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Escápate a este escondido pueblo de Cantabria en otoño y disfruta de sus famosos sobaos pasiegos
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OLOR A MANTEQUILLA

Escápate a este escondido pueblo de Cantabria en otoño y disfruta de sus famosos sobaos pasiegos

Su mezcla de paisaje rural, patrimonio histórico y tradición pastelera convierte este destino en un lugar perfecto para disfrutar del sosiego y los sabores auténticos del norte

Foto: Vista panorámica de un tranquilo municipio cántabro rodeado de montañas y prados verdes. (Turismo de Observación)
Vista panorámica de un tranquilo municipio cántabro rodeado de montañas y prados verdes. (Turismo de Observación)

Rodeado de montañas verdes, casas solariegas y un aroma a mantequilla recién horneada, este rincón de los Valles Pasiegos se convierte cada otoño en uno de los destinos más atractivos de Cantabria. Su ritmo pausado, su arquitectura señorial y el sabor inconfundible de los sobaos pasiegos lo convierten en una escapada perfecta para quienes buscan autenticidad y tranquilidad.

A primera vista, Selaya podría parecer un pequeño pueblo más entre los prados del interior cántabro. Sin embargo, tras su apariencia discreta se esconde un enclave lleno de historia, tradiciones centenarias y paisajes que parecen detenidos en el tiempo. Su nombre, asociado desde hace generaciones al dulce más emblemático de la región, atrae a viajeros deseosos de descubrir el corazón pasiego.

Casas solariegas y una herencia que se conserva intacta

Situado a unos 36 kilómetros de Santander, este municipio forma parte del valle del Pisueña, en la comarca de los Valles Pasiegos, una de las zonas más auténticas de Cantabria. Su casco urbano está marcado por un conjunto de palacios y casonas montañesas que remiten al esplendor de los siglos pasados. Entre ellas destacan edificaciones como la Casa del Patriarca —hoy convertida en Centro Cultural—, la de Linares o el palacio de Donadío, que conserva una torre defensiva de origen medieval.

Los paseos por sus calles permiten descubrir escudos nobiliarios, cubos de piedra y elementos arquitectónicos típicos de la zona, testigos del pasado defensivo de las casonas. A las afueras, el visitante puede acercarse a la iglesia de San Juan Bautista, un templo del siglo XVII de planta de cruz latina que guarda un retablo salomónico de gran valor artístico. En sus alrededores, los prados y caminos rurales conducen a antiguas cabañas pasiegas, donde aún se respira el ambiente ganadero que dio forma a la identidad de este valle montañés.

El sabor más famoso de los Valles Pasiegos

Pero si hay algo que define a este pueblo es su vínculo con la elaboración de sobaos pasiegos, uno de los productos más reconocibles de Cantabria. En su núcleo urbano y en sus barrios cercanos —Bustantegua, Campillo y Pisueña— se encuentran algunos de los obradores más emblemáticos de la región, donde la tradición pastelera sigue viva generación tras generación. Una de ellos es Sobaos Joselín (calle Pola, 3), una empresa familiar con décadas de historia que mantiene la receta tradicional. Además de tienda y obrador, ofrecen visitas guiadas y talleres para conocer el proceso de elaboración, desde la mantequilla hasta el horneado final.

Otro referente es Casa El Macho, ubicada en el barrio de Llera. Famosa por su variedad de sabores —arándanos, naranja natural o con pepitas de chocolate—, esta casa conserva una estética rural con tienda y cafetería, donde se pueden degustar sobaos acompañados de leche fresca o café. En el barrio de Las Llamas se encuentra Sobaos El Andral, que elabora sus productos con ingredientes naturales procedentes de su propia granja ecológica, lo que les otorga un sabor y textura únicos. El secreto está en la mantequilla pasiega, elaborada con leche procedente de vacas criadas en los verdes prados de la comarca. Su textura y sabor son fruto de un modo de vida vinculado al campo y al pastoreo estacional, conocido como la "muda", que marcó durante siglos la identidad de los pasiegos.

Rutas y miradores para una escapada de otoño

Para los amantes de la naturaleza, este rincón cántabro ofrece varias rutas que combinan patrimonio y paisaje. Una de las más conocidas es la que lleva al nacimiento del río Pisueña, un recorrido de unos siete kilómetros entre hayedos, arroyos y antiguas cabañas pasiegas del siglo XVIII. Desde el Puerto de La Braguía, uno de los puntos más altos, las vistas alcanzan el macizo de Castro Valnera y los montes del Somo, ofreciendo una de las panorámicas más bellas de la zona.

Antes de regresar, merece la pena visitar la ermita de Valvanuz, levantada a los pies de la ladera de San Bartolomé. Su espadaña barroca y el museo anexo dedicado a las amas de cría rinden homenaje a las mujeres que, durante generaciones, trabajaron como nodrizas lejos de su tierra, símbolo de un pasado que aún late entre los valles.

Foto: pueblo-maldito-cantabria-amas-cria-pasiegas-reyes-espana

Cómo llegar

Desde Santander, el acceso es sencillo: basta tomar la autovía hacia Bilbao y, a la altura de El Astillero, desviarse por la salida de Sarón. Desde allí, la carretera CA-142 conduce a Villacarriedo, donde se alza el Palacio de Soñanes. A pocos kilómetros, entre prados y colinas, se abre este pueblo pasiego que invita a detener el tiempo con un café y un sobao recién hecho.

Visitar Selaya en otoño es adentrarse en una postal viva de Cantabria, donde el tiempo parece fluir al ritmo de las montañas y el olor a mantequilla guía cada paso. Entre valles cubiertos de niebla, obradores familiares y prados infinitos, este pueblo conserva intacta la esencia pasiega. Un destino que invita a detenerse, saborear un sobao aún templado y recordar que, a veces, la belleza se esconde en los lugares más silenciosos.

Rodeado de montañas verdes, casas solariegas y un aroma a mantequilla recién horneada, este rincón de los Valles Pasiegos se convierte cada otoño en uno de los destinos más atractivos de Cantabria. Su ritmo pausado, su arquitectura señorial y el sabor inconfundible de los sobaos pasiegos lo convierten en una escapada perfecta para quienes buscan autenticidad y tranquilidad.

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