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Así se vive una semana en el crucero más grande del mundo
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Así se vive una semana en el crucero más grande del mundo

Vivimos desde dentro el viaje de siete días del Wonder of the Seas entre Barcelona y Nápoles, con escalas en Palma, Marsella, La Spezia (Pisa y Florencia) y Roma

Foto: Piscinas de la cubierta del barco (Foto: Toñi Guerrero)
Piscinas de la cubierta del barco (Foto: Toñi Guerrero)

El crucero más grande del mundo no tiene que ser el de mayor longitud.

El crucero más grande del mundo es el que pesa más. En este caso son 230.000 toneladas.

Viajar durante una semana en el Wonder of the Seas de Royal Caribbean puede ser para algunos una pesadilla y para otros un oasis. Desde luego, no es ni lo uno ni lo otro… si se obvia la mar picada del Golfo de León que parecía una mini montaña rusa y ver el amanecer desde el balcón del camarote: un prodigio.

Bienvenidos a bordo.

En ‘Maravilla de los Mares’ el Mediterráneo lo encuentras a cada instante y el sol de septiembre es generoso sin ser el azote implacable del pleno verano. Eso sí, quizá puedes sufrir algún episodio de agobio con tanta gente; sobre todo al buscar hueco en una de sus cuatro piscinas o lograr una tumbona vacía. Y rara vez te das cuenta que convives con más 5.500 pasajeros (la capacidad máxima es de 7.084 personas) y 2.204 tripulantes.

placeholder Desde el puerto se aprecia el tamaño del crucero al que vamos a subir (Foto: Toñi Guerrero)
Desde el puerto se aprecia el tamaño del crucero al que vamos a subir (Foto: Toñi Guerrero)

Hay espacio para todos, aunque creas que no. La vida es un milagro diario. De media, esperas apenas 15 segundos el ascensor y en unos minutos puedes pasar de tirarte por un tobogán con los ojos cerrados, jugar al baloncesto y creerte que tienes 18 años dando asistencias sin mirar o intentar no hacer el ridículo con el ping-pong devolviendo la pelota dos veces seguidas. Mejor no hablamos de cómo practiqué la tirolina y el simulador de surf. Por el casino y las máquinas tragaperras pasamos de largo.

Sus 362 metros de largo y 64 de ancho y 18 cubiertas (16 solo de uso para los pasajeros) se han diseñado para divertirte, creerte que eres rico —lo mismo hasta lo eres — y olvidar tu vida en tierra. Bueno, tampoco la arrinconas tanto porque puedes estar conectado con un wifi de pago que va casi más rápido que una línea 5G y puedes recalar en cada puerto de este viejo, atractivo y no siempre calmado Mediterráneo. La gente está muy feliz. Veo a poca gente seria y mucho menos broncas tabernarias ni excesos etílicos con los cócteles. Abundan las gorras y los sombreros. Aún es tiempo de gafas de sol y de bermudas. David Foster Wallace lo contó con maestría absoluta.

Los camareros de habitación (el mío se llamaba Gede y creo que era filipino, la nacionalidad estrella de la mayoría de los tripulantes) no tienen problemas en saludarte con una sonrisa contagiosa y esperan pacientes a que salgas para hacer la cama por segunda vez en el día. En la cuarta jornada de travesía me enteré que también buscaba propina. Se la ganó por las figuras de conejos, osos y otros curiosos animales de compañía que elaboraba a diario con toallas blancas...

placeholder Paseando por Central Park (Foto: Toñi Guerrero)
Paseando por Central Park (Foto: Toñi Guerrero)

Tenía un plan: contar cómo se vive en el crucero y al mismo tiempo aprovechar el viaje para visitar las ciudades por las que pasáramos. Excepto en Marsella, me bajé en todas. Si volviera a hacer de nuevo el crucero —este u otro: a estas alturas tampoco hay que ponerse exquisitos—, aprovecharía más el potencial del barco. Calculo que me perdí más de la mitad de las posibilidades de ocio del Wonder of the Seas. Quizá si no hubiera visitado ninguna ciudad hubiera sacado jugo al 75% de su oferta. Solo estando dos semanas completas de travesía el barco ya no habría ningún secreto nuevo por descubrir.

Es lunes. Arranca el día, a las siete de la mañana, con la vista de La Seu, la Catedral de Palma. Entonces Ciutat, como se denomina también a la capital balear, aparece con el Castillo de Bellver en primer plano. El barco atraca en Porto Pi, muy cerca del primer sitio donde viví en esta Isla. Es imposible tomar rápido un taxi. Para coger el autobús hay que esperar una cola imposible. Optamos por ir andando hasta la salida del puerto.

