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Locales de renta antigua, ¿qué pasó con...?
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Locales de renta antigua, ¿qué pasó con...?

Ha pasado más de un mes desde la entrada de la Ley de Arrendamientos Urbanos, que ha condenado al cierre a cientos de negocios tradicionales. Algunos han conseguido alargar su vida un poco más

No han pasado ni dos meses desde la extinción de los contratos de renta antigua y los estragos sobre los negocios afectados no se han hecho esperar. Muchos han cerrado, otros han conseguido alargar su negocio un puñado de meses más mientras que otros, los menos, han decidido pelear hasta el final, hasta llegar a los tribunales si es necesario. (Ver álbum de fotos).

El pasado 1 de enero de 2015, tal y como contemplaba la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU) de 1994, debían extinguirse todos los contratos de alquiler de locales comerciales que fueron firmados bajo la LAU de 1964. La extinción de los contratos de renta antigua suponía la actualización inmediata de los alquileres a precios del mercado, lo que para muchos de los negocios afectados suponía duplicar y hasta cuadruplicar los alquileres, abocándolos a muchos al cierre y a su desaparición. El adiós definitivo a cientos de negocios tradicionales y con solera de nuestro país. Comercio al por mayor y al por menor, bares, restaurantes, mercerías, talleres, tiendas de juguetes, papelerías...

Incapaces –la inmensa mayoría– de asumir las nuevas rentas sin acabar directamente en quiebra, han ido poco a poco echando el cierre o se preparan para hacerlo en los próximos meses. Se estima que se han visto afectados entre 65.000 y 85.000 establecimientos repartidos a lo largo y ancho de la geografía española y, aunque resulta imposible conocer qué ha pasado con todos ellos, El Confidencial ha visitado una decena de locales y charlado con los afectados, muchos de los cuales prefieren permanecer en el anonimato. Según datos de la Confederación Española de Comercio, por la desaparición de la renta antigua se han visto afectados uno de cada cien locales en régimen de alquiler.

Al pie del cañón siguen, por ejemplo, los dueños del Café Central, que irán a los tribunales si es necesario antes que cerrar sus puertas. Así lo explicaba uno de los socios fundadores, Gerardo Pérez, y advertía que las puertas del café permanecerían abiertas hasta que una orden judicial les obligue a cerrar. No pueden asumir la subida del alquiler, de los 5.000 euros que pagaban hasta el 31 de diciembre de 2014 a los 12.000 que les exigen ahora los propietarios del local. Se aferran a una laguna en la LAU que les permitiría sobrevivir cinco años más. En la disposición transitoria tercera, la ley dice que cuando se haya realizado un traspaso del local entre 1985 y 1995, los plazos contemplados se alargarán cinco años. Y este es el caso del Café Central.

No es el único resquicio legal al que pueden aferrarse algunos inquilinos. La ley también contempla que si la actualización de la renta exigida en la LAU se abonó íntegramente en el primer mes de la notificación, el plazo también se incrementaría en 5 años, hasta el 1 de enero de 2020.

Precisamente fue lo que hizo la dueña de la Bisutería Otero, en el número 28 de la calle Mayor, aunque, cansada de negociar y pelear, descarta acudir a los tribunales "sólo por cinco años más". A punto de tirar la toalla, asume con melancolía y enorme pesar lo inevitable, el cierre de su negocio en unos meses ante la imposibilidad de asumir la fuerte subida del alquiler que exige el dueño del local y sin poder competir con las franquicias que se han ido instalando cerca de su bisutería.

Algunos negocios han conseguido algo de tiempo, pero también acabarán cerrando. La mercería de Rosa ha conseguido tres meses más de oxígeno para dar salida a las existencias de su mercería, Almacenes San Carlos, en la calle Atocha número 89, que abría sus puertas al público por primera hace 84 años, en 1931 y en marzo cerrará sus puertas para siempre. "Los dueños han permitido que me quede tres meses más tras subirme el alquiler de 900 a 1.100 euros y después echaré el cierre para siempre. Llevo aquí 38 años y es una auténtica lástima lo poco que se cuida al comercio tradicional en España", se lamenta la actual propietaria. "Ha sido un placer vivir mi vida con vosotros. Rosa", reza uno de los carteles de sus escaparates.

