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Algo raro le pasa a 'Nacho': porno, cultura española, penes y pantallas de cine
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Algo raro le pasa a 'Nacho': porno, cultura española, penes y pantallas de cine

La serie de Atresplayer Premium, protagonizada por Martiño Rivas, pretende legitimar a Nacho Vidal como una figura imprescindible en la historia cultural española

Foto: Martiño Rivas en 'Nacho'. (Atresmedia)
Martiño Rivas en 'Nacho'. (Atresmedia)

En Hasta el fondo: la historia de PornHub dicen que a través de la pornografía llega el autoconocimiento. El documental, que acaba de estrenarse en Netflix, insiste en que el cine para adultos va de mucho más que sexo. Y es divertido que el lanzamiento de la película haya coincidido en el tiempo con la emisión de Nacho, la serie sobre el más famoso miembro español de esta misma industria, porque la ficción de Atresplayer Premium tiene eso muy claro.

El porno, opina la actriz Siri Dahl en el documental, es cualquier cosa que excite sexualmente al verla. Es la definición deliberadamente vaga que más conviene a un relato como el de Netflix, contado desde la complicidad con PornHub, pues a la plataforma nada le interesa más que posicionarse como un agente legítimo de la cultura: ¿si Hollywood sí, por qué nosotros no?

El encaje del porno en la cultura española y 'Nacho' tienen un qué sé yo freudiano

Es una reivindicación que atraviesa también los primeros episodios de Nacho. No la de equiparar el porno español con la industria cinematográfica yanqui, sino la de colar al cine para adultos en la misma orla de las influencias sociales de la España de fin de siglo que la tecnología o la música. La serie pretende, en fin, demostrar que Nacho Vidal es una figura tan imprescindible en la historia cultural de este país como cualquier otra estrella mediática. Pero ¿lo es de verdad?

placeholder Una imagen de 'Nacho'. (Atresmedia)
Una imagen de 'Nacho'. (Atresmedia)

Si, como exponía Raquel S. Benedict en su artículo Everyone is beautiful and no one is horny, el sexo ha desaparecido del cine comercial contemporáneo dejando atrás un reguero de hipermusculados cascarones vacíos, cuerpos como el de Nacho Vidal están en un limbo: son moralmente invisibles para los medios mainstream, pero acumulan millones de visionados en la red.

El encaje del porno en la cultura española tiene un qué sé yo freudiano que rodea también a la propia serie. Una presencia espectral propia de las cosas dichas sin decir: en una conexión de un telediario de la casa con la mismísima alfombra roja del Festival de Málaga, donde se ha presentado Nacho, por ejemplo, no se escuchan la palabra porno ni el inconfundible apellido del actor catalán. De hecho, por cómo la describen, cualquiera diría que en el informativo de Atresmedia saben de lo que va la ficción.

Incluso una serie que versa sobre el miembro más visto de España se ahoga en la pacatería en cuanto median los estamentos de la comunicación tradicionales. Había que estar allí, en la premiere madrileña de la serie este marzo, para entender que el mayor valor de la serie de Atresplayer es ceremonial. Que Nacho Vidal y Martiño Rivas, quien le da vida, no están nunca en la ficción tan cerca como lo estuvieron aquella noche en el patio de butacas.

Desde Umbral, el periodismo de fiestas ya no hace y deshace en España; eso, o que las crónicas de farándula no tienen ya el mismo altavoz, castigadas por escribirse en cabeceras asociadas a lo femenino y golpeadas por una indiferencia que nunca sufre la prosa cipotuda, como la llama Íñigo F. Lomana. Pero el asunto es que ninguna situación explica mejor qué es eso tan raro que le pasa a Nacho que su también muy cipotudo —en la otra acepción del término— sarao en Madrid.

En diez palabras se resume el milagro: el pene de Nacho Vidal en una pantalla de cine. El primer episodio de la serie, que se proyectó ante unos cuantos privilegiados en el cine Capitol, termina —y perdón por el spoiler— con un primerísimo plano del miembro del actor, colosal como el monolito de 2001, que deja en alto la trama para las siete horas siguientes. No hay que esforzarse mucho para imaginar el poder simbólico que ejerce un falo de cinco metros abalanzándose sobre la platea de uno de esos templos de la rectitud audiovisual en extinción que son las salas de Gran Vía.

placeholder Martiño Rivas como Vidal, en un momento de 'Nacho'. (Atresmedia)
Martiño Rivas como Vidal, en un momento de 'Nacho'. (Atresmedia)

El momento, decía, fue capaz de hacer en público lo que la serie no consigue en privado: mezclar lo dominante con lo marginal, el cine porno con el cine-cine, las altas y bajas pasiones, el goce estético con el placer sexual. Y sucedió al sacársela Vidal —porque el pene que aparece en el episodio es realmente el suyo— y congregarse la muchedumbre alrededor del miembro, como devotos reunidos en secreto frente a una imagen de una religión proscrita.

Demasiado actor

—¡Levántate, Nacho!— arengaban unos ejecutivos trajeados al performer al acabar la proyección y desatarse el aplauso. Después de admirar su pene dibujado en un pantallón, el mismo personaje con quien los medios mainstream no han querido tener nada que ver durante décadas era de repente uno más entre artistas, intérpretes y modelos.

Nacho, sin cursiva, navegaba así el trecho en el que Nacho, la ficción, se la pega. Quizá sea por eso, porque la transgresión vivida en aquel auditorio va más allá de lo ficticio y solo puede vivirse en estricto directo. Al tratar de recrear esa ritualidad en diferido, el avance frenético del primer episodio de la serie, hijo de la juventud espídica y rutera de Vidal, choca una y otra vez contra un Martiño Rivas incapaz de romper la membrana. El gallego es demasiado famoso, demasiado bueno, demasiado límpido, demasiado sex symbol del mundo normativo. Demasiado actor.

Y Nacho es curiosamente una ficción alérgica a los actores, tan proclives a la profundidad; la serie tiene más bien la subjetividad de un dibujo animado: así de nerviosa, caricaturesca y enajenada es su visión de la historia de Vidal. Una historia que tal vez ocurriera y pueda contarse únicamente así, como un sueño alucinado que acerca la certeza; esa vigorosa verdad con forma de pene monumental que puso en pie a un auditorio entero. Pero las estrellas como Rivas producen distancia —la del glamur, la del capital cultural, la de las imágenes que sí valen— y esa distancia aquí no es más que un latoso despertador.

En Hasta el fondo: la historia de PornHub dicen que a través de la pornografía llega el autoconocimiento. El documental, que acaba de estrenarse en Netflix, insiste en que el cine para adultos va de mucho más que sexo. Y es divertido que el lanzamiento de la película haya coincidido en el tiempo con la emisión de Nacho, la serie sobre el más famoso miembro español de esta misma industria, porque la ficción de Atresplayer Premium tiene eso muy claro.

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