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Aulas, viviendas, piscinas… La segunda vida de los contenedores de transporte

Jaume Esteve

MyBOX Experience reconvierte estos contenedores que las empresas ya no usan en nuevos habitáculos apostando por materiales reciclados

U

na de las máximas de la economía circular dice que el final de la vida útil de un producto solo es un paso intermedio antes de reciclarlo o de darle un nuevo uso. Esa fue una de las máximas que utilizó MyBOX Experience cuando, en 2014, arrancaron una iniciativa destinada a dar una segunda vida a los contenedores de transporte marítimo.

David González, CEO de esta firma afincada en Ourense, reconoce que, a pesar “de no haber inventado nada”, puesto que ya existen proyectos de construcción con contenedores en “países nórdicos, Holanda o Alemania”, sí que han puesto su sello personal para convertir estos contenedores “en ‘stands’ para grandes marcas, pop-up stores o ‘roadshows’”. ¿Su filosofía? “Queremos un producto con la tecnología de un iPhone y el proceso de fabricación de Tesla”.

Es en esa transformación de los contenedores a espacios multifuncionales cuando los empleados de MyBOX Experience se encargan de darle una segunda vida a la estructura, siempre respetando al máximo el medio ambiente. Todos los materiales empleados para reconvertir el espacio son biodegradables y se emplean energías renovables para que este proceso no le pase factura al planeta.

La pandemia del covid-19 no ha supuesto la paralización de su actividad; todo lo contrario. Han sabido responder a la llamada de los sectores sanitario y educativo. Por ejemplo, nuestro encuentro con González tuvo lugar en el CEIP Benito Pérez Galdós de Majadahonda (Madrid), donde la firma ha instalado una de sus soluciones para ofrecer espacio adicional para dar clase: “Surgió de la necesidad de los colegios para que los niños estuvieran más separados en el aula”.

Separada del edificio principal, este contenedor ha permitido al colegio cumplir con una de las máximas que los centros educativos se habían marcado para el regreso a las clases: que cada aula contara con el espacio suficiente para minimizar los riesgos que corrían los alumnos.

Hospitales españoles y extranjeros se han interesado por los servicios de la compañía gallega para poder ampliar sus capacidades de manera temporal

El aula ecológica de MyBOX Experience está construida con materiales obtenidos de plantas de reciclaje, tiene un revestimiento exterior formado por defensas de vehículo trituradas y plásticos del mar reciclados y su pintura es ecológica. Además, está pensada para mantener el virus a raya durante el mayor tiempo posible: unos grandes ventanales permiten ventilar la clase en todo momento y un sistema de higienización desinfecta el espacio cada vez que los niños terminan una materia. La reconversión ha costado alrededor de 40.000 euros, sin contar con el sistema de higienización.

Sin embargo, la demanda educativa no ha sido la única que ha crecido durante estos meses. Hospitales españoles y extranjeros se han interesado por los servicios de la compañía gallega para poder ampliar sus capacidades de manera temporal con soluciones modulares para hacer frente a la presión adicional que están suponiendo las sucesivas olas del virus. La firma también ha comenzado a vender otros productos a diferentes comunidades autónomas como “puntos de vacunación efímeros, salas para hacer pruebas covid o salas de espera”, enumera González, para ampliar las capacidades de unos centros médicos que han estado al borde del colapso a lo largo del último año.

Lo que más está sorprendiendo a esta empresa es la gran popularidad que están alcanzando las piscinas construidas a partir de estos contenedores

Además de soluciones para empresas y administraciones públicas, MyBOX Experience también se ha aventurado en el sector inmobiliario. Parte de su catálogo incluye viviendas de 30, 60, 90 y 120 metros cuadrados, con “plazos de fabricación relativamente cortos”, y en los que se apuesta de nuevo por grandes ventanales que ofrezcan el mayor número posible de horas de luz. El precio del metro cuadrado ronda entre los 750 y los 850 euros. Sin embargo, lo que más está sorprendiendo a esta empresa es la gran popularidad que están alcanzando las piscinas construidas a partir de estos contenedores.

La versatilidad de esta pequeña firma gallega le permitió cerrar el 2020 con un volumen de negocio por encima del millón de euros. El buen hacer de este equipo de 14 personas le valió el Premio a la Pyme del año 2020 por la provincia de Ourense, un galardón entregado por Banco Santander y la Cámara de Comercio, que le ha supuesto un empujón adicional. “Estamos recibiendo una avalancha de correos y de llamadas solicitando información de nuestros productos”, declara orgulloso González.

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