El arma que imita una tormenta solar y puede devolvernos a la Edad Media de un plumazo
Las armas electromagnéticas silenciosas se llevan estudiando hace décadas y tienen un efecto similar al de las tormentas solares: son capaces de dejarnos sin electricidad. Ahora hay un interés renovado por estas tecnologías
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En el episodio de Control Z: La Gran Tormenta, explicamos cómo la civilización tal cual la conocemos puede acabar debido al impacto de la radiación de una tormenta solar extrema en nuestro planeta. Sin embargo, ese mismo efecto destructivo se podría conseguir también con armas creadas por el hombre. Durante la Guerra Fría, tanto EEUU como la URSS estuvieron explorando la posibilidad de fabricarlas. Ahora, con el auge de la guerra electrónica, las potencias militares se están protegiendo por si a alguna de ellas se le ocurriera desarrollarla por completo.
Tanto Estados Unidos como la Unión Soviética estudiaron hace décadas la idea de utilizar explosiones nucleares para crear pulsos electromagnéticos (PEM) que inhabilitaran los sistemas eléctricos enemigos. Según documentos desclasificados por EEUU, el proyecto americano llevaba el nombre de Starfish Prime y las pruebas realizadas con esta tecnología superaron las expectativas de los científicos.
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"La explosión nuclear causó un pulso electromagnético mayor de lo que pensaban. También provocó una cavidad en el campo magnético de la Tierra y el impacto en el cinturón de radiación duró 10 años", explica para el medio británico The Telegraph, Richard Horne, jefe de meteorología espacial del British Antarctic Survey y presidente del grupo de asesores del gobierno británico sobre las amenazas electromagnéticas solares.
Volver a la Edad Media de un plumazo
Tormentas solares de gran magnitud como el evento Carrington o el aún más poderoso evento Miyake serían devastadores para una civilización como la nuestra, que depende de la electricidad hasta para lavarse los dientes.
Si en la actualidad sucediera una tormenta solar extrema de la magnitud del Miyake, nuestros cuerpos de carne y hueso ni se enterarían. Pero cientos de miles de transformadores eléctricos de todo el mundo quedarían inutilizados más allá de cualquier posibilidad de reparación o reemplazo.
Con ellos, caería también toda la red eléctrica mundial, iniciando un efecto en cascada que derribaría la civilización moderna en 72 horas, causando cientos de millones de muertos en pocas semanas, la pérdida total de la economía mundial y la involución de la civilización a niveles preindustriales.
Según varios informes de la Academia Nacional de las Ciencias de EEUU y el Pentágono, la recuperación tardaría décadas porque no habría posibilidad de fabricar nuevos transformadores de alta tensión durante muchos años.
Las tormentas solares como Miyake se han venido repitiendo en nuestro planeta aproximadamente cada mil años y es seguro que lo seguirán haciendo en el futuro. Nuestra única protección frente a sus efectos, como explican los expertos en el episodio de Control Z, es tomar medidas preventivas para evitar la catástrofe. La solución, dicen, es más una cuestión de planificación que de dinero.
Las armas de pulsos electromagnéticos
EEUU descubrió durante sus pruebas nucleares de los años sesenta que las explosiones de las bombas atómicas provocan los mismos problemas a la red eléctrica que una tormenta solar extrema.
El 20 de junio de 1962, el Ejército y la Comisión de Energía Atómica estadounidenses probaron con éxito una ojiva nuclear en la isla Johnston, a unos 1.500 km de Hawai. En la llamada operación Starfish Prime, los estadounidenses lanzaron una ojiva nuclear en un cohete Thor que fue detonada cuando estaba a unos 400 kilómetros sobre el Océano Pacífico.
La explosión provocó inmediatamente fuertes señales electromagnéticas, así como importantes perturbaciones del campo magnético. Los instrumentos científicos se descalibraron haciendo inútiles las mediciones. Se vieron auroras en la zona y los daños eléctricos llegaron hasta Hawai, interrumpiendo las comunicaciones telefónicas entre las islas.
La dependencia de la electricidad y de las tecnologías electrónicas en los años 60 no tiene nada que ver con la que tenemos ahora. Un ataque con una PEM en la actualidad tendría efectos tanto en el espacio, inutilizando satélites de todo tipo, incluidos los de navegación GPS, como a los grandes transformadores de alto voltaje que hay en tierra y que son probablemente el componente más vulnerable de la red eléctrica.
Las guerras del futuro
Muchos expertos opinan que las guerras del futuro se lucharán en el campo electromagnético. Según la Comisión PEM de EEUU, las implicaciones de ignorar estas amenazas para la seguridad nacional son similares a una "sentencia de muerte". La Comisión explica que las consecuencias del ataque afectarían a "326 millones de estadounidenses que no podrían sobrevivir mucho tiempo sin la civilización electrónica que sustenta sus vidas. El EMP sería un asesino de la civilización".
Sin embargo, conseguir la potencia suficiente como para causar daño similar a una tormenta solar extrema en una área amplia no es tan fácil. Los analistas consultados por The Telegraph apuntan a que es más probable que las armas PEM se utilicen para objetivos más concretos, como para inutilizar otras infraestructuras espaciales como nuestros satélites GPS. Eso por sí solo, dicen, puede causar un daño inmenso, ya que nuestros sistemas de energía dependen ahora del GPS para las señales de sincronización.
En el episodio de Control Z: La Gran Tormenta, explicamos cómo la civilización tal cual la conocemos puede acabar debido al impacto de la radiación de una tormenta solar extrema en nuestro planeta. Sin embargo, ese mismo efecto destructivo se podría conseguir también con armas creadas por el hombre. Durante la Guerra Fría, tanto EEUU como la URSS estuvieron explorando la posibilidad de fabricarlas. Ahora, con el auge de la guerra electrónica, las potencias militares se están protegiendo por si a alguna de ellas se le ocurriera desarrollarla por completo.