Esta es la procesión de Semana Santa más minimalista de España: con solo tres personas y en uno de los pueblos más bonitos de Ávila
Cada año, una pequeña localidad castellana celebra una de las procesiones más singulares de toda España. Lo que ocurre durante esa madrugada ha convertido al pueblo en un destino de referencia para los viajeros más curiosos
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Un silencio sepulcral, roto únicamente por el sonido ritual de tres instrumentos, marca el inicio de la procesión más insólita de toda la Semana Santa en España. La cita, alejada de los focos y de los grandes desfiles religiosos, se convierte en un homenaje a la tradición y al recogimiento más íntimo. Esta singular manifestación de fe, escasa en participantes, pero cargada de simbolismo, tiene lugar en un enclave medieval que conserva intacta su esencia histórica.
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Bonilla de la Sierra, en el corazón del valle del Corneja, es la localidad que acoge este acto único en la noche del Jueves Santo. Reconocido como uno de los Pueblos Más Bonitos de España, este municipio de apenas 150 habitantes celebra la conocida Procesión de los Negros, en la que solo tres cofrades participan. La ceremonia comienza en el interior de la iglesia colegiata de San Martín de Tours, una construcción del siglo XV cuya arquitectura gótica anticipa el carácter solemne del evento.
Una marcha nocturna sin imágenes ni multitudes
Al borde de la medianoche, el tañido de una esquila abre el acto. Le siguen el lamento grave de un fagot y el redoble apagado de un tambor. Esos tres sonidos guían la marcha de los cofrades, vestidos completamente de negro, que salen uno a uno por una puerta lateral del templo, separados por unos 30 metros. No hay imágenes religiosas, incienso ni iluminación artificial: solo la oscuridad del pueblo y la devoción de quienes observan.
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La procesión recorre apenas 500 metros en más de una hora, a paso lento y sin interrupciones. Ya en la mañana del Viernes Santo, tras el Vía Crucis, los tres participantes repiten el trayecto, esta vez a la luz del día y a cara descubierta. Se unen entonces al resto del pueblo ante el Santo Sepulcro, reafirmando una tradición que, lejos de desaparecer, se mantiene viva gracias a la fuerza del rito, la memoria colectiva y el profundo respeto de sus vecinos.
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