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Bienvenidos al futuro: espectacular ‘Avatar’
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Bienvenidos al futuro: espectacular ‘Avatar’

James Cameron se proclamó a sí mismo rey del mundo. Lo puso en boca de un joven Leonardo Di Caprio, que lo gritaba a los cuatro

James Cameron se proclamó a sí mismo rey del mundo. Lo puso en boca de un joven Leonardo Di Caprio, que lo gritaba a los cuatro vientos desde la proa de aquel majestuoso barco que acabaría un par de horas más tarde bajo el océano. Posteriormente, él mismo lo repetiría en la gala de los Óscar tras recibir once estatuillas de la Academia. Una década después de haber sorprendido a propios y extraños con Titanic, que conserva aún hoy todos los récords, regresa Cameron a lo que mejor sabe hacer: reinventar el cine encerrado en una sala de posproducción.

 

En efecto, Avatar viene a confirmar lo que ya suponíamos, que Cameron es un tecnófilo enfermizo empeñado en mostrar al mundo los nuevos senderos que ha de tomar el séptimo arte. Un visionario capaz de introducir en una coctelera todos los avances tecnológicos que ha parido el nuevo siglo -hace quince años que escribió la historia, pero había que esperar el momento oportuno-, para engendrar una criatura cuasiperfecta, visualmente impecable, hipnótica, capaz de dejar petrificado al espectador.

 

Eso es Avatar. Una megaproducción, la más cara de la historia -¡¡¡dicen que 400 millones de dólares!!!-, ofrecida en forma de tebeo. Una orgía sensacional de colores y efectos visuales que aprovecha al máximo las posibilidades que ofrece la tecnología 3D. Pasear por los parajes tropicales de Pandora, el lejano planeta en el que se desarrolla la acción de esta película, es todo un gozo para los sentidos. La imagen de esta cinta es todo un triunfo. No se trata simplemente de una vaga simulación que aprovecha las bondades del croma o la posproducción. Hay algo más. Hay unidad. Hay armonía. La tecnología 3D es una excusa, no un fin. Se potencia con ella el espectáculo visual, pero no se caricaturiza el producto final.

 

Bienvenidos al futuro

 

Avatar nos invita a vivir un flashforward de casi tres horas. Estamos en el año 2154. Las cosas han cambiado mucho. Los hombres, por desgracia, bastante poco. El ejército americano ha invadido el planeta Pandora con la intención de hacerse con un mineral de extremado valor. Pero algo se lo impide: los Na’vi, una tribu indígena que vive en absoluta comunión con la naturaleza. Dos opciones: aniquilarles o comprenderles. Devastarles parece sencillo. Pero, ¿cómo acercarse a ellos? Creando avatares, extrañas réplicas humanas con apariencia Na'vi.

 

La primera vez que uno ve a una de estas criaturas algo le dice que la adecuación a la estética del film va a ser difícil. Sin embargo, Avatar va construyendo con el paso de los minutos un universo de color coherente y creíble, en el que los Na’vi se presentan como personajes realmente atractivos. Sin duda, Cameron ha aprovechado sus continuos viajes documentales al fondo del océano, en los que ha empeñado estos últimos años, para construir ese universo sensorial y psicodélico.

 

El director ha tomado prestada la tecnología motion capture, que Robert Zemeckis ha puesto en práctica en sus tres últimas películas (Polar Express, Beowulf, Cuento de navidad) para dar movimiento a sus extraños protagonistas. Son los propios actores los que determinan los gestos de las criaturas, aunque posteriormente la imagen es reconstruida bit a bit. Entre esos actores, destaca la presencia se Sigourney Weaver, que ya trabajó con Cameron en Alien, el regreso. Ella es la científica que media para evitar el conflicto entre el hombre y la criatura. Ella representa la ciencia y la diplomacia. Otros, los malos, se mimetizan de continuo con la guerra.

 

No es Avatar, sin embargo, un alegato antibelicista. Cameron acepta la contienda siempre y cuando la causa sea justa. Por ejemplo, la defensa de la naturaleza. Lo cierto es que entre tópicos narrativos de esencia pacifista y ecologista pierde la película parte de su esencia, pero la recupera en unas escenas de acción trepidantes, que no permiten que decaiga el ritmo expositivo. Cameron ha replicado aquí la estructura de Titanic, para contar la historia de amor de Bailando con lobos y ha tomado prestado, además, el sentido de la épica a El Señor de los anillos y el escenario y algunas criaturas de Parque Jurásico. Y de este modo ha rodado una película que nos devuelve los ecos del cine americano sobre la guerra de Vietnam, en innumerables escenas en las que los helicópteros y maquinaria del ejército yanqui intentan penetrar sin éxito en una tierra verde que desconocen.

 

Extrañamente, la mezcla funciona. Los clichés argumentales y las arritmias puntuales pasan finalmente a un segundo plano. Se ponen al servicio del espectáculo, que es en sí mismo atronador. Algo nunca visto.

 

LO MEJOR: la banda sonora de James Horner (un habitual en los Óscar) es idónea.

LO PEOR: Cameron trabaja de forma demasiado simple las dicotomías guerra/paz, guerra/diplomacia, guerra/ciencia. Pero, ¿a alguien le importa?

 

Estreno: 18 de diciembre.

Criterio de valoración:
Obra maestra.
Muy buena.
Buena.
Interesante.
Regular.
Mala.

James Cameron se proclamó a sí mismo rey del mundo. Lo puso en boca de un joven Leonardo Di Caprio, que lo gritaba a los cuatro vientos desde la proa de aquel majestuoso barco que acabaría un par de horas más tarde bajo el océano. Posteriormente, él mismo lo repetiría en la gala de los Óscar tras recibir once estatuillas de la Academia. Una década después de haber sorprendido a propios y extraños con Titanic, que conserva aún hoy todos los récords, regresa Cameron a lo que mejor sabe hacer: reinventar el cine encerrado en una sala de posproducción.

James Cameron