Ni Calatayud ni Utebo: este pequeño municipio de Zaragoza esconde un santuario en pleno acantilado
Escondido en un cañón se encuentra uno de los monumentos más imponentes y singulares de nuestra geografía
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Un recorrido por Aragón puede ser una oportunidad para descubrir entornos cuya belleza aún no ha sido revelada para muchos. Desde sus frondosos bosques regados por saltos de agua, hasta sus majestuosos valles, pasando por parajes alpinos majestuosos.
Una de las zonas más desconocidas y singulares de esta comunidad está situada cerca del municipio de Calmarza (Zaragoza). Allí se encuentra una de las rutas senderistas de mayor belleza, que contiene, además, un perfecto aliciente en forma de monumento, el Santuario de Nuestra Señora de la Virgen de Jaraba.
Abriéndose paso por el imponente Cañón del río Mesa, uno de los espacios protegidos más hermosos del lugar, nos encontramos con este imponente santuario, construido en el escarpe del Barranco de la Hoz Seca. Si bien fue inicialmente una capilla, con el paso de los siglos su tamaño fue creciendo y también alcanzó grandes cotas de sofisticación (su altar barroco da buena fe de ello), conservando un perfecto estado de conservación hasta nuestros días.
Orígenes místicos
Pero antes de eso, la leyenda ubica su origen en unos pastores de la zona que vieron a la Virgen. La presencia de este milagro desencadenó la construcción de una capilla embrionaria e impulsó que la zona se convirtiera con el tiempo en un lugar de peregrinación que, todavía a día de hoy, es frecuentado por los fieles y devotos durante las romerías.
El templo consta de una iglesia y de la Casa del Santero, que era donde vivían la persona que vigilaba el lugar y el capellán encargado del cuidado de la Virgen. El interior contiene una imagen de la Virgen cubierta con un manto de plata, y numerosos retablos que fueron donados durante el siglo XVIII. Este sitio recóndito es, sin duda, uno de los rincones más desconocidos de nuestro patrimonio artístico y monumental.
El entorno es también un aliciente para dejarse arrastrar por el encanto de un paraje cinematográfico. Abruman las paredes de más de cien metros que lo flanquean y las rapaces que, desde las alturas, custodian el lugar. Su reducido precio y su fácil acceso lo convierten en un plan obligado para cualquier época del año.
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