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Del abandono total a paraíso turístico: el único pueblo 'resucitado' de España y que es uno de los destinos más mágicos del Pirineo aragonés
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Del abandono total a paraíso turístico: el único pueblo 'resucitado' de España y que es uno de los destinos más mágicos del Pirineo aragonés

En pleno corazón del Pirineo aragonés, un pequeño núcleo abandonado en los años 70 por la construcción de un embalse ha renacido con fuerza y encanto, convertido hoy en un refugio turístico con historia

Foto: Vista aérea de este precioso pueblo del Pirineo aragonés que resurgió tras su total abandono (iStock)
Vista aérea de este precioso pueblo del Pirineo aragonés que resurgió tras su total abandono (iStock)

Rodeado de montañas, bosques y agua cristalina, este rincón pirenaico, considerado como uno de los pueblos más bonitos de España, fue desalojado hace casi 50 años para construir un embalse y, contra todo lo imaginable, ha logrado resurgir convertido en un destino turístico inolvidable. Hoy, cuenta con poco menos de medio centenar de residentes permanentes, pero recibe miles de visitantes al año. Es el único caso en España en el que un pueblo inundado ha logrado ser recuperado, tanto su estructura física como su alma colectiva.

A finales de los años 70, los habitantes de Lanuza, este pequeño núcleo urbano de la provincia de Huesca, se vieron obligados a abandonar sus hogares ante la inminente construcción de una gran presa. El agua lo anegó casi todo. Lo que quedó en pie fue víctima del expolio y el deterioro. Pero esa no fue la última palabra. Décadas después, antiguos vecinos y nuevos entusiastas pusieron en marcha una recuperación integral del pueblo, devolviéndole su esencia y dotándolo de una nueva vida turística.

Enclavado en el corazón del Valle de Tena, Lanuza es un ejemplo único de resurrección rural en España. Hoy, este enclave combina historia, paisaje y cultura con una oferta turística que no deja de crecer. En invierno se convierte en destino para los esquiadores que acuden a las estaciones cercanas; en verano, sus aguas, su festival y sus rutas lo llenan de vida. Y durante todo el año ofrece calma, belleza y autenticidad.

Del medievo al renacer: el pueblo que no quiso desaparecer

Lanuza aparece documentado por primera vez en el siglo XIII. En aquel entonces, era una pequeña comunidad pastoril que sobrevivía gracias al ganado, los cultivos de altura y el comercio transfronterizo. En el siglo XV, su importancia política quedó reflejada al dar nueve “justicias” a la Corona de Aragón, cargos que velaban por los derechos del pueblo frente a los abusos del poder real.

Durante siglos, su ubicación estratégica le permitió mantener una vida estable. Sin embargo, el siglo XX trajo consigo la despoblación y, finalmente, el golpe definitivo: el proyecto hidráulico del embalse del Gállego. En 1976 comenzaron las expropiaciones y, dos años después, sus últimos habitantes se habían marchado. En 1980, la presa entró en funcionamiento y el agua sepultó huertos, campos y calles.

Pese al abandono y el expolio, parte del caserío quedó por encima del nivel del agua. A finales de los años 90 y, sobre todo, a partir de 2001, antiguos vecinos regresaron para reconstruir lo que quedaba. Sin apenas ayudas públicas, rehabilitaron las casas respetando la arquitectura original: piedra, pizarra y maderas nobles.

Foto: Paisaje de Panticosa, en el Pirineo oscense. (Wikimedia Commons)

Se crearon nuevas infraestructuras, se recuperaron las fiestas tradicionales y se impulsó el turismo cultural con el Festival Internacional Pirineos Sur que atrajo visitantes de todo el mundo. La edición de este año se celebrará entre el 10 y el 27 de julio con artistas de la talla de Amaia, Zaz, Nathy Peluso, Viva Suecia, Julieta Vengas, Toquinho, Ara Malikian, Residente o Natalia Lafourcade.