Algo de tiempo también ha conseguido arañar el Café Galdós, en la calle de Los Madrazo. Su dueño asume lo inevitable y ultima el traslado a un local cercano, en la calle Virgen de los Peligros, donde seguirá adelante con su negocio, mientras que el Bar Lozano, en la calle de San Joaquín, intentará sobrevivir al menos un año más. El tiempo 'extra' que le ha concedido el dueño del local a cambio de triplicar su renta de 400 a 1.500 euros mensuales. "Tendremos que trabajar siete días a la semana y aun así es complicado que salgamos adelante. Pensábamos hacer reforma para mejorar el local y atraer nuevos clientes, pero sólo con un año más ya ni me lo planteo", explica el dueño del bar.

A pleno rendimiento sigue la licorería M. Madrueño, junto a la Plaza de Callao. Su dueño nos explica entre el trasiego de clientes que no paran de entrar y salir del establecimiento, que sigue negociando las rentas con el propietario del edificio sin que se haya llegado por el momento a ningún acuerdo, puesto que tanto el local como el edificio en el que se ubica necesita una importante reforma. "Pero tenemos claro que no nos marcharemos de aquí".

Otros locales ya han echado definitivamente el cierre. Algunos después de más de siglo y medio de historia. Como la Camisería Hernando, en Gran Vía, 71. Este negocio, que por primera vez abrió sus puertas en 1857, luce en la actualidad un enorme cartel en el que se anuncia su alquiler. Apenas 400 metros más arriba, otro letrero de "se alquila" ocupa el centro del escaparate en el que hasta hace unas semanas podían contemplarse cientos de juguetes. Tras la primera semana de enero, el local de Tiendas Así se despedía para siempre de sus clientes, dejando vacío un escaparate en el que hace un mes se agolpaban los clientes.

"Antes de cerrar nuestras puertas, en Navidad, la gente se acercaba para contarnos su experiencia con nuestra tienda, nos decían que el primer peluche que le regaló su novio lo compró aquí, o que su primera muñeca también era nuestra...", cuenta la dueña del establecimiento, Pepa Eznarriaga. Y aún lo siguen haciendo en las otras tiendas que tienen en Madrid, por eso han decidido abrir un espacio en su web para que la gente cuente su historia. Ese agradecimiento también se tradujo en ventas: sólo hubo tres días de liquidación tras el Día de Reyes porque lo vendieron todo.

El dueño del local pide hoy 65.000 euros al mes. El mismo día que Pepa echó el cierre por última vez ya hubo alguien interesado en alquilarlo que incluso llegó a visitar el establecimiento, pero, de momento, sigue vacío. "Estoy muy orgullosa de que mis tatarabuelos fundaran una tienda que ha significado tanto para tanta gente en su vida. Esto te da fuerzas para seguir, ¡para correr una maratón!", dice Pepa emocionada.

Más amarga ha sido la despedida que glosa la dueña de la tienda de cartulinas Plaka, en la calle Valverde, a escasos metros de la Gran Vía. "He intentado negociar con ellos. Pero se han cerrado en banda. Ahora mismo pago 800 euros de alquiler pero estoy dispuesta a pagar hasta 5.000. Me piden 6.000 euros, una cantidad que no puedo asumir vendiendo cartulinas. No atiende a razones y no quiere negociar", explicaba hace unas semanas a este diario.

La dueña de esta papelería asumió hace meses el fatal desenlace y ahora sólo le queda empaquetar en cajas de madera los recuerdos de toda una vida.

No han pasado ni dos meses desde la extinción de los contratos de renta antigua y los estragos sobre los negocios afectados no se han hecho esperar. Muchos han cerrado, otros han conseguido alargar su negocio un puñado de meses más mientras que otros, los menos, han decidido pelear hasta el final, hasta llegar a los tribunales si es necesario. (Ver álbum de fotos).

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