Es noticia
Menú
Joan Manuel Serrat en nuestros Mediterráneos
  1. Famosos
OPINIÓN

Joan Manuel Serrat en nuestros Mediterráneos

Por ser un lugar común el alma, por ser escaso el talento, vaya mi reconocimiento a un genio de contar las cosas, de cantar los sentimientos

Foto: Joan Manuel Serrat. (Ilustración: Jate)
Joan Manuel Serrat. (Ilustración: Jate)

Quizá porque mi niñez sigue sonando a sus notas. Y escondido tras las cañas de mi primera juventud dejaba ver a rasguños el fondo en rojo que tan pronto y tan inevitable heredé de un padre de extemporánea vocación sindicalista. Llevo la luz y el dolor de aquellas incipientes libertades por dondequiera que vaya. Es mi público homenaje a los que con él pelearon en los sesenta y están hoy en el camino de dejar atrás los setenta para buscar sus, aún más, mejores años. Amontonados me quedan amor, juegos y penas cantadas por extrarradios. De camino a algún concierto, de vuelta de cualquier mitin o repartiendo folletos.

Yo que en la piel tengo el sabor amargo del sudor y del llanto de una madre que ni un día se atrevió a viajar por cuidar a sus dos hijos. Ni viajó a Algeciras, ni mucho menos a Estambul. No disfrutó cielos azules sino días inacabables y largas y solitarias noches de invierno. Limpiando casas, echando cuentas, cosiendo guantes. Que aprendió a fuerza de desventuras a esconder su alma profunda y a permanecer en la penumbra de una sombra que, de oscura, tan poco le dejó crecer.

A atardeceres muy sobrios se acostumbró también mi hermana, mi verdadero camino. Recodo que redirige caminando hacia adelante. Marcando rumbo y ritmo a base de dar ejemplo y repartir de su amor. Canto mal, miento mejor. Me gusta jugar a que me la juego. Me gusta mucho más lo que provoca el vino. Busco mi alma a diario buscando encontrar su oficio.

placeholder Joan Manuel Serrat y Candela Tiffón, su esposa. (EFE)
Joan Manuel Serrat y Candela Tiffón, su esposa. (EFE)

Y qué le voy a hacer si yo escuché de niño 'Mediterráneo'. Si se acercó esa canción tantas veces a mi cuna. Si se iba para demostrar adolescentes repudios. Si volvía a aparecer en una cena de lumbre, en un coche a ningún sitio, en un rincón de la casa anestesiando a mi madre. Hoy escucho esa canción añorándome humildades. Reconociendo un esfuerzo poderoso cual marea. Constante e inexplicable, a veces buscando orillas, a veces, como con una mujer, hundiéndote en un mar de dudas.

No quiero pensar en mi mal, ni en ladera que quiero para poder descansar. No sé aún si quiero vistas, formar parte de un camino, alimentar a los pinos o florecer a la vista de los que me echarán de menos. Quiero que me quiera el tiempo. Que me deje disfrutar de este nivel de consciencia. No puedo aspirar a más. Que me otorgue un bien preciado, el don de la supervivencia. Que me deje recorrido, que me dote de una historia. Y que pueda asimilar tanto bueno que nos pasa. Tanta energía que vibra para sujetarnos a todos. Tanta que también sujeta todo nuestro alrededor. Tan abundante y precisa que no se logra entender. Tanto reto, tanta vida que siempre que la recordamos nos gusta que suene a algo. A música celestial en este ambiente mundano.

Foto: Joan Manuel Serrat y Candela Tiffón, en una imagen de archivo. (Getty/Pablo Cuadra)

A mí me suena a Serrat esa parte de mi vida que siento como verdad. Esos cantos de poeta que me pellizcaron por dentro. Esas letras que reviven mis más sentidos recuerdos. Esos himnos que mostraron un más que posible camino a un mundo de libertad. A la personal, a la de otros, a la de la dulce convivencia. A la de aceptarnos todos. A la libertad de ayudar. A la felicidad de la ayuda. Al disfrute de aquellas pequeñas cosas que demasiadas veces arrinconamos en las esquinas buscando dejar un hueco que, a fuerza de no rellenar con las cosas importantes, se convierte en un vacío cercano a lo existencial.