Qué ver en Lanuza

Pasear por Lanuza es caminar por un escenario natural que parece suspendido entre el tiempo y el agua. Desde su promontorio, las vistas al embalse de 16, 8 hm3 y a la Peña Foratata son sobrecogedoras, especialmente al atardecer, cuando la luz tiñe de dorado los tejados y las aguas se tornan espejos del cielo. Cada rincón transmite la calma de los pueblos de montaña, pero también el esfuerzo de una comunidad que decidió no rendirse.

Uno de los emblemas del pueblo es la iglesia del Salvador, reconstruida en el siglo XIX sobre restos románicos y que guarda en su interior un relicario de plata de 1557 que guarda los restos de Santa Quiteria. No muy lejos, la plaza principal acoge el Palotiau, una danza tradicional que se ha rescatado con mimo. También destacan el antiguo ayuntamiento, las fuentes de piedra, los miradores y las chimeneas troncocónicas, típicas del Alto Aragón.

A todo ello se suma la belleza de sus callejuelas y casas rehabilitadas con piedra y pizarra, que conservan su estética de aldea de alta montaña con flores en balcones y rincones de piedra cuidadosamente mantenidos. No puede faltar una visita al anfiteatro flotante que, cada julio, se convierte en el epicentro del Pirineos Sur. Pero incluso fuera de temporada, este escenario es un lugar mágico para contemplar el embalse.

Qué hacer en familia

  • Rutas panorámicas: senderos como el del Mirador de la Sierra Plana o la circular de las Antenas permiten caminar entre bosques y obtener vistas espectaculares del valle.
  • Deportes acuáticos: el embalse se puede disfrutar en kayak, paddle surf o simplemente con un baño en sus orillas habilitadas.
  • Nieve para todos: las cercanas estaciones de Panticosa y Formigal ofrecen esquí y actividades invernales para todos los niveles, incluyendo trineos y raquetas.
  • Tren turístico del Valle de Tena: un viaje relajado que conecta con la historia y el paisaje de esta región.
  • Planes con niños: visitas al Parque Faunístico de Lacuniacha o talleres infantiles durante el festival completan una oferta familiar ideal.

Qué comer y cómo llegar

La gastronomía en esta zona de los Pirineos se basa en productos de montaña, recetas tradicionales y sabores intensos. Entre los platos más representativos destacan las migas con huevo y uva, las chiretas (tripas de cordero rellenas), el ternasco asado y las sopas contundentes con pan, ajo y caldo de carne. La trucha del río Gállego, preparada al horno o con jamón, es otra delicia habitual.

En la repostería, los empanadicos de calabaza o manzana, las tortas de anís y los crespillos marcan el ritmo de los días festivos. Además, setas de temporada, queso de oveja curado y embutidos artesanos completan una cocina que hunde sus raíces en la supervivencia rural, hoy reinterpretada con mimo y autenticidad.

Lanuza es un ejemplo de cómo la determinación vecinal puede devolver la vida a un pueblo que fue abandonado, saqueado y sumergido, transformándolo en un referente turístico del Pirineo aragonés

Llegar a Lanuza es relativamente fácil. Desde Huesca hay unos 85 kilómetros de buena carretera, siguiendo la A-136 hasta Sallent de Gállego y tomando un desvío final que bordea el embalse. Desde Zaragoza, la distancia es de 152 km, y desde Barcelona o Madrid ronda los 350 y 380 km, respectivamente. La estación de tren más cercana es Canfranc, aunque la mayoría de visitantes optan por coche privado o autobuses regionales hasta Sabiñánigo y luego hasta el valle.

Rodeado de montañas, bosques y agua cristalina, este rincón pirenaico, considerado como uno de los pueblos más bonitos de España, fue desalojado hace casi 50 años para construir un embalse y, contra todo lo imaginable, ha logrado resurgir convertido en un destino turístico inolvidable. Hoy, cuenta con poco menos de medio centenar de residentes permanentes, pero recibe miles de visitantes al año. Es el único caso en España en el que un pueblo inundado ha logrado ser recuperado, tanto su estructura física como su alma colectiva.

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