Llevamos toda la mañana pululando por Madrid con el pintor: vamos a buscarle a su casa, en una colonia junto a la estación de Chamartín, donde Víctor Erice le filmó pintando un membrillero con la calma. Pasamos un rato, entre lienzos y esculturas, y seguimos sus pasos por una de sus rutas clásicas: en metro hasta la Gran Vía.
López, nacido hace 83 años en Tomelloso (Ciudad Real), se mueve a buen ritmo por los pasillos subterráneos. Mientras esperamos nuestro tren, hablamos de los modos de moverse por la ciudad:
“Tomelloso no es Florencia, pero me gusta mucho, tengo una relación afectiva muy profunda. Llevo muchísimos años viviendo en Madrid, pero sigo echando de menos el pueblo”.
“Viajo en metro desde que llegué a Madrid en 1949. No sé conducir. Mi mujer se ofreció y yo ni lo intenté”.
“La contaminación de Madrid se nota de fondo al pintar”.
“El coche ha invadido nuestras vidas. Madrid Central no va a solucionar esto, porque las ciudades no paran de crecer y siempre generarán problemas, pero me parece bien limitar los coches en favor del peatón como está haciendo la alcaldesa. Pero el problema no es la Gran Vía, sino la vida en la gran ciudad. París, Londres o Madrid no tenían que haber crecido tanto. No es justo que los coches lo invadan todo. Carmena hace lo que puede para arreglar el desaguisado”.
Entramos en el vagón, nos sentamos, nadie parece reconocer a Antonio López, con aspecto de haber pasado la noche pintando, aunque la haya pasado durmiendo. Desaliñado. El bohemio involuntario que parece vivir ajeno a la hoguera de las vanidades artísticas.
“La libertad total no existe, tampoco en la pintura, también ahí hay mandatos: si quieres ser un pintor de tu época, tienes que pintar de una determinada manera”.
“Erice podría hacer todas las películas que quisiera... si fuera otro director. No hace más películas porque no encuentra su tema”.
“Yo vivo en el mundo, sigo la actualidad, pero no de una manera obsesiva”.
Próxima estación: Banco de España. Salimos al exterior. Tras varios años pintando la Gran Vía a ras de suelo, López decidió que necesitaba cambiar de perspectiva, abrir un nuevo ángulo aéreo, empezó a buscar el lugar adecuado llamando a los timbres de la calle Alcalá. Gonzalo Jiménez-Blanco le abrió las puertas de su despacho -en el bufete internacional de abogados Ashurst LLP- y le prestó una habitación con ventanales a la Gran Vía, donde pinta de vez en cuando, con la compañía de Cristina Calvo, socia del despacho, que acostumbra a charlar con el pintor cuando aparece por ahí.
López saca sus bártulos y se pone manos a la obra. Pinta de espaldas a la Gran Vía curiosamente: echa una ojeada a la Gran Vía por la ventana y se da la vuelta a trabajar el lienzo. “Recuerdo dos grandes autorretratos de pintores: el de Vermeer (está sentado) y el de Velázquez (está de pie). Miguel Ángel pintó tumbado parte de la Capilla Sixtina. Yo pinto de pie, de pie creas el ritmo necesario”.
El pintor ha tenido que ampliar recientemente las aceras de uno de sus cuadros tras la remodelación de la Gran Vía. El mundo se mueve más rápido que el pincel de López, pero él sigue a lo suyo, a su ritmo, el último mohicano ajeno a la velocidad del siglo XXI.
Por una de esas benditas paradojas, la otra vez que pasamos todo el día con un artista fue con... Chimo Bayo. Antonio López y Chimo Bayo, la España de las dos velocidades. Del artista que puso el turbo a los años noventa al artista que comenzó a pintar un retrato de la familia real en 1994 y lo ‘acabó’ veinte años después. La espera, que generó inquietud y nervios en las altas esferas, funcionó como culminación del mito folclórico de Antonio López como artista impasible que se toma su tiempo. El náufrago que ve cómo todo hace 'hype', zozobra y se va a pique sin solución de continuidad, pero sigue a lo suyo: agarrado al lienzo para no hundirse en el remolino (de la actualidad).
“Patrimonio Nacional no me metió prisa con el retrato de la familia real, me trataron con delicadeza. El cuadro me lo habían encargado a mí, conocían mi manera de pintar. Las dudas me paralizan a veces, me atasco, tengo que buscar una salida. Si se hubieran forzado las cosas, no hubiera podido pintarlo. Pudo haber sucedido algo desagradable, pero no sucedió. Ese cuadro ha sido un experimento. Me ha enseñado mucho. Hay cuadros que no abandonas nunca. No quería que me pasara eso con el de los Reyes”, razona.
Dicho lo cual: ¿el cuadro real está acabado? Sí y no. “Por mí hubiera seguido pintando, pero la situación no podía prolongarse más. Me hubiera gustado tener más tiempo...”. Como cantaba Carlos Gardel: veinte años no es nada.
Antonio López nació el 6 de enero del año maldito de la historia española del siglo XX: 1936. Y claro... “Nací el año de la Guerra Civil. Así que: nunca me he hecho muchas ilusiones, y por ello, tampoco he sufrido muchas decepciones”.
Resumiendo:
¿Todo bien?
Pues cualquiera sabe.