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Manifiesto antirreligioso de una brújula sin norte
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Manifiesto antirreligioso de una brújula sin norte

Como le suele ocurrir a la mayoría de las adaptaciones para el cine de obras literarias de género fantástico, La Brújula Dorada, el nuevo blockbaster de

Como le suele ocurrir a la mayoría de las adaptaciones para el cine de obras literarias de género fantástico, La Brújula Dorada, el nuevo blockbaster de los creadores de El Señor de los Anillos, película a la que por cierto recuerda un poquito, se ve lastrada por la influencia perniciosa de la novela de la que es adaptación. Al igual que hiciera Ridley Scott, el cuasidesconocido hasta la fecha Chris Weisz abre de inicio más tramas de la cuenta y presenta a una infinidad de personajes con los que cuesta identificarse y que ayudan a difuminar el corpus narrativo del film, mermado de entrada por la necesidad de dejar las puertas abiertas a una más que posible trilogía.

Heredera del modus operandi y de los efectos especiales de la adaptación de la obra de Tolkien y de otras imitaciones de menor acierto si cabe como Las Crónicas de Narnia, Eragon o Los seis signos de la luz, La Brújula Dorada narra de forma torpe una aventura banal protagonizada por una niña de diez años que bien podría ser la reencarnación de Juana de Arco. Lo único verdaderamente interesante de esta contienda de osos polares son las reflexiones sobre la religión del autor de la novela, Philip Pullman, extirpadas casi en su totalidad por los hacedores del film para hacer el producto más proclive al público infantil. Se intuye de todos modos una crítica voraz al poder que ostentan las instituciones religiosas y a su enérgica influencia en las sociedades contemporáneas. Una crítica que se observa nítidamente en algunos diálogos de las postrimerías del film, que anuncian una mayor carga metafísica en las dos próximas entregas.

Esa mayor ambición en el mensaje latente y una cierta liberación formal hacen de la segunda hora de La Brújula Dorada un producto medianamente interesante, a diferencia de lo que ocurre con la primera parte de la cinta, poderosamnete insufrible. De todos modos, la totalidad de la película peca de un excesivo abuso de los planos computerizados, de una manida espectacularidad visual y de una omnipresencia machacona de la banda sonora en un intento de conferir intensidad a un relato que de por sí carece de ella.

Lo mejor: el escaso subtexto.

Lo peor: lo mal aprovechados que están Eva Green y Daniel Craig, que apenas salen cinco minutos, y el vestuario de Nicole Kidman, que parece sacado de un spot Kitsch de perfume de alto standing.

Como le suele ocurrir a la mayoría de las adaptaciones para el cine de obras literarias de género fantástico, La Brújula Dorada, el nuevo blockbaster de los creadores de El Señor de los Anillos, película a la que por cierto recuerda un poquito, se ve lastrada por la influencia perniciosa de la novela de la que es adaptación. Al igual que hiciera Ridley Scott, el cuasidesconocido hasta la fecha Chris Weisz abre de inicio más tramas de la cuenta y presenta a una infinidad de personajes con los que cuesta identificarse y que ayudan a difuminar el corpus narrativo del film, mermado de entrada por la necesidad de dejar las puertas abiertas a una más que posible trilogía.