El corazón espiritual del País Vasco: un parque natural entre montañas, leyendas y ermitas centenarias

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En el norte de España, a medio camino entre las provincias de Vizcaya y Álava, se encuentra un enclave donde la naturaleza y las tradiciones se entrelazan desde hace siglos. Sus montañas, cubiertas de hayedos y roquedos, forman una barrera natural entre los valles cantábricos y mediterráneos, y ofrecen rutas de senderismo, miradores y lugares de culto que conservan un fuerte simbolismo espiritual.

Se trata del Parque Natural de Urkiola, un espacio protegido de casi 6.000 hectáreas que agrupa las zonas más elevadas de la sierra de Aramotz. Su cima más alta es el Anboto, de 1.331 metros, considerado el hogar de Mari, la diosa principal de la mitología vasca, cuya cueva se encuentra en una de las paredes del monte. Este vínculo con las leyendas ha hecho de Urkiola un destino donde la espiritualidad y la naturaleza se funden en un mismo paisaje.

En el puerto de montaña que da nombre al parque se levanta el Santuario de Urkiola, templo católico dedicado a San Antonio Abad y San Antonio de Padua. Es uno de los templos más venerados de Vizcaya y punto de peregrinación desde la Edad Media. Frente al santuario se encuentra una piedra a la que la tradición atribuye un curioso poder: dar tres vueltas a su alrededor trae buena suerte en el amor (siete vueltas según algunas versiones), mientras que hacerlo en sentido contrario, según la creencia popular, rompe los lazos sentimentales.

Senderos, miradores y espiritualidad

El entorno del parque está lleno de rutas señalizadas que recorren valles profundos, barrancos y cumbres calizas. Desde el Centro de Interpretación Toki Alai, situado en el propio puerto, parten recorridos accesibles para todos los niveles, tanto a pie como en bicicleta de montaña. Los más aventureros pueden ascender al Anboto o a los montes Astxiki y Untzillatx, cuyas paredes verticales son muy apreciadas por los escaladores.

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Además de su valor natural, Urkiola conserva una fuerte dimensión cultural y simbólica. Las pequeñas ermitas, las leyendas de Mari y la presencia constante del santuario convierten al parque en un lugar donde el silencio, las montañas y la fe conviven en armonía. Es, en definitiva, uno de los paisajes más emblemáticos de Euskadi, un refugio donde la espiritualidad y la naturaleza siguen caminando juntas.