Manet y Degas, entre la admiración y la irritación
Por Clara González Freyre de Andrade
El parisino Museo de Orsay inaugura ‘Manet y Degas’, una exposición que explora
las luces y sombras en la relación de estos dos artistas clave para la modernidad.
Corría el año 1868 cuando Edgar Degas pintó ‘Édouard
Manet y su esposa’, un retrato del artista que tantísimo aportó al Impresionismo. En el lienzo, Manet
aparece recostado en su sofá, pensativo, aunque lo realmente interesante en esta obra son las ausencias: en
concreto la de la parte derecha de la escena, en la que se encontraba representada la mujer del pintor,
sustituida hoy por un fragmento de lienzo vacío. Las malas lenguas dicen que fue el
propio Manet quien, navaja en mano, decidió privar al mundo de la representación de su querida Suzane Leenhoff. Al parecer consideró que las pinceladas de Degas no
le hacían justicia. Él prefirió retratar a Suzanne al piano, un acto significativo teniendo en
cuenta que, antes de casarse con ella, había sido su profesora.
Cierta o no la anécdota, lo que sí podemos afirmar es que la relación de Manet y Degas se puede resumir en
una eterna contradicción. Todo lo que conocemos les une tanto como les aleja, les
convierte en amigos y en rivales. Y es precisamente esta intrincada conexión la que el Museo de Orsay, uno
de los museos más relevantes de la escena parisina, se ha planteado desentrañar en su última exposición,
‘Manet y Degas’.
La muestra propone un viaje a través de más de 120 obras de ambos pintores, a partir
de las que se exploran sus influencias. Los dos tuvieron un peso incuestionable en los círculos artísticos
del siglo XIX, encarnando a la perfección la concepción del pintor de la vida moderna formulada por Charles
Baudelaire. Abierta al público hasta el 23 de julio, la exposición arranca con dos
autorretratos excelentes que llevaban sin ser expuestos desde el siglo pasado. Ha sido posible gracias a una
colaboración entre el Museo de Orsay y el Museo de la Orangerie, así como con el Museo Metropolitano de
Nueva York, que la expondrá en septiembre de este año.
“Los dos artistas tenían una relación muy fuerte, a la vez de admiración y de irritación. Se observaban mucho
entre ellos y toda esta conexión repercutió en su producción artística", ha explicado al respecto Isolde Pludermacher, conservadora del Museo de Orsay y comisaria de la exposición.
Retrato de una obsesión
“Del amor al odio hay un paso”. En el caso de Manet y Degas este viejo refrán se convierte prácticamente en
literal. Ante la ausencia de documentación o correspondencia escrita entre ambos, hoy sigue resultando
complicado corroborar su amistad más allá de lo anecdótico. Ni siquiera somos capaces de establecer la fecha
exacta en la que se conocieron.
Lo que sí sabemos es dónde se produjo el primer encuentro. Según la comisaria de la exposición ambos artistas
se conocieron ante una de sus mayores influencias: una obra del pintor español Diego
Velázquez. Todo parece indicar que fue delante de un retrato de la infanta
Margarita expuesto en el Louvre, del que Degas estaría haciendo una copia grabada. Fue
precisamente su atrevimiento el que despertó el interés de Manet, que no dudó en entablar su primera
conversación.
Su amistad fue sacudida por las tensiones propias de una época de cambios, especialmente en su
posicionamiento y concepción con respecto al Impresionismo. Manet, cuya trayectoria ya estaba asentada, no
comulgaba por completo con las ideas de los nuevos pintores. Degas veía esta actitud como vanidosa y no
entendía su oposición al movimiento.
Su curiosa relación, a caballo entre la amistad y la rivalidad, no impidió que ambos se observaran
mutuamente, dejando su impronta el uno en la obra del otro. Sus pinturas compartieron protagonistas como los
retratos de la burguesía, las escenas de café o las carreras de caballo, que pueden
verse durante el recorrido de la exposición. Sin embargo, también interpretaron sus obras desde la
diferencia. Manet, por ejemplo, fue un hombre de fuertes ideas políticas, que dejaba inmortalizadas en sus
polémicas obras, que a menudo resultaban rechazadas por el gran Salón Oficial de París. Por su parte, Degas
era mucho más comedido y evitaba esta clase de polémica, sus obras solían ser más dulces y además prefería
presentarlas a las muestras alternativas.
La prematura muerte de Manet en 1883, a los 51 años, marcó a Degas, que llegaría a afirmar que su compañero
era "más grande de lo que se pensaba". Su pronta partida dejó impactado al pintor
que, dejando a un lado sus diferencias, decidió ampliar sus colecciones personales con gran parte de las
obras del pintor. Se dice que fue entonces cuando decidió restaurar aquel retrato del
artista junto a su mujer, que había pintado 15 años antes. ¿Una muestra más de su obsesión por su
mejor enemigo? El legado de su tensa amistad perduró más allá de la vida.