Lo microscópico de un hombre

Todos hemos vivido nuestro particular Mediterráneo. Todos hemos conseguido la adaptación de ese vínculo a cualquier mar, pueblo blanco o meseta de Castilla. El amor a tus raíces admite cualquier matiz. Cualquiera menos el que excluye o el que no deja compartir. Serrat cantó sus raíces en palabras andaluzas, levantinas o uruguayas. Sin renunciar a su idioma le puso ritmo a Machado, cadencia a Miguel Hernandez, compás a Rafael Alberti, armonía a Benedetti. Puso melodía al verso para hacerlo inolvidable incluso para aquellos necios que nunca leímos de un libro. Poemas universales que describen hasta el barrio. Que cuentan cómo es el mundo contando lo microscópico que tiene un hombre por dentro. Por ser un lugar común el alma, por ser escaso el talento, vaya mi reconocimiento a un genio de contar las cosas, de cantar los sentimientos.

Las historias de Serrat las hemos vivido todos. Con algún toque de humor si nos jode una pelota. También con algún desprecio hacia los locos que mandan. Con profunda devoción, aun siendo un poco impíos, en lo alto de una escalera y a los pies de cualquier cruz. Admirando al tío Alberto, describiendo nuestro amor por muy platónico que sea. Reconociendo a Lucía el error de abandonarla. Identificando el desconsuelo en Penélopes y Curros. Haciendo del optimismo oficio que gana vidas. Porque hoy es un gran día, pero mañana también. Disfrutemos de la fiesta de darle rienda a los instintos. Vino cuando toque vino y música cuando toquen penas.

Foto: Fotografía de archivo del 21/09/2021 del cantautor Joan Manuel Serrat durante su actuación en la sala Mozart de Zaragoza. (EFE/Toni Galán)

Todos somos de Serrat, lo sabe hasta el que no lo sabe. Ese, que relea letras, que documente verdades. Cuando le arrastren los ritmos, vea vibrar la garganta, note la verdad a chorros y le mire esa mirada se hará del Mediterraneo o de donde le dé la gana. Pero se hará de Serrat, de su lírica, de su prosa y de su saber estar. No caben ideologías, no caben nacionalismos, no importan predilecciones, olviden apriorismos. Serrat les gusta o les gusta. O tienen el gusto torcido. Hay casi ya seis décadas para elegir en sus discos. A sociedades diversas muchos versos sobreviven. Muchas canciones que muestran, y mostrarán de por vida, el amor, el día a día, el mirar a quien te rodea, el respeto a los mayores, el cuidado de los niños, lo importante de la aventura, lo infalible de ser libre, lo importante de ser hombre.

Le quedan pocos conciertos, por voluntad propia y aviso, para darle tantas gracias. Quiere despedirse en persona de tanto y tanto discípulo que seguimos sus canciones. Va a cantar las que nos gustan, todas esas que nos unen. Llevaré padres y hermana a reeditar nuestros vínculos, a cantarlos a su cara, a hacerle coros de cariño y pedir que no se vaya. Seguro que aprovecharé para preguntar a mis padres, castellanos de hace siglos, si es verdad, como sospecho, que el nombre de Montserrat, que pusieron a mi hermana, tiene todo que ver con esto.

Quizá porque mi niñez sigue sonando a sus notas. Y escondido tras las cañas de mi primera juventud dejaba ver a rasguños el fondo en rojo que tan pronto y tan inevitable heredé de un padre de extemporánea vocación sindicalista. Llevo la luz y el dolor de aquellas incipientes libertades por dondequiera que vaya. Es mi público homenaje a los que con él pelearon en los sesenta y están hoy en el camino de dejar atrás los setenta para buscar sus, aún más, mejores años. Amontonados me quedan amor, juegos y penas cantadas por extrarradios. De camino a algún concierto, de vuelta de cualquier mitin o repartiendo folletos.

Música
El redactor recomienda