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El retrato de la muerte en la España de los siglos XIX y XX

La muerte es una experiencia tan vital como la propia vida. Hasta hace no mucho este momento de tránsito cobraba otra dimensión. Era habitual que la

Ramón Godás. Máximo Piteira Fernández velando a su hermano Alfonso. Torrón. C. 1918. Colección Familia Piteira-Torrón.

Joaquín Pintos. Velatorio. 1905. Archivo Gráfico. Museo de Pontevedra

Cantó (Barcelona). [Niña difunto]. s.f. Colección J. J. Mena.

Pacheco (Cortejo fúnebre) s/f. negativo placa de vidrio. Arquivo Pacheco. Concello de Vigo.

Luis Chao (momento de salida del Cortejo fúnebre de la Casa de Doña Josefa Ogea Sisto, difunta. Paradela de Castrelo de Miño). 1929. Positivo. Fondo AMECHIR. Museo Etnolóxico. Ribadavia. Ourense. Consellería de Cultura e Deporte. Xunta de Galicia.

Ramón Caamaño (familiares rodeando al difunto) s/f Negativo placa de vidrio. Archivo Ramón Caamaño Bentín.

José Moreira. [Bebé difunto]. [1910-1950]. Negativo placa de vidrio. 12x9cm. Archivo José Moreira. Museo de Pontevedra

Ramón Godás. Máximo Piteira Fernández velando a su hermano Alfonso. Torrón. C. 1918. Colección Familia Piteira-Torrón.

Fotógrafo Cantos (Alicante). [Niño difunto]. s.f. Colección J. J. Mena.

Ramón Caamaño. [Bebé difunto en su ataúd]. s/f. Negativo placa de vidrio. Archivo Ramón Caamaño Bentín.

Maximino Reboredo. [[Bebé muerto]. C. 1892-1899. Negativo placa de vidrio, 13x18 cm. Archivo Maximino Reboredo. Archivo Histórico

Ramón Caamaño. [Bebé difunto en su ataúd]. s/f. Positivo iluminado. 13,5 x 9,5 cm. Archivo Ramón Caamaño Bentín.

José Moreira. [Mujer e hijo en el ataúd]. [1910-1950]. Negativo placa de vidrio. 10x15 cm. Archivo José Moreira. Museo de Pontevedra.

Valentín Gómez (Madrid). Filomena de Acha y Moutes. Agosto 1896. Imperial. Colección Virginia de la Cruz Lichet.

Pacheco. [Niño difunto en su ataúd]. s/f. Negativo placa de vidrio. Arquivo Pacheco. Concello de Vigo.

José Blanco (Cádiz). [Niño difunto sentado]. s.f. Colección J. J. Mena

Luis Chao. [Portada del álbum con imágenes del entierro de Doña Josefa Ogea Sisto]. 1929. Museo Etnolóxico. Ribadavia. Ourense. Consellería de Cultura e Deporte. Xunta de Galicia.

Francisco Zagala. “Victoria Pena Aguete”. 1897. Pontevedra. Formato Cabinet. Archivo Gráfico. Museo de Pontevedra.

Anónimo. [Niña muerta en el féretro con ofrendas]. [Años 50]. Gelatina de revelado químico. 17,5x11,5 cm. Archivo Gráfico. Museo de Pontevedra.

Ramón Caamaño. [Niño difunto en su ataúd]. s/f Positivo, probable gelatina de revelado químico. 13,5x8,5 cm. Archivo Ramón Caamaño Bentín.

Cantó (Barcelona). [Niña difunto, Reverso]. s.f. Colección J. J. Mena.

 

La muerte es una experiencia tan vital como la propia vida. Hasta hace no mucho este momento de tránsito cobraba otra dimensión. Era habitual que la gente muriera en casa, rodeada de sus familiares. La noticia se transmitía a la vecindad y eran los amigos y vecinos quienes velaban al muerto en su hogar. De allí la comitiva fúnebre le transportaba al cementerio, acompañando en el duelo a los familiares. Después de esto, solo quedaba el recuerdo, un recuerdo que se iba diluyendo con el tiempo. Es ahí donde los retratos post mortem tenían su razón de ser. Visto desde la actualidad, este tipo de retratos pueden provocar un rechazo inicial. Pero hay que contextualizarlos en una época y en un entorno íntimo, fuera de estos parámetros pierden sentido y gana la morbosidad. Lejos de esto, aquellos retratos estaban realizados desde el sumo respeto y el amor y su única pretensión era mantener vivos en la memoria a los seres que se habían ido para siempre.

El retrato y la muerte, de Virginia de la Cruz Lichet, es el nuevo libro editado por Temporae, que sale a la luz tras una profunda investigación y posterior tesis doctoral. La autora presenta casi doscientas imágenes que impactarán en nuestros sentidos. Para digerir las imágenes, Virginia de la Cruz, ahonda en las raíces de este tipo de género fotográfico y analiza las costumbres de España y de Galicia (en muchos casos) ante la experiencia de la muerte. Durante el S. XIX y XX hubo un verdadero culto a este tipo de retratos, eran una manera de que el difunto continuara formando parte del núcleo familiar de forma simbólica y quedara inmortalizado para siempre entre sus seres queridos. Una huella del pasado para recordar en el futuro.

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