Covid-19 en el 12 de Octubre

Línea roja en la UCI

Texto: Pablo Gabilondo
Fotografía: Carmen Castellón
Diseño: Laura Martín
Desarrollo: Carlos Muñoz
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a muerte está a punto de llegar al box 206. Son las 12:34 del viernes y el paciente no responde al tratamiento. Dos de sus familiares esperan junto a él cubiertos por buzos blancos. El hombre está sedado, con el pecho subiendo y bajando al compás del respirador. La despedida va acompañada por el pitido de los monitores: 66 de frecuencia cardiaca, 45 de saturación de oxígeno y 20 respiraciones por minuto. "Esos números ya no dicen nada. En cuanto se le quite el respirador, los pulmones dejarán de funcionar y el corazón de latir", explica la sanitaria. Sus seres queridos estrechan las manos sobre la camilla y le acarician la cara con la otra, formando un triángulo en el que el látex de los guantes impide el contacto. No hay épica en su final. Solo ternura.

En la UCI del Hospital 12 de octubre, en Madrid, uno de cada cinco infectados por coronavirus muere. De los 88 enfermos con Covid-19 que atienden este viernes en cuidados intensivos, la mayoría están sedados y a pecho descubierto. Uno de los pocos que se entera de lo que ocurre es José María, al que le ha tocado el box que hay al final de la segunda planta. Mientras en el 206 un hombre fallece, él saluda con la mano desde el 209. Tiene 56 años y le cuesta respirar, pero con los dedos dice que lleva dos días ingresado. Cuando se le pregunta si quiere mandar un mensaje a su familia, reflexiona unos segundos antes de susurrar su respuesta: "No lo sé". Tampoco sabe qué hará tras recibir el alta, pero las discotecas quedan descartadas: "Bailar no que soy muy malo". Bajo la mascarilla, asoma una sonrisa.

Esa diferencia entre la vida y la muerte la marcan seis pasos, pero en la UCI están acostumbrados y toca limpiar el box 310: su antiguo inquilino ha pasado a planta. La encargada de matar al bicho es Ángeles, que fregona en mano rocía el suelo con lejía. "Entre suplencias y fija, llevo 25 años en el hospital", comenta. Al terminar, deja un ambiente cargado, un aire denso al que los sanitarios se han acostumbrado: "Nos han traído unos tulipanes del Jardín Botánico y ahora la unidad huele un poco mejor", explica Victoria, una de las doctoras de la tercera planta. Las flores son amarillas y se reparten por varios rincones. En la UCI sigue oliendo a lejía.

"Pasamos del escenario tres al seis en un fin de semana, en 48 horas"

La mayoría de pacientes son hombres de unos 50 o 60 años. Por eso llama la atención el del box 306, que roza la treintena. Tampoco hay ancianos: "De 80 años creo que no hemos tenido porque suelen presentar patologías asociadas. Usamos el concepto de futilidad, es decir, de no realizar algo de lo que no se vaya a beneficiar", reconoce el jefe de la UCI, Juan Carlos Montejo, un médico de voz tranquila y pelo canoso. En la UCI han pasado de 40 camas a más de 100, pero aun así toca cribar a los pacientes. Por ahora, llevan 170: 50 acabaron en planta, más de 30 fallecieron y 88 siguen ingresados. "Uno de los primeros tenía 28 años y murió en dos o tres días, fue muy rápido. Un problema de trombosis. Que nosotros viéramos, no tenía patologías previas".

Montejo lleva bata blanca y mono verde. Aunque esos son los colores que predominan entre el personal, el importante es el rojo: las zonas en las que existe riesgo de contagio se marcan con ese color. Si usted ve una línea roja en el suelo, no la cruce, o al menos no lo haga sin antes ponerse la equipación de protección individual (EPI): buzo, guantes, calzas, gafas y mascarilla. El rojo se erige como frontera, como un muro en el que las normas cambian de un lado a otro. Sobre las líneas, los sanitarios hacen equilibrios para ponerse y quitarse el material, un ritual en el que el compañero espera al otro lado con gel desinfectante.

El mediodía de este viernes, esos ejercicios de funambulismo se ven en los dos quirófanos de 'cardio' de la segunda planta. Ambos acogen a seis pacientes con coronavirus, entre los que se encuentra Anacleto, de 64 años. Tras 15 días ingresado en la UCI, este viernes pasa a planta y no tiene problema en posar para la cámara. Con la ayuda del médico, firma su consentimiento sobre la tablet y le da la vuelta para hacer una videollamada. La conversación no se escucha, pero sí los aplausos de su mujer e hijos. A las 13:04, llega su última comida en la UCI: sopa de champiñones y zanahoria, filete de pavo con puré de patatas y cuajada.

