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Este pueblo de Alicante encaramado a la roca es aún más mágico en otoño: rutas, castillo y calma
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Otoño en el interior de Alicante

Este pueblo de Alicante encaramado a la roca es aún más mágico en otoño: rutas, castillo y calma

Mientras las playas se vacían, este enclave histórico entre sierras y sobre un embalse turquesa se convierte en un refugio ideal para disfrutar del patrimonio, la gastronomía y la tranquilidad

Foto: El Castell de Guadalest, Alicante (comunitatvalenciana.com)
El Castell de Guadalest, Alicante (comunitatvalenciana.com)

Al retirarse el calor del verano, ciertos pueblos del interior ganan una belleza más sosegada, realzada por la luz dorada del otoño y el silencio de sus calles empedradas. En el norte de la Marina Baixa, existe una localidad alicantina suspendida sobre un peñasco, rodeada por las sierras de Xortà, Serrella y Aitana, que ofrece una experiencia única en esta época del año. Sus casas parecen brotar de la roca, y sus vistas alcanzan el embalse de aguas turquesas que se extiende a sus pies.

Se trata de El Castell de Guadalest, un pueblo dividido en dos núcleos claramente diferenciados: el barrio del castillo, encaramado en lo alto y protegido por antiguas murallas, y el barrio del Arrabal, que se desarrolló más abajo cuando la población creció. Para acceder al centro histórico hay que cruzar un túnel excavado directamente en la piedra, un gesto simbólico que marca el paso a otra época. En lo más alto se encuentran los restos del castillo de San José, conquistado por Jaime I y destruido parcialmente por terremotos y guerras, y desde allí se obtiene una de las panorámicas más fotogénicas del interior valenciano.

El otoño es ideal para pasear sin prisas por sus calles blancas, flanqueadas por casas de una sola planta, o para visitar lugares como la Casa Orduña, una casona nobiliaria que da acceso al castillo y alberga el museo municipal. La iglesia de la Asunción de la Virgen, construida en el siglo XVIII, completa un conjunto monumental que fue declarado conjunto histórico-artístico en 1974. Todo ello se recorre en un ambiente mucho más tranquilo que el habitual en los meses de verano.

Senderos, museos y cocina de temporada

Más allá del patrimonio, el entorno de Guadalest invita a practicar senderismo en rutas de baja y media dificultad que bordean el embalse, atraviesan antiguos bancales o ascienden hacia miradores naturales. La temperatura otoñal y la ausencia de aglomeraciones permiten disfrutar de la naturaleza en condiciones óptimas, con una luz que resalta el contraste entre la roca, la vegetación mediterránea y el agua.

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Además, esta época del año realza los sabores de la gastronomía local. Platos como la olleta de blat, el conejo al alioli o las pilotes de dacsa resultan más apetecibles cuando el clima refresca. Y para quienes buscan experiencias culturales, Guadalest sorprende por su concentración de museos: desde el de Microminiaturas hasta el Etnológico, pasando por colecciones de saleros, vehículos históricos y casitas de muñecas. Todo esto hace del pueblo un destino singular, que en otoño revela su lado más íntimo y sereno.

Al retirarse el calor del verano, ciertos pueblos del interior ganan una belleza más sosegada, realzada por la luz dorada del otoño y el silencio de sus calles empedradas. En el norte de la Marina Baixa, existe una localidad alicantina suspendida sobre un peñasco, rodeada por las sierras de Xortà, Serrella y Aitana, que ofrece una experiencia única en esta época del año. Sus casas parecen brotar de la roca, y sus vistas alcanzan el embalse de aguas turquesas que se extiende a sus pies.

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