Las misiones en el exterior se han convertido en la piedra angular de la diplomacia militar española y cumplen de forma simultánea objetivos estratégicos, internacionales y también políticos; en ocasiones, contrapuestos.
Mientras España confirmaba su apoyo al refuerzo del flanco oriental de la OTAN, el Gobierno de Sánchez (crítico con cómo está Israel conduciendo su ofesinva en Gaza) vetó ampliar la misión europea Atalanta contra la piratería en el Índico. La negativa a dar cobertura a Estados Unidos en su intención de proteger el tráfico marítimo en el Mar Rojo de los ataques de las milicias hutíes de Yemen ha generado titulares internacionales, poniendo de relevancia el delicado equilibrio que requiere el despliegue de tropas en zonas de conflicto.
Estratégicos: el despliegue extranjero es la proyección más directa de los intereses geoestratégicos de una nación en la defensa de su soberanía, ya sean operaciones de disuasión, vigilancia, estabilización o humanitarias. Estas, a su vez, se diseñan con varios objetivos en mente, incluyendo ganar influencia en las operaciones militares internacionales (UE/OTAN/ONU), el entrenamiento de unidades y prueba de equipos en entornos exigentes o la cooperación e interoperabilidad con ejércitos aliados.
Diplomáticos: las operaciones internacionales son una poderosa herramienta diplomática (parte de la llamada diplomacia militar). El perfil, equipamiento y liderazgo en las diferentes misiones sirve para mostrar las prioridades geopolíticas de un Gobierno, tamizadas por sus lineamientos de política exterior, que no siempre están alineados. Uno de los ejemplos que mejor refleja esta dicotomía es el caso de América Latina, prioridad diplomática histórica de España pero con una presencia militar testimonial (misión de observación en Colombia).