un dulce específico", sintetiza la experta.

El cuerpo se pone en "modo ahorro"

Dejando a un lado el deseo, ponemos el foco en la necesidad de comer. Un impulso fisiológico que varía de intensidad en función de numerosos condicionantes, entre otros, la temperatura ambiente.

placeholder El cuerpo necesita regular la temperatura corporal a torno a 36 ºC. (iStock)
El cuerpo necesita regular la temperatura corporal a torno a 36 ºC. (iStock)

En este punto, aparece el fenómeno de la termorregulación, que se refiere al mantenimiento de una temperatura corporal adecuada. Así lo explica la experta: "Cuando hace frío, el cuerpo necesita regular la temperatura corporal propia en torno a 36-37º de media. En estas condiciones, para mantenernos en ese baremo, es necesaria más energía, y por esta razón, el organismo se dispone a producir calor para contrarrestar el frío ambiental. Es decir, en temperaturas frías, nuestro metabolismo es un poco más alto".

En cambio, cuando llega el verano y el calor aprieta, "el cuerpo se pone en modo ahorro, pudiendo reducir ligeramente el metabolismo. Es decir -aclara Calderón-, gasta un poco menos de calorías, por lo tanto, nos demanda comer menos. Por ello, con el calor del verano podemos tener menos hambre, sobre todo cuando pasamos mucho calor. Esto, de forma más acusada, sucede cuando enfermamos y tenemos fiebre, que solemos tener menos hambre".

Foto: Una persona con obesidad camina por la calle. Foto: Pixabay

Además, por otro lado, es importante recordar que el propio proceso de digerir y metabolizar alimentos produce calor y gasta energía. Por eso, cuando comemos, nos sube ligeramente la temperatura después de comer. "De forma inteligente, si ya tenemos mucho calor en el cuerpo, el organismo procura no aportar más, haciendo que nos sintamos saciados antes o quitándonos el apetito", apostilla.

Comemos menos, pero también gastamos menos energía...

Uno podría pensar que este mecanismo que nos quita/reduce el hambre, en última instancia podría desembocar en algún tipo de carencia o déficit nutricional. Sin embargo, esta posibilidad no es algo que ocurra con frecuencia, ya que "debemos pensar que, sin ser apenas conscientes, con el calor nos movemos menos. Así que en la vida activa o las actividades diarias, consumimos menos energía que en otras épocas el año", apunta la docente.

Con el calor, el cuerpo de pone en "modo ahorro", pudiendo reducir ligeramente el metabolismo

Lo más interesante es que "el cuerpo, generalmente, es lo suficientemente inteligente como para regular sus necesidades calóricas y su gasto, por lo que debemos escucharle. Ahora bien -advierte-, si la ingesta se ve muy reducida, debemos valorar no llegar a tener carencias nutricionales, aunque no será lo habitual".

Ciertas personas están más expuestas

En los días más calurosos algunos colectivos, como las mujeres embarazadas, los niños y las personas mayores, tienen mayor riesgo de deshidratación, "por lo que el cuerpo todavía responde más rápido ante estas situaciones", puntualiza Calderón. "Pueden tener menos hambre que un adulto medio y saciarse más deprisa, con el objetivo de combatir que el cuerpo llegue a temperaturas más altas", aclara.

placeholder Las mujeres embarazadas deben procurar no reducir la ingesta debido al calor. (iStock)
Las mujeres embarazadas deben procurar no reducir la ingesta debido al calor. (iStock)

Tanto en los personas de la tercera edad como en las embarazadas hay que hay que tener un especial cuidado. Así lo aconseja la experta, quien aduce diferentes razones para ello. En el grupo de los mayores, "hay que tener en cuenta que de por sí se sacian más rápido por una serie de mecanismos hormonales y bioquímicos, por lo que si reducen aún más su ingesta, debemos valorarla con precaución". Y en el supuesto de las gestantes, "las necesidades nutricionales siempre están aumentadas, y en lactancia todavía más, por lo que debemos poner especial atención a que no se reduzca demasiado la ingesta debido al calor".

Aprovechar cada comida y otros consejos

Partiendo de la idea de que, según la profesora de nutrición, tener un poco menos de hambre en verano no es realmente un problema, la cuestión es que "si una persona nota que come demasiado poco o le cuesta comer más de la cuenta, debe ingerir alimentos más nutritivos para aprovechar cada ingesta".

En este sentido, la experta nos da algunas recomendaciones:

  • Incluir alimentos muy nutritivos en poco volumen: grasas saludables como aguacate y aceite de oliva, pescado azul, frutos secos…
  • Acompañar las ingestas con alimentos frescos y altos en agua: fruta, verdura y hortaliza fría como ensaladas o gazpacho, que refresquen además de nutrirnos.
  • Llevar una organización mínima de las ingestas aunque estemos de viaje o de vacaciones, para no acabar comiendo muy poco en las comidas principales, y rellenarlo picoteando procesados no saludables entre horas.
  • No abusar del alcohol en las terrazas o aperitivos ya que posiblemente nos quite más el hambre aún si hace calor. Mejor para hidratarse tomar agua, agua con gas, agua de sabores sin azúcar…
  • Vigilar no llenarnos a base de líquidos, que pueden hacernos sentir más llenos falsamente porque el estómago se distiende.
  • No abusar de harinas refinadas y azúcares que aporten saciedad, pero no nutran. Optimizar las comidas incluyendo legumbres, cereales que sean integrales o semillas.

Y si comemos menos, ¿por qué engordamos en vacaciones?

La culpa (o gran parte de ella) es del "terraceo", los aperitivos y la falta de movimiento. Dicho en palabras de la experta: "Se debe a los hábitos alimentarios que tenemos en verano por cuestiones sociales y culturales. Normalmente salimos mucho más a comer fuera, lo que implica consumir más bebidas calóricas (cerveza, vino, refrescos…), e incluir aperitivos o comidas que no solemos tomar en el día a día del periodo lectivo".

Además, durante el verano, muchas personas "frenan el ejercicio físico, dejan de ir a clases colectivas o al gimnasio, o simplemente, por calor o estar de vacaciones, reducen su actividad. Muchas veces al estar de viaje creemos que no paramos porque estamos de un lado a otro, pero realmente la quema de calorías o ejercicio muscular es mucho menor que durante el periodo lectivo", asegura.

Nuestras ganas de comer pueden resentirse por muchas razones, pero una de las más evidentes es el calor. Ahora bien, nos referimos al hambre y no al apetito, el cual va por libre, ya que depende de factores muy distintos. Y es que, tal y como señala Andrea Calderón, profesora de Nutrición de la Universidad Europea, hambre y apetito son dos conceptos diferentes: "El primero es la necesidad fisiológica de ingerir alimentos. La sentimos cuando necesitamos reponer nutrientes; por ejemplo, cuando en nuestra sangre vamos teniendo menos niveles de glucosa disponible circulante o los depósitos se van gastando". Y añade: "Puede detectarse por señales del organismo como contracciones rítmicas del estómago o impulsos y agitación que nos llevan a buscar alimentos que ingerir".

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