Josep Canals Baker, mallorquín de 31 años, es primer oficial del Wonder of the Seas. Es el número cuatro del barco. Empezó a trabajar en Royal Caribbean en 2014. Natural de Pollença, no recuerda un día duro, aunque seguro que los habrá sufrido, como todos. El día más feliz sí que lo tiene claro: cuando llevó el timón entrando en el puerto de Palma, una deferencia de su jefe por ser nativo de Sa Roqueta, como se conoce también a Mallorca. Canals iba para campeón de tenis y ahora se relaja en el gimnasio. Su ambición es ser el número 1, el capitán del crucero. No tiene prisa. Su rostro, seguro, firme y medido en sus respuestas, delata que tardará más o menos tiempo, pero que lo logrará.

placeholder Josep Canals, oficial del barco (Foto: Toñi Guerrero)
Josep Canals, oficial del barco (Foto: Toñi Guerrero)

Hoy se ha esfumado el problema con la hora de vuelta al barco: no bajaremos a Marsella. Atrás quedará su puerto bandido, sus joyas culinarias y esas calas donde te puedes perder con el placer o zozobra de no salir de ellas nunca jamás. Tengo que escribir un tema urgente para este periódico, de esos que no pueden esperar porque si no andas rápido otro medio lo publicará antes. Tras enviarlo y comprobar que ya está en portada, voy al gimnasio. La cinta de correr, con varias ventanas de ojo de buey con vistas al Mediterráneo, parece una nave galáctica. Tiene pantalla multiusos, y un trillón de botoncitos, al menos un millón más que un váter nipón de los de chorros de agua.

En la salida del gimnasio hay masajes y servicio de peluquería: no, no me hacen falta. Y enseguida te encuentras con una pista de atletismo lista para que puedas correr por toda la cubierta, con una calle para los locos amantes de Usain Bolt y en la otra para los que van tranquilos o a ritmo acelerado, pero sin correr, para rebajar el colesterol y esas cosas. A eso de las siete de la mañana dicen que hay mucha gente en las dos pistas. Bien que lo siento: no voy a madrugar tanto para comprobarlo.

Hemos conseguido tickets para ver las ruinas de Pompeya. Quedan un par de días, pero si no los sacábamos ya, nos íbamos a quedar sin las entradas. Donde también hay que reservar es en el restaurante de esta noche. Vamos a probar el My Time, que está en la cubierta número 4, tiene tres plantas, y abre a las 19.15. Nos toca la mesa 551. La camarera de Bombay está a punto de irse de vacaciones, lleva 22 años trabajando en la empresa, y nos pide que pongamos a todo 10 en las reseñas que piden completar a los clientes.

placeholder La catedral de Palma desde el barco (Foto: Toñi Guerrero)
La catedral de Palma desde el barco (Foto: Toñi Guerrero)

Cantan varios cumpleaños feliz. Ocho personas, con turbante, giran alrededor de una mesa redonda ya un tanto desinhibidas, dando palmadas y pasándoselo en grande. Por cierto, hoy es la noche donde se recomienda vestir de blanco. Más de la mitad del pasaje obedece. Tranquilidad: si eres rebelde, tampoco te multan ni te ponen malas caras. Todo en orden.

Hay familias que desparraman carcajadas por los pasillos. Me quedé observando a un señor chileno con sus hijos y nietos animándose y gritando no sé qué cosa. Quizá algún nuevo amor surja esta gran noche entre las bambalinas de los conciertos como el de la sala Music Hall. Hoy tocan los Beatles. Con sus melenas postizas, voces muy similares y vestuario, viajamos a The Cavern, Liverpool, 1961. He comes the sun, All you need love, Come together y Hey Jude suenan como si fuera la primera vez que las escuché en el viejo tocadiscos de mi padre.

En el autobús camino de Pisa nos ponemos las mascarillas. En nuestro grupo hay italianos, alemanes e israelíes. Somos ocho los españoles. Pierluigi y Anna están en primera fila. Juegan en casa y creo que tienen ganas de ver su país con la perspectiva de un crucerista. No, no pude evitar la turistada: sí, hice una fotografía sujetando la torre inclinada. Estamos 40 minutos y nos vamos a comer a una especie de granja, a un sitio verdaderamente bucólico solo salpicado por un O sole mío inesperado, a capela, meritorio, sin duda, que interpreta el dueño del lugar, Antes de irnos, había que pasar por la zona donde estaban los souvenirs. No recuerdo que nadie comprara nada. Los embutidos y la pasta no eran muy abundantes, pero no desmerecían la preciosa vista. Mucho verde, ni una edificación a un kilómetro a la redonda, y una temperatura para llevársela a casa.

placeholder Pisa vista por dos enamorados (Foto: Toñi Guerrero)
Pisa vista por dos enamorados (Foto: Toñi Guerrero)

Roma. Todavía curso Segundo de Vaticano. Me concentro en la Piedad de Miguel Ángel. Luego comemos saltimbocca y bruschetta en un restaurante con horno de leña que lleva funcionando 50 años (ocho con el actual dueño). Es un romano simpatiquísimo y extrovertido como un extra pasado de revoluciones de una película de Fellini. El local está en una calle paralela a la Plaza Navona. El precio es asequible. No te pierdas el Canoli de postre y, si no te importa deambular por las calles empedradas algo chisposo, el limoncello lo ponen delicioso. Somos los únicos extranjeros. Para disimular, pobre intento siempre calamitoso el mío, hablo en Itañol.

