El único pueblo medieval de España abrazado por volcanes: una joya de Cataluña popular por sus judías DOP
La villa crece entre antiguos volcanes apagados y bosques frondosos. Calles de piedra, plaza porticada y murallas definen una escapada con identidad, donde el paisaje volcánico marca el ritmo cotidiano y el sabor de sus famosas judías
El castillo y el recinto amurallado asoman entre prados y bosques, en pleno Parc Natural de la Zona Volcànica de la Garrotxa. (iStock)
Parece dormida entre bosques y sosiego, pero algo late bajo sus calles de piedra. Quien cruza su viejo portal siente que el tiempo se ha detenido: murallas austeras, plaza porticada y una tradición culinaria nacida de un terreno oscuro que aún marca el pulso del lugar.
El núcleo, en pleno Parque Natural de la Zona Volcánica de La Garrotxa, se asienta sobre un territorio modelado por la lava. De los cuarenta conos inventariados en la comarca, al menos trece se localizan en su término municipal, todos extinguidos y cubiertos hoy por hayedos, robledales y fincas donde crecen las célebres judías de Santa Pau.
Castillo, plaza ferial y un conjunto bien conservado
La villa nació en el primer cuarto del siglo XIV alrededor del castillo, fortaleza del XIII de planta cuadrada y muros rotundos. El recinto es de titularidad privada y está a la venta; según Ràdio Olot, sus propietarios piden 1,4 millones, mientras el Ayuntamiento calcula que su rehabilitación turística exigiría varios millones adicionales.
La vida discurre alrededor del Firal dels Bous, la plaza mayor triangular porticada que recuerda el mercado medieval. Allí asoma la iglesia de Santa María (siglo XVI), de gótico sobrio y campanario almenado. En la parte más antigua afloran portales y ventanas de los siglos XIV y XV, como el de Sant Antoni y el del Mar, con vistas a la comarca volcánica e incluso, si acompaña el tiempo, a la bahía de Roses. El conjunto urbano, el castillo y las murallas están catalogados como Bien Cultural de Interés Nacional, y desde 1992 conviven con esculturas surgidas de un encuentro de artistas.
Santa Pau funciona como base para caminar hasta los volcanes de Santa Margarida y Croscat, o al hayedo de Jordà. Las panorámicas llegan desde el mirador de Finestres —tras una marcha prolongada— o desde laermita de Sant Julià del Mont, donde se observan los cultivos que dieron fama al pueblo. Desde ambos balcones naturales se dibujan, a vista de pájaro, los conos apagados y las masías que jalonan La Garrotxa.
Ese prestigio gastronómico se apoya en la DOP Fesol de Santa Pau. El suelo volcánico, ligero y poroso, retiene agua sin encharcar, lo que favorece unas alubias blancas, redondeadas y de textura fina. Su sabor delicado se puede comprobar en los restaurantes locales —como Can Xel, Cal Sastre o Rocanegra—, auténtica carta de presentación del municipio.
El acceso a Santa Pau se realiza por carretera desde Barcelona y Girona, enlazando con las vías que conducen a la comarca de La Garrotxa. Desde Barcelona, la opción más directa es C-17 hasta Vic y enlace por la C-37 (túneles de Bracons) hacia Olot; desde allí se toma la GI-524 hasta el casco medieval. Desde Girona, conduce por la C-66 en dirección Banyoles y continúa por la GI-524 hasta Santa Pau.
Varios guías de viaje y planificadores locales señalan este itinerario como el acceso natural al área volcánica. En autobús no hay servicio directo a Santa Pau desde Barcelona o Girona: lo habitual es ir a Olot (hay buses directos Barcelona–Olot operados por TEISA) y conectar allí con la línea L42 Olot–Santa Pau. Desde Girona, el trayecto también se hace vía Olot con TEISA y trasbordo a la L42. Con esta combinación de patrimonio, naturaleza y gastronomía, este pueblo medieval abrazado por volcanes justifica por qué sus judías son ya un emblema de Cataluña.
Parece dormida entre bosques y sosiego, pero algo late bajo sus calles de piedra. Quien cruza su viejo portal siente que el tiempo se ha detenido: murallas austeras, plaza porticada y una tradición culinaria nacida de un terreno oscuro que aún marca el pulso del lugar.