20 escalones más arriba, en la tercera planta, otros cuatro quirófanos se han llenado de camillas. "Pasamos del escenario tres al seis en 48 horas", explica Maribel Real, jefa de los anestesistas. El salto se produjo el fin de semana del 21 de marzo, cuando le llamaron a las tres de la madrugada para avisarle de que estaban al borde del colapso. "El problema que tuvimos es la falta de camas. Vino todo tan de repente que las camas de UCI eran insuficientes, así que abrimos quirófanos de la noche a la mañana". Real, de hecho, también tomó el mando de los anestesistas de la noche a la mañana: "Mis jefes cogieron el Covid el primer día".

"¿Optimismo? En lo que se refiere a la UCI y sus pacientes, todavía no"

Desde que comenzó la pandemia, 900 profesionales del 12 de Octubre han estado en aislamiento por posible contagio. En el hospital trabajan cerca de 7.000. "Los equipos de protección eran limitados por el suministro a nivel mundial. Ha habido momentos en los que han sido escasos y nos ha tocado cuidarlos o incluso reciclarlos y lavarlos", reconoce Montejo. "Las industrias no están preparadas para esta sobrecarga y en algún momento han faltado materiales diversos, medicación sedante o dietas de nutrición" Los test también escasean, y facultativos como Real siguen sin hacerse la prueba. La situación ha mejorado las últimas semana con la reincorporación de 400 profesionales y la llegada de material.

El temor a infectarse va más allá del hospital. No ya por ellos, sino por sus familiares: "Hay compañeros que están durmiendo en un hotel. Yo de momento me encuentro bien y duermo en casa con mi mujer y mi hija. Dejo la ropa en una bolsa, las pertenencias en una caja de cartón...", explica Juan. Él es fisioterapetura y en las últimas semanas le ha tocado echar una mano a los enfermeros. Con el avance del coronavirus, en la UCI se da la vuelta a los pacientes para que circule mejor el oxígeno: supino es cuando están boca arriba, y prono cuando están boca abajo.

La imagen de enfermos boca abajo choca con la vida que los sanitarios hacen entre turno y turno: en la UCI tienen cocina (con tulipanes), cuartos para descansar y una sala (con tulipanes) desde la que llaman a las familias. En ese último habitáculo, a las doce de este viernes, una mujer marca un número tras otro, y unos metros más adelante, girando a la izquierda, los sanitarios han montado un mural con los dibujos que envían sus hijos: "Cuando la mía me pregunta cuál es el mejor, le digo que el suyo sin ninguna duda", confiesa Victoria. En esa esquina, reinan los arcoiris.

El colorido invita al optimismo, pero Montejo avisa: "Todavía no". Por mucho que en el exterior se discuta sobre el pico de la epidemia, a la UCI no dejan de llegar pacientes, y eso va más allá de las estadísticas: "Esto oscila mucho. Aunque el jueves parecía que podíamos ser un poco más optimistas, esta mañana hemos visto que, frente a los enfermos que hemos dado de alta, hemos tenido que ingresar a otros tantos. Hemos dado un paso atrás". Las noticias que le llegan desde otras unidades de cuidados intensivos son similares: "Está pasando en casi todas de Madrid. Ayer se pudo avanzar y se pudo recolocar muchos enfermos, pero hoy estamos otra vez manejando traslados".

"Yo soy ahora la jefa en funciones de Anestesia porque mis jefes cogieron el Covid el primer día"

A las 13:20, con la sopa de Anacleto enfriándose, llega el momento de marcharse. Para salir del hospital, antes hay que pasar por la sala de espera, donde una familia aguarda noticias con las mascarillas puestas: ellos no están ahí por el coronavirus, sino porque un ser querido ha tenido que ingresar de urgencia en plena pandemia. En el pasillo de enfrente, una de las sanitarias se apoya en la ventana y aprovecha para llamar por teléfono. "La gente no es consciente de lo que pasa aquí dentro", dice la responsable de prensa a modo de despedida. Mientras tanto, en la puerta del hospital, bajo el cartel de "Jugamos en casa. Ganaremos", un grupo de enfermeros apura sus cigarros y comenta cómo va la mañana. Nunca se habían enfrentado a un rival tan cabrón.