Son las 16.19 y un reloj situado en un paso de peatones, de esos donde los coches no te van a dejar que cruces en siglos, hay un anuncio del Instituto Cervantes en el que acaba de aterrizar Ignacio Peyró como capitán de navío:

Romántico - Impossibile
Optimista - Trovare
Moderno - Un Corso Di Spagnolo
Auténtico - Migliore

A Roma siempre hay que volver. En Roma hay que vivir. Vamos a concretar ya una fecha.

placeholder Haciendo fotos en San Pedro (Foto: Toñi Guerrero)
Haciendo fotos en San Pedro (Foto: Toñi Guerrero)

Nápoles. En el barrio español y en toda la ciudad hay pintadas, fotografías, camisetas con el 10 a la espalda, pancartas, grafitis y más con su imagen. Sí, es Dios. Ya lo suponía por lo que me habían contado Enric González e Irene Hernández Velasco, ex corresponsales en Italia, y expone Sorrentino en su película. Las motorinos aguardan su turno para llevar la fruta con el motor al ralentí. Tomamos un aperitivo en la Pizzería da Peppino y volvemos al crucero. Qué corto se ha hecho Nápoles.

La conferencia de sostenibilidad arranca a las 10 de la mañana. Vemos dónde se reciclan las basuras. Cristales rotos listos para su reciclaje, sobre todo las botellas de agua Pellegrino y las de cerveza Heineken, en pedazos pequeños. Estamos en la cubierta de la las tripas del barco. Aquí no acceden los pasajeros. El griego Pantelis nos enseña la sala de mando. Hay 40 pantallas a la vista. Aseguran que el Wonder of the Seas es un 20% más eficiente que su antecesor, el Simphony of the Seas. ¿Y cómo será el sucesor del Wonder? Se llama Icon, se estrenará en 2024, y será el primer crucero de Royal Caribbean que utilizará gas licuado. También llegará a 250.800 toneladas, 30.000 más que su ‘padre’, con lo que superará el volumen de los petroleros de Tankers International, por el momento los barcos más grandes que navegan en el planeta.

Son de Barcelona. Él (comercial) tiene 32 y ella (farmacéutica), 33 años. Se casaron en plena pandemia, les anularon la celebración y el viaje de novios. Iban a hacer el crucero en el Caribe y han decidido ahora dejarlo para otro momento porque sería “muy duro” que su hija estuviera 12 horas en un avión. “Entre las propinas, si vas a un restaurante de especial o haces excursiones, el presupuesto que tienes se puede desbordar fácilmente por 1.000 euros más casi sin darte cuenta”.

“Queremos disfrutar más del barco que de las ciudades. El punto a favor para decidirnos por el viaje en barco es la guardería donde podemos dejar a la niña un rato. Y, ojo, este es mi cuarto crucero”. Cree que cualquier persona se puede adaptar a un barco como el Wonder of the Seas, siempre y cuando el nivel de inglés sea bueno”. Es cierto, aunque los mensajes más importantes en megafonía se emiten en castellano.

placeholder Curas en Florencia (Foto: Toñi Guerrero)
Curas en Florencia (Foto: Toñi Guerrero)

Suena una alarma. Parece un simulacro.

— ¿No lo hicieron el primer día en Barcelona? — se pregunta el pasajero.

—Creo que sí — respondo.

— Uf, bueno, vamos a seguir hablando.

En el bar Bionic, y tras comprobar que no hemos tenido que pedir auxilio, no hay ni rastro de camareros. Dos robots con brazos articulados sirven combinados. El cóctel llega en apenas un par de minutos. Y, como todo en el barco, se paga con la tarjeta azul del crucero vinculada a la tarjeta de crédito. En un espejo hay unas estadísticas que indican cuáles son las copas que más se sirven por edad. El Cosmopolitan, el Sex on the beach y el Blue Margarita son los favoritos. El futuro ya ha llegado.

En una semana me perdí muchas cosas. Un pianista que iba de un lado a otro del barco tocando piezas sin avisar dónde estaba. Tampoco descifré cuál era la misión de las dos figuras de astronauta del crucero. El último día de travesía, cuando la lluvia estropeó la tarde de piscina, una mujer observaba con placer la zona de los profiteroles. El mensaje de su camiseta negra dejaba clara la filosofía de una semana en este barco: “Vivir es urgente”. Habrá que hacerle caso.

El crucero más grande del mundo no tiene que ser el de mayor longitud.

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