Borja Pérez, el hombre que desafió a la fama: "¿Castings? Nada, yo me vuelvo a la grúa"
Fue la primera leyenda de internet que saltó a la televisión convencional, pero nunca quiso convertirse en una estrella. Ni siquiera salir de su Basauri natal, donde trabaja como gruista. "Lo que ganamos me ayudó, pero no pude dejar la grúa"
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Borja Pérez (Basauri, 1978) está a punto de coger su segunda excedencia. Después de varios meses compaginando su labor como gruista con las grabaciones para Vaya semanita en Bilbao, dice que no le da para más. Que tampoco la vida puede ser trabajar, trabajar y trabajar. "Es que, macho, se me pasan las semanas voladas. Lunes, grúa. Martes, grabo. Miércoles, grúa. Jueves, grabo. Viernes, grúa... así que voy a intentar centrarme otra vez en ser actor, a ver qué tal sale, teniendo en cuenta que, a la mínima que no me den trabajo, me vuelvo a la grúa", explica Borja a este periódico.
Como habrá notado, a Borja le cuesta separarse de la grúa. Solo lo hizo una vez antes, durante las grabaciones de Qué vida más triste, una serie de culto que emitió laSexta entre 2008 y 2010. "Es que nos creemos que la grúa es un coñazo, y no es así, para mí es como jugar a la PlayStation. Todos los días es distinto. Un día desescombrar, otro mover unas tejas, o hacer un puente… hablas con los caldereros, los soldadores… Llevo veinte años en este trabajo y me parece una gozada".
Quizá es el gruista más querido del país. Lo nota cada vez que sale de Basauri, algo que sucede muy de vez en cuando: "Cuando voy a Madrid, la gente me para por la calle para darme un abrazo. Me dicen 'me he encontrado con Nadal y con Leonardo DiCaprio y no me he acercado, pero te he visto a ti y no puedo dejar de pedirte una foto'. Incluso hay gente que me dice que la serie les ayudó a salir de una depresión. Macho, pues eso es la hostia, alucinas con la sensación. Pero después me vuelvo a Basauri y sigue todo como siempre", explica.
Qué vida más triste se emitió entre octubre de 2008 y mayo de 2010, en las sobremesas, justo después de Sé lo que hicistéis. Fue la primera vez que la televisión se asomaba a un fenómeno de internet, en este caso de la primera webserie, y se convirtió en un hito generacional. "Antes de salir en televisión, ya llevábamos tres años en la web", explica Rubén Ontiveros, creador del formato original. "Borja, Joseba y yo nos conocemos desde que tenemos doce años (protagonistas de la serie) éramos vecinos en Basauri y compañeros de instituto. Un día me hice con una cámara y empezamos a grabar cosas, al principio eran sobre todo cortos gore, que es lo que más nos gustaba", dice a este periódico.
"No conseguíamos generar miedo, sino risas, así que nos tuvimos que pasar a la comedia"
"Nos encantaban Evil Dead, Bad Taste, Viernes 13... ¡Y todo lo que hacía Bruce Campbell, ese solo hacía peliculones!", recuerda Borja. "Íbamos al supermercado a comprar ketchup y miel, que habíamos leído que lo espesaba, para hacerlo parecer sangre. Grabamos varias cosas, pero nunca conseguimos generar miedo, que es lo que queríamos, sino risas, así que poco a poco fuimos abandonando el terror".
Aquellos cortos se grababan en VHS que se prestaban entre los amigos, de modo que a menudo desaparecían. Ontiveros encontró en el reciente internet la forma de que todos pudieran verlo sin que se perdieran las copias: "Hicimos una web y fue consiguiendo visitas. Me comprometí a subir un nuevo vídeo cada domingo por la noche y, como no daba tiempo, pensé en el formato mínimo: grabar a mis amigos en su propia casa. Los sábados cogía la cámara y me presentaba en casa de Borja, que vivía a medio minuto andando, y nos poníamos a grabar chorradas. Aquello se escribía, rodaba, montaba y se publicaba en un solo día".
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Un buen día, la todopoderosa (y extinta) Yonkis.com linkó uno de sus vídeos. Después, otro. El tráfico de su web se disparó: "Pasamos de no pagar nada, a que el servidor nos pidiera 6.000 euros al año por albergar nuestro contenido. Nos decían que teníamos más tráfico que el Banco de Santander, así que estuvimos a punto de dejarlo, menos mal que nos salió un anunciante que nos sirvió para pagar el servidor, porque si no, quizá ahora no estaríamos hablando de esto", indica Borja.
Se trataba de una ficción, aunque solo a nivel nominal: los actores no eran tales, sino un grupo de amigos que usaban sus nombres, profesiones y domicilios reales. Hablaban de videojuegos, relaciones y precariedad, los asuntos que les preocupaban, y esa fue la clave de su éxito. "A mí es que inventarme nombres de personajes me da mucha pereza, porque luego tienes que acodarte de llamarlos como te has inventado. No, mira, son Borja y Joseba y así los vamos a llamar. Y grabamos en la habitación de Borja en la casa de sus padres, con su pared con gotelé, su colcha horrorosa y su chándal de los domingos", dice Ontiveros.
Cuando ya eran un fenómeno de internet, las productoras llamaron a su puerta. Recibieron varias ofertas, pero solo Mediapro, de laSexta, aceptó emitirlo tal y como estaba, con la única condición de alargar los capítulos. "Nos montaron un plató al lado de Basauri en el que recrearon la casa de los padres de Borja, fue una locura, sobre todo para él, que se levantaba, se vestía, iba al plató y volvía a sentarse sobre su cama, en pijama. No sé cómo no se volvió loco", recuerda el guionista.
