El proyecto olvidado que nunca llegó a ver la luz: el teleférico con vistas al mar que casi transforma este coqueto pueblo de Cantabria
La idea nació en los años 70 con el propósito de conectar el casco histórico de esta villa modernista con el Seminario, hoy dedicado a la formación académica de universitarios
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A lo largo de los años, una imponente hornada de bocetos dispersos por las mesas consistoriales podrían haber transformado algunos de los pueblos que salpican la costa norte española. Sin embargo, muchos de ellos nunca llegaron a ver la luz, frenados por trabas administrativas, escasez de financiación o falta de consenso político. Entre 1979 y 1982, una villa marinera de Cantabria estuvo a punto de dar forma a uno de sus proyectos más ambiciosos: la construcción de un teleférico panorámico que recorriera el casco histórico de este coqueto rincón que esconde un tesoro modernista firmado por Antoni Gaudí.
Muy poca gente lo sabe, pero hubo una época en la que el pueblo de Comillas, situado en la comarca de la Costa Occidental, soñó con rozar el cielo. La construcción de un teleférico con vistas al mar fue una idea consolidada, que hubiera expandido su atractivo vacacional en pleno boom turístico del norte de España, gracias al aperturismo que trajo consigo la transición a la democracia. Es uno de los pocos lugares fuera de Cataluña donde interfirieron artistas modernistas.
Además, fue el destino estival elegido por la realeza española para su descanso, y de su universidad salieron importantes figuras eclesiásticas, de ahí que fuera bautizada como "la villa de los arzobispos". Son los años 70, y Comillas, pueblo ballenero y refugio de las clases ilustradas, se sitúa en el epicentro vacacional para los que buscan sol y tranquilidad bajo el rumor de las olas del Cantábrico. Su belleza es inusitada en sus casonas montañesas, la iglesia de San Cristóbal, de estilo barroco montañés, y sus calles empedradas.
El teleférico que nunca llegó a surcar los cielos de Comillas
De haber sido una realidad, el teleférico hubiera llevado a los viajeros desde el corazón del casco histórico del pueblo al Seminario Pontificio e incluso terminar en el cementerio o los acantilados, tal como se había acordado en una fase avanzada del proyecto. Finalmente, la idea no se materializó y tan solo quedó como una ilusión efímera que no aparece en las guías. Solo la conocen los responsables que un día dijeron "sí" a la pequeña gran revolución que podría haber experimentado Comillas antes de que su playa se abarrotara durante los meses de verano, especialmente en agosto, la época de mayor actividad turística.
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Presentado en 1979 por el Ayuntamiento de Comillas, en colaboración con la Dirección General de Turismo, fue calificado en su momento como "un avance en el turismo panorámico de calidad". La iniciativa, que pasó por una evaluación técnica y llegó incluso a difundirse en los medios, apuntaba a impulsar un nuevo modelo turístico más respetuoso con el entorno y con potencial para dinamizar la economía local.
Como tantos otros planes que se quedaron a medio camino, terminó archivado, dejando tras de sí la sensación de una oportunidad desaprovechada. Pero, ¿por qué se paralizó? Por un cúmulo de factores, entre los que predominó la falta de consenso por parte de los comillanos, los arquitectos y el propio Consistorio. El coste iba a ser demasiado elevado para una villa que en esos momentos intentaba resistir ante la crisis del petróleo, hubiera ensuciado la imagen de monumentos emblemáticos de la villa como El ángel exterminador de Llimona o el Capricho de Gaudí. La costalada final fue el cambio de gobierno que se produjo en 1982, lo que no hacía más que complicar las cosas.
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El teleférico que se propuso en Comillas en 1979 no era una fantasía descabellada, sino una apuesta concreta por modernizar el turismo local con una infraestructura práctica y sostenible. El recorrido iba a ser corto —menos de cinco minutos— y las cabinas, con capacidad para seis u ocho personas, permitirían conectar puntos clave del municipio sin necesidad de construir nuevas carreteras o alterar el entorno. Se pensó especialmente en las personas mayores o con dificultades de movilidad, ya que el sistema les facilitaría el acceso a zonas elevadas. Según los criterios técnicos de la época, el impacto ambiental sería muy reducido, y el proyecto generaría empleo estable para su mantenimiento y gestión. La idea seguía modelos ya probados en países como Suiza, Austria o Alemania, y en España tenía referentes claros como el teleférico del Teide o el del Tibidabo.
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A lo largo de los años, una imponente hornada de bocetos dispersos por las mesas consistoriales podrían haber transformado algunos de los pueblos que salpican la costa norte española. Sin embargo, muchos de ellos nunca llegaron a ver la luz, frenados por trabas administrativas, escasez de financiación o falta de consenso político. Entre 1979 y 1982, una villa marinera de Cantabria estuvo a punto de dar forma a uno de sus proyectos más ambiciosos: la construcción de un teleférico panorámico que recorriera el casco histórico de este coqueto rincón que esconde un tesoro modernista firmado por Antoni Gaudí.