"Borja se vestía, iba a trabajar y tenía que volver a ponerse el pijama en una réplica de su cuarto"
Así fue como Borja y el Josebas se colaron en los hogares de toda España. Como sucede con este tipo de fenómenos, el arranque fue frío, fruto del desconcierto de un espectador que a esas horas solía ver El secreto de Puenteviejo o a Ana Rosa Quintana. "De hecho, a veces llegaba a casa al mediodía y mi madre estaba viendo la novela, cambiaba a nuestra serie en cuanto abría la puerta", dice Borja entre risas. "Ni siquiera mi madre nos veía".
Poco a poco la audiencia fue haciéndose a un producto distinto, que giraba en torno a la vida precaria de dos amigos de Basauri. En su mejor momento, Qué vida más triste alcanzó el 9% de share, muy por encima de la media de la cadena. "Son las aventuras de un perdedor que se siente ganador. Un tipo que engaña a su amigo porque tiene una faceta ruin, como tenemos todos, pero que en el fondo es buena gente. Es un héroe local al nivel más bajo que uno puede imaginar", indica Ontiveros.
Escribían dos capítulos (40 minutos) a la semana, un ritmo de producción endiablado que les llevaba con la lengua fuera. "Yo es que salía en todos los planos, ¿eh? Pero en casi todos. Entonces me pasaban unos libretos que me tenía que estudiar en la grúa y no me daba tiempo. Le decía a Rubén que lo más sencillo era que me metieran un pendrive por el culo, porque aprendiéndomelo de la forma normal me era imposible".
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Qué vida más triste es un producto de culto para personas que ahora tienen entre 30 y 50 años. Tanto es así que todos los capítulos se han colgado en Youtube y, cada poco tiempo, se crean largos debates en lugares como Forocoches sobre qué capítulo era mejor. Algunos de sus espectadores son tan fieles que se ven las cuatro temporadas todos los años, hasta el punto de saberse los guiones o utilizar expresiones propias de Borja como "¡flipa, flipa!", "liada que flipas del Josebas" o "toma, toma, toma!... ¡la que he liao!" en su día a día.
En solo dos años, este grupo de amigos sin experiencia demostró no solo que era capaz de hacer veinte minutos de comedia diarios, sino también gran capacidad para atraer a talentos por entonces solo pujantes como Nacho Vigalondo, Diego San José o Borja Cobeaga. No obstante, era una época en la que las redes sociales no se utilizaban tanto y apenas notaron el éxito. "Yo solo tenía Facebook y por allí alguno me decía algo, pero nada, yo seguía haciendo vida en mi pueblo sin más. Vamos a ver, que yo no soy Imanol Arias. Yo, cuando no estaba grabando, paseaba a mi perrito, le ponía la comida a mi mujer y después me tomaba una corteza de cerdo, que me flipan, y un zurito en el bar. Me gastaba 1,70 euros y era el hombre más feliz del mundo", recuerda Borja.
"Borja tuvo ofertas de cine y televisión. Incluso te diría que tuvo muchas ofertas, pero las rechazaba todas, porque implicaba salir de Basauri e irse a vivir a Madrid, y eso nunca le ha gustado", dice Ontiveros. "Sí, es verdad", responde Pérez. "Me llamaban y me decían que fuese a un casting porque le cuadraba al director para una serie y tal... pero a mí eso me daba mucha pereza. Nada, nada, cuando acabó Qué vida más triste, me volví a la grúa y tan contento".
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"¿Que si tengo la sensación de haber perdido una oportunidad? Pues mira, el Borja de ahora le diría al Borja joven que sí, que se esforzase un poco en hacer relaciones sociales, en moverse por fiestas y eventos para conseguir papeles. Pero también te digo que cuando tu aspiración económica es tener para comerte una corteza, poco podíamos hacer", dice Borja, que afirma que la serie no les sirvió para hacerse ricos. "Lo que ganamos, lo utilicé para algunos proyectos personales, pero vamos, que no me dio para dejar la grúa".
"Lo de Borja es una cosa inverosímil", relata Ontiveros. "Lo normal es que un actor se dedique a trabajar como camarero en su tiempo libre, pero esto es al revés. Borja es un gruista que tiene por hobby la actuación, no creo que haya un caso parecido en todo el mundo".
Veinte años después, Borja está dispuesto a volver a intentarlo. Hasta primavera se dedicará a grabar Vaya semanita, sin perder de ojo la grúa, donde le han prometido que puede volver cuando quiera. "Pues nada, aquí estoy otra vez, en la actuación. Si me lee algún productor, que me llame", zanja con un tono de voz indistinguible del de Qué vida tan triste.
Borja Pérez (Basauri, 1978) está a punto de coger su segunda excedencia. Después de varios meses compaginando su labor como gruista con las grabaciones para Vaya semanita en Bilbao, dice que no le da para más. Que tampoco la vida puede ser trabajar, trabajar y trabajar. "Es que, macho, se me pasan las semanas voladas. Lunes, grúa. Martes, grabo. Miércoles, grúa. Jueves, grabo. Viernes, grúa... así que voy a intentar centrarme otra vez en ser actor, a ver qué tal sale, teniendo en cuenta que, a la mínima que no me den trabajo, me vuelvo a la grúa", explica Borja a